Adolfo Meinhardt - Adolfo Hitler

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En 2008, leyendo «The castle in the forest», uno de los buenos libros escritos por Norman Mailer, subrayé muy al comienzo de la obra la frase que inspiró el ensayo que ofrezco al público lector. Esta frase, traducida libremente del inglés viene a decir que en el momento de la concepción de Hitler el demonio sobrevolaba el lecho conyugal. Admito que nadie va corroborar este aserto; pero el hecho cierto es que hombres del calibre intelectual de Gregor Strasser, asesinado la noche de los cuchillos largos; Franz Pfeffer von Salomón, brillante militar al que Hitler dio el mando de la Sturmabteilung (SA) cuando Ernst Roehm se marchó a Bolivia durante dos años como instructor militar; Hans Frank, abogado de nota y ex gobernador de la Polonia ocupada, ahorcado en Nurenberg en 1946; y el 26 de enero de 1928 Frankfurter Zeitung, diario icono del liberalismo alemán de esos años afirmaron que Hitler llevaba dentro de sí un demonio que lo dominaba. Y hubo más, otros nazis de buen nivel intelectual, tanto civiles como militares en el régimen confirmaron en algún momento que su magnetismo tenía un halo que iba mucho más allá de lo natural.

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Es un misterio lo que hizo Johann Georg durante esos treinta años en los que la tierra se lo tragó, ni que lo impulsó a reconocer tan tardíamente su paternidad. Pero el 23 de noviembre de 1876 el párroco de Döllersheim, basado en una declaración notarial alteró el registro bautismal de Alois Schicklgruber cambiándolo por el de Alois Hitler. De ese modo, doce años antes del nacimiento de Adolfo, su tercer hijo, Alois ya firmaba Hitler, por lo que el niño nunca fue apellidado de otra maneraAlois tenía diez años cuando murió su madre, y continuó viviendo en Spital con su tío paterno. Aprendió el oficio de zapatero, heredó el andariego carácter de Martin Hütler y sin querer establecerse abandonó el hogar para probar fortuna. Fue zapatero remendón en Viena y probó suerte como policía en el Servicio Austriaco de Aduanas, donde finalmente se quedó. A los veintisiete años ascendió por primera vez en su trabajo y casó en primeras nupcias con Anna Glassl, la hija adoptiva de uno de sus colegas. Durante los dieciséis años siguientes continuó calladamente su ascenso como funcionario, en Branau y otras poblaciones limítrofes con Baviera, hasta el momento en que la inspección de finanzas le nombró jefe de aduanas de Passau. Su trabajo y su matrimonio con la hija de ese funcionario, que además aportó dote, fueron valorados y lo elevaron en la escala social. No abandonó del todo su relación con sus parientes de Spital, recibió una herencia del tío Johann Nepomuk Hütler (1807-1888) y fue en esos días cuando dio los pasos para legitimar el cambio de apellido que su padre había notariado en Weirazerz. Pero su matrimonio no arrojó réditos y después de una separación pactada, su esposa, que era 14 años mayor que él murió en 1883. Treinta días después de ese deceso se casó de nuevo, esta vez con Franziska Matzelberger (1861-1889), una amante que ya le había dado un retoño y que a los tres meses de la ceremonia nupcial le incrementó la prole con una hija a la que pusieron por nombre Ángela. Para Alois tampoco hubo suerte en este matrimonio. Al año del nacimiento de la niña la tuberculosis se llevó a Franziska. Alois cuidó esta vez las apariencias y aguantó año y medio de viudez antes de volverse a casar. La escogida se llamaba Klara Pölzl (1860-1907), una joven de la que lo separaban veintitrés años, nativa de Spital, tierra de los Hitler, donde su familia llevaba viviendo más de cuatro generaciones. Alois había llevado a Klara su lado para que cuidara de los dos niños habidos en sus matrimonios anteriores, pero Franziska todavía vivía cuando Klara ya llevaba en el vientre la semilla de su protector. Los enredos familiares, entretanto, se fueron desvelando: resultó que Klara era prima segunda de Alois y nieta de Johann von Nepomuk Hütler, el hombre que había recogido y criado a su marido. Fue pues, necesario, obtener dispensa eclesiástica para casar a Alois Hitler con su tercera mujer y finalmente, el 17 de mayo de ese mismo año nació en Braunau am Inn Gustavo, primer hijo del nuevo matrimonio. Éste, la hermana que le siguió, Otto y Edmund no sobrevivieron a los avatares de la infancia y solamente Paula, la última de sus hijos con Klara, llegó con su hermano Adolfo a la edad adulta. Ángela Hitler (1883-1949), la medio hermana del futuro Führer, Raubal por su matrimonio, nacida en Linz e hija de Franziska, fue la única de los parientes que mantuvo contacto con el dictador hasta la muerte de este en 1945, llegando a hacerse cargo en alguna ocasión, como ama de llaves, del Berghoff en Obersalzberg, el refugio montañoso de su complicado y peligroso hermano. Ella fue la madre de Ángela María “Geli” Raubal (1908-1931), la joven sobrina de la que el Führer se enamoró perdidamente y que se suicidó abrumada por el carácter posesivo y tiránico de su pretendiente, que ya por entonces se hallaba firmemente instalado en el camino hacia el poder. En Nurenberg, en sus deposiciones ante los aliados vencedores Hermann Goering (1893-1946) comentó que la muerte de esta muchacha fue un golpe considerable para el ego del tirano y conllevó el alejamiento definitivo, de su círculo íntimo, de cualquier pariente conocido o por conocer.

