“La gran masa cede ante todo al poder de la oratoria. Todos los grandes movimientos son reacciones populares, son erupciones volcánicas de pasiones humanas y emociones afectivas aleccionadas, ora por la antorcha de la palabra lanzada en el seno de las masas, pero jamás por el almíbar de literatos estetas y héroes de salón.” Mi lucha. Ibid, p. 75.
Fingía hablar con sinceridad c cuando quería engañar a sus contrarios y sabía sonreír cuando lo que quería era insultar. En esa escuela aprendió que la lealtad es sólo un instrumento, que el sentimentalismo es una peligrosa debilidad, que la verdadera amistad no existe y que en política la rudeza empleada a fondo, la brutalidad sin condiciones, es el instrumento idóneo si es que buscas la gloria y quieres conseguir tus fines. Su falta de escrúpulos asombró a hombres que se jactaban de ser unos desalmados. Entrenó su voluntad para no aceptar la derrota y lo demostró en momentos muy críticos de su recorrido, conservándola intacta hasta los días finales de su satánico proyecto, cuando creyó qué si hacía de ella una vez más, el uso adecuado, derrotaría a los ejércitos de Georgi K. Zhukov (1896-1974) e Ivan j. Koniev (1897 -1973) cuando ya éstos le estaban derribando las últimas puertas en Berlín.
Por sus congéneres comunes de raza caucásica no sintió tampoco mayor respeto. La superioridad de la raza aria, pregonada por él, fue puesta en marcha por Heinrich Luitpold Himmler, (1900-1945) su hombre de más confianza para ese y otros criminales menesteres. Ya en el primer año de su mandato Himmler decretó una serie de medidas que ponían en la cuerda floja a los alemanes blancos que no encajaran en ellas. Quería la perfección racial obligando a los ciudadanos del montón a someterse a exámenes profundos para probar su pureza racial. Los hombres debían presentar una tabla genealógica impoluta a partir del año 1750. Las mujeres salieron un poco mejor paradas: en el código que dictaminaba su pureza bastaba que fuese probada desde 1800. En todo caso, tus ancestros debían poseer un expediente cristalino desde unas cinco generaciones atrás si es que querías ser ario.
En Mein Kampf Hitler dedica un capítulo completo a esa obsesión:
“También la historia humana ofrece innumerables ejemplos en este orden, ya que demuestra con asombrosa claridad que toda mezcla de sangre aria con la de los pueblos inferiores tuvo por resultado la ruina de la raza de cultura superior. La América del Norte, cuya población se compone en su mayor parte de elementos germanos, que se mezclaron sólo en mínima escala con los pueblos de color, racialmente inferiores, representa un mundo étnico y una civilización diferente de lo que son los pueblos de la América Central y la del Sur, países en los cuales los emigrantes, principalmente de origen latino se mezclaron en gran escala con los elementos aborígenes. Este sólo ejemplo permite claramente darse cuenta del efecto producido por la mezcla de razas. Mi lucha. ibid. p. 157
“Ya es una consecuencia de la acción del movimiento nacional-socialista el hecho de que en la actualidad todo género de asociaciones, sociedades y simples grupos, y si se quiere hasta “grandes partidos”, reclaman para sí el derecho de adjudicarse la denominación “volkisch” (racista). Sin nuestra influencia, jamás se les habría ocurrido a ninguna de tales organizaciones ni siquiera pronunciar esa palabra; probablemente no habrían tenido ni la más remota idea de su significación y en particular sus hombres dirigentes habrían carecido de toda relación con el sentido profundo que este concepto entraña…” Mi lucha. Ibid. p. 240
Cuando terciaba el tema del hombre como rebaño, Hitler tampoco se quedaba corto en sus improperios. Definía a sus congéneres no arios como ambiciosos, pero llenos de codicia, ávidos de poder, pusilánimes, ruines, corrompidos ingratos e insignificantes. En sus años en la cumbre se aplicó la cárcel de por vida para los homosexuales de ambos géneros, y los asilos para minusválidos y de enfermos mentales sufrieron mermas continuas de inquilinos sin que nadie se atreviera a indagar el destino de los ausentes. En esos duros días nadie hablaba tampoco de los KZ, los temibles campos de exterminio repletos de seres condenados a dormir diariamente pensando que no despertarían, porque la muerte les miraba con sonrisa sardónica desde todos los rincones; respirando minuto a minuto su mísera existencia asidos a las sombras de una indescriptible y descomunal pesadilla.
