He logrado obtener de los sitios web una enorme información en volumen, pero que no ha sido de mucha utilidad temática para esta monografía, “Rafael Gutiérrez Girardot y España”, pues se trata, en su mayoría de los debates muy puntuales de asuntos colombianos que tanto llamaron, en su momento, la atención local. Son, sobre todo, material en red relativo a las polémicas en torno a los nadaístas Fernando González, Estanislao Zuleta.
En fin… Mientras culminaba la fase de corrección de esta investigación, llegó el 1 de marzo de 2021 de Alemania una caja de 25 kilogramos del legado de Gutiérrez Girardot, enviada a este, como sorpresa inusitada, por su hija Bettina. Pues la novedad consiste en que por fin tenemos una imagen más completa, si no decisiva, de su extensa obra crítica, que, entre otras cosas, podría ser de unos 45 tomos. Ahora tenemos a la mano su correspondencia con Martin Heidegger, con Golo Mann y alguna pieza de más con Hugo Friedrich. Tenemos, pues, ahora, en este envío, otras 2500 quinientas piezas epistolares, por ejemplo, las largas y jugosas cartas con el crítico uruguayo Ángel Rama, que componen más de 60 cartas, en la época más importante, como director de Biblioteca Ayacucho. Así que ya podemos saber en detalle cuál fue el proyecto de entre ambos, qué plan maestro se idearon para llegar a cabo la más imponente realización editorial de nuestro continente. Esto tiene un valor inestimable. También, y esto quizá con anécdota o valor simbólico para muchos, tenemos la última carta de Jorge Gaitán Durán, que escribe solo tres días antes de su fallecimiento, en accidente aéreo, del 19 de junio de 1962. Tiene al margen a su amigo fallecido, la nota a lápiz: “última carta. El 21-22 murió en accidente”. También hay una extensa carta de 1960 a Jaime Vélez Correa, S. J., que brinda datos inéditos hasta ahora de su biografía intelectual. Gracias a esta documentación adicional, de última hora, se lograron completar las piezas epistolares con la intelectualidad española, de que aquí se trató de sacar el mejor provecho.
Ahora podemos entablar no solo una red de intelectuales, una compleja y detallada vida intelectual, sus relaciones estrechas e, incluso, íntimas con Eduardo Mallea, Gonzalo Sobejano, Pepe Valente, los hermanos Goytisolo, R. H. Moreno-Durán, Ángel Rama, José Luis Romero, Hugo Friedrich, Alfonso Reyes, Nils Hedberg, Rubén Jaramillo Vélez, Fernando Charry Lara, Pedro Gómez Valderrama, hombres muy representativos de su cultura filosófica, literaria e histórica de sus países. Este cosmopolitismo intelectual que también se desplegó en otras múltiples realizaciones, en diversos espacios de la actividad intelectual, en universidades, congresos, foros, prensa, revistas, editoriales. El intelectual vive de estas relaciones, de este complejo y diverso y rico universo, que, en el caso de Gutiérrez Girardot, se despliega con un vigor inusitado, con una irreverencia, pero, sobre todo, con una pasión por América Latina. Por una devoción por la inteligencia que siempre hizo presente en el caso suyo por Heidegger, Zubiri y Reyes, quienes fueron sus maestros.
¿Qué significa que venga este legado al país, que se añade al ya existente en la Universidad Nacional? Mucho. Una lección de patriotismo y generosidad para un país que lo saquean por todas partes. Solo basta pensar en la familia de García Márquez que negoció sus papeles por millones de dólares a la Austin Texas University. Una vergüenza insólita. Es increíble que nadie, ni académicos, ni los profesores o ministros de cultura o educación, no hayan pegado el grito en el cielo. Ni los que proclaman que García Márquez es de nuestras entrañas culturales, como creo lo fue su contemporáneo Gutiérrez Girardot. La fama no es la única medida de la importancia cultural. El legado de Gutiérrez Girardot, y no hago un distingo de escalas de éxito comercial o bulla mediática, es de gran importancia, una pieza central de la vida cultural de nuestra nación. No diferente es el asunto con los herederos de Tomás Carrasquilla, con los de León de Greiff, que acaparan hasta el abuso los escritos de sus ascendientes, de los ilustres literatos que se deben sacudir en su tumba por el atropello a su memoria.