2.

Alois tenía ya 56 años cuando su hijo Adolfo enfrentó por primera vez la escuela primaria. Cuarenta años más tarde la desbordada hagiografía nazi no encontró recursos para magnificar esa importante primera etapa de nuestra vida. Era, simplemente, un niño que se desenvolvía sin mayores problemas en los estudios elementales y jugaba con sus condiscípulos en los campos y pequeños bosques de la región. A los 11 años, sin embargo, según cuenta él, surge un primer incidente con su dominante progenitor cuando ingresa en el real colegio de Linz. Hitler lo cuenta en Mein Kampf:

“No quería dedicarme al servicio civil. Ni la presión más abrumadora ni las más graves amenazas pudieron romper esta oposición… Un día comprendía que había de ser pintor, quiero decir artista… mi padre se quedó atónito: “¿Un pintor? ¿Un artista?, exclamó. Dudaba de que estuviese en mis cabales. Pensó que no había oído mis palabras correctamente, o que había malinterpretado lo que yo decía. Pero cuando le expliqué mis ideas y vio cuán seria era mi decisión, se opuso con la tenaz determinación que le era característica… “¡Artista! No mientras yo viva, nunca.” En este punto se empató nuestra disputa. Mi padre no abandonó su “nunca” mientras que yo afirmaba más mi “a pesar de todo”. Mi Lucha, p.21. La edición aquí citada es la traducción no expurgada de James Murphy. (Hurst & Blackett, Londres, 1939) Citada en Alan Bullock, tomo 1º p.5 de Biografías Gandesa, México D.F. 1955.

Alguno de sus biógrafos admite que ésta pueda ser la verdad de lo sucedido, pero a mí me cuesta creer que fuese así. Un hombre de 56 años criado y formado en un mundo decimonónico como aquel, no me lo imagino bien acomodado en su sillón discutiendo de tú a tú con un con su hijo de 11 años en el victoriano y patriarcal siglo xix. Tal posibilidad no encaja en mis esquemas. Además, hay indicios suficientes para pensar que le daba a su hijo sonoras tundas cuando se salía de la línea. Hitler, en su libro escribe para agigantar su imagen, no para contar que a las primeras de cambio se rindiera ante el primer escollo, aunque ese escollo fuese su padre y él tuviera sólo 11 años de edad.

Adolfo Hitler fue un estudiante mediocre, pese a su indudable inteligencia, y ese hecho no admite discusión. En Mein Kampf y en donde quiera que el tema estuvo en debate intenta descargar la culpa sobre la figura paterna. Pero esa figura es Alois Hitler, un hombre huérfano de padre a muy tierna edad, que conoció la penuria y que luchó denodadamente para escapar de la pobreza y la mediocridad que en sus inicios lo acosó. Un hombre que poco a poco fue ascendiendo en el escalafón y poco a poco fue cambiando el mundo en que sus varias mujeres y sus hijos supervivientes tuvieron que respirar. Fue un triunfador en el modesto entorno laboral en que se desenvolvió y nadie que haya hojeado su currículum lo puede rebatir. Su mismo hijo lo corrobora en las primeras páginas de su ideario, cuando escribe:

“Mi padre, hijo de un pobre campesino, no había podido resignarse en su juventud a quedar en la casa paterna. No tenía trece años, cuando lio su morral y se marchó del terruño. Iba a Viena, desoyendo el consejo de aldeanos de experiencia para aprender allí un oficio. Ocurría esto el año 50 del pasado siglo. ¡Grave resolución la de lanzarse en busca de lo desconocido sólo provisto de tres florines! Pero cuando el adolescente cumplía los diez y siete años y había rendido ya su examen de oficial de taller, no estaba sin embargo satisfecho de sí mismo. Por el contrario, las largas penurias, la eterna miseria y el sufrimiento, reafirmaron su decisión de abandonar el taller para llegar a ser “algo mejor…” Con la tenacidad propia de un hombre, ya casi envejecido en la adolescencia por las penalidades de la vida, se aferró el muchacho a su resolución de llegar a ser funcionario y lo fue. Creo que poco después de cumplir los 23 años consiguió su propósito.” Adolf Hitler. Mi lucha. Ibid.p.24

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