El 30 de enero de 1941, en el Palacio de Deportes de Berlín, Hitler recordó la paternidad británica de esos terribles campos instalados en África por los colonizadores y que los nazis, desbordantes de cinismo, quisieron hacer de ello un punto a explotar en su propaganda para la guerra que libraban. En un panfleto dirigido a los franceses se explayaban en detalles escatológicos sobre el tema y recordaban que Inglaterra los había inventado en 1900 por considerarlos el medio idóneo para exterminar a los Boers y otros pueblos levantiscos de su Imperio. No salían mucho mejor paradas las clases populares europeas, a las que desdeñaba por su falta de cultura y les negaba inteligencia formativa para emitir juicios generales sobre la política. La política, solía decir, es el arte de saber utilizar todas las debilidades del género humano para lograr los propios fines. Y, por supuesto, así lo hacían los judíos:
“El desconocimiento que reina en el seno de las masas acerca de la verdadera índole del judío y la falta de penetración instintiva de nuestras clases superiores, permiten que el pueblo sea presa fácil de esa campaña de difamación judía.
“Mientras las clases superiores por cobardía innata se apartan del hombre que resulta víctima de calumnias y difamaciones del judío, la gran masa del pueblo por estulticia o simplicidad mental, cree en estas calumnias.
“Políticamente el judío acaba por substituir la idea de la democracia por la de la dictadura del proletariado. El ejemplo más terrible en este orden lo ofrece Rusia, donde el judío, dominado de un salvajismo realmente fanático, hizo perecer de hambre o bajo torturas feroces a treinta millones de personas, con el sólo fin de asegurar de este modo a una caterva de judíos literatos y bandidos de la bolsa, la hegemonía sobre todo un pueblo.” Mi lucha. Ibid. p171.
En Viena Hitler vivió entre indigentes, pero siempre se sintió infinitamente superior a ellos. En aquel tiempo todavía no se imaginaba ejerciendo el poder, pero no dejaba de pontificar continuamente sobre el tema. Tenía que encontrar de algún modo una solución a los dilemas que lo atormentaban y finalmente lo consiguió. Estaba dibujando en lo más hondo de su ser el perfil de la que iba a ser su víctima preferida, el campo perfecto para dar rienda suelta a todas sus paranoias y su ansia de destrucción:
“Se hallaba precisado con claridad el camino que el ario tenía que seguir. Como conquistador sometió a los hombres de raza inferior y reguló la ocupación práctica de éstos bajo sus órdenes, conforme a su voluntad y de acuerdo con sus fines. Mientras el ario mantuvo sin contemplaciones su posición señorial fue, no sólo realmente soberano, sino también el conservador y el propagador de la cultura.” Mi lucha. Ibid, p. 159.
“La mezcla de sangre y, por consiguiente, la decadencia racial son las únicas causas de la desaparición de viejas culturas; porque los pueblos no mueren por consecuencia de guerras perdidas, sino debido a la anulación de aquella fuerza de resistencia que sólo es propia de la sangre incontaminada.” Mi lucha. Ibid.P. 160.
Pero nada novedoso estaba descubriendo el tirano que lentamente se perfilaba dentro de aquel peligroso personaje. En los periódicos y libelos vieneses que él leía, los judíos eran diariamente despreciados, difamados e insultados. No nos extrañemos, sin embargo; el antisemitismo es endémico en Europa desde tiempo inmemorial. Me atrevo a decir que el europeo medio sigue creyendo que de todos los males que ha padecido este Continente a través de los siglos tienen la culpa los hombres que un día, que se pierde en la noche de los tiempos sacó Moisés de las manos del Faraón. En este civilizado conglomerado que dio al mundo la cultura helénica, el Derecho romano, la vía Apia, la Divina Comedia, la Victoria de Samotracia de Poliorsietes, el Hermes de Praxiteles, Fidias y el Partenón, la Venus de Milo, los frescos de la Capilla Sixtina y tantísimos avances científicos y tecnológicos, perseguir, atropellar y matar judíos ha sido, en muchas ocasiones, un deporte sin fronteras. Tan es así que Hitler mismo en sus inicios, cuando aún no los había incluido en su catálogo personal de destrucción, llegó a sentir repugnancia por el lenguaje soez que utilizaba la prensa austriaca para referirse a los hijos de Abraham.
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