Riesgos con las fuentes, nota autobiográfica
El investigador social, el historiador y el filólogo viven en un continuo naufragio: el del océano de documentos, opiniones, criterios y demandantes estados de la cuestión, los cuales son inabarcables por su naturaleza. Todos parecen o no tener la razón. Cada cual dice una cosa y otro la contradice del mismo modo persuasivo. El náufrago estudiante se convierte rápidamente en un autista de su propia desesperación. Todo da vueltas en la cabeza, todo gira en un cosmos de fuentes que marea. Navega por un océano de incertidumbres y las olas incesantes lo tiran de aquí para allá. Pero hay que reaccionar, con decisión tan autoritaria como modesta. Simplemente no sucumbir es una simple cuestión de carácter.
Podríamos resumir que la biografía intelectual consiste en dar pautas siempre posibles, en trazar las líneas básicas y comprensivas de una trayectoria hipotética e hirsuta, que está entrecruzada de datos positivamente documentados y conceptos que proceden de los datos, y en seguirlas hasta agotar la veta, como en un socavón de mina profunda. Pero adentrarse en este, palpar las vetas fecundas y examinar las rocas inertes es una aventura intelectual por sí misma, un juego de fantasía, desgaste, resistencia e imaginación. Sumergirse en la vida de otro, en este caso, de un “ilustre muerto desconocido”, como decía de sus indagaciones de la literatura colonial Juan María Gutiérrez, 34descifrar las líneas evidentes y las escritas en tinta invisible, es un desafío abismal, casi un desafuero cognitivo.
¿Qué podríamos saber a ciencia cierta del otro, del muerto, del fantasma titilante que se nos presenta y se nos escapa a cada instante, que juega con nosotros, huye y vuelve a emerger cuando estamos al borde de desistir de perseguir la sombra? ¿Creen acaso que los documentos no hablan y al tiempo enmudecen, que se leen en el día y no resurgen en los sueños en la noche, en medio de pesadillas, o que son papel húmedo, muerto, unidireccional? ¿Acaso no es posible que esa familiaridad de lo mismo con lo mismo no desemboque en una esterilidad deprimente? ¿A partir de qué punto emerge la pregunta, el problema que guía la investigación? Sabemos, pretendemos y afirmamos un asunto. La pregunta, que es el punto de partida de toda investigación histórica, y por tanto la biografía intelectual es, en principio, una ciencia empírica, surge del reconocimiento de lo que se sabe y de lo que se desea saber y está en la oscuridad. Cada descubrimiento invita a indagar más lo conocido, en una dirección hasta ahora no cuestionada. Un “círculo de niebla”, como dice Droysen en su afamada Histórica, 35rodea nuestras representaciones del mundo del pasado, pero es cuestionado en el momento singular en que lo recibido no satisface nuestra curiosidad, en que ella reacciona contra lo ingenuamente recibido. Esa reacción recibe el nombre de duda, busca examinar lo recibido como fe para ser reaprendido.
Todos podemos afirmar que la vida histórica está en nosotros, que somos simple memoria ardiente. Parcial y subjetivamente, esto es una realidad. Nuestra existencia es una proyección de nuestros deseos y frustraciones, y hacemos de la escritura histórica reclamo y reivindicación, es decir, justicia y medio falsas demandas, presentándonos en el colmo del púlpito de la época como árbitros imparciales del pasado. Acumulamos, ordenamos, seleccionamos y analizamos las fuentes; decidimos qué decir, omitir o velar, por mérito, audacia, pereza, poder o maldad de clase, género, raza y partido (este es el quid de la historia oficial; entre nosotros, desde Henao y Arrubla, hasta… ¿quién?). Es un problema determinar el relieve, y por ello se puede llegar a preguntar si esto al fin es novela o ciencia, pues una novela contiene elementos incontrolables que desacreditan la postulación científica del trabajo, pero la técnica narrativa, en caso de dominarse, también contribuye a precisar el objeto científico. En cualquier caso, hay que ordenar discursivamente las fuentes, darles forma y cuerpo, como hace todo paciente y soberbio historiador, que ante ellas se emociona de modo onanista. De ahí que toda genuina historia es una potencial novela, una de non-ficiton, y no hay poder para dirimir el deslinde entre lo objetivo y lo caprichoso, entre lo épico y lo cómico, aunque siempre tengamos un manual metodológico para evitar esta grotesca contrariedad. En suma, hay que construir, reconstruir y destruir en un ciclo continuo de indecisiones.
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