Posrazón
La posmodernidad se caracteriza por una ruptura brusca con la tradición moral y religiosa hebrea y bíblica. Sin embargo, el espíritu posmoderno también busca desprenderse de los criterios de verdad en el campo de la ciencia misma, rompiendo con la tradición racionalista de la Ilustración, que caracteriza a la posmodernidad como una cultura posracional. La filosofía posmoderna niega a la razón su pretendido liderazgo en el campo del conocimiento, admitiendo también la experiencia y la intuición.
La crisis de la razón y el colapso del modelo de civilización marcado por la racionalidad significan que el pensamiento lógico occidental ha entrado en declive. Para los posmodernos, sin embargo, tal fenómeno no es exactamente el fin del mundo, sino la posibilidad de un nuevo comienzo. Gianni Vattimo rechaza las predicciones apocalípticas enfatizadas por aquellos que ven el fin de la modernidad como un signo de decadencia cultural, y afirma que la reanudación de la historia confirma el sentido de determinación del papel del ser humano en la historia (1996, p. ix).
En esta nueva era, parece ser una meta superar la dictadura de la razón. Después de conocerla y experimentar su naturaleza represiva de la emoción y la intuición, la humanidad parece estar avanzando hacia la “posrazón”. Este movimiento no se produce sin traumas. El mundo occidental está experimentando un drama: “Es nuestro dilema con la razón. Antes la necesitábamos y hoy sentimos que nos corroe, que destruye todo lo que tenemos de puro, sublime, íntimo” (Marcondes Filho, 1993, p. 25). Se busca, por lo tanto, recuperar los componentes de la naturaleza humana que la razón ha atrofiado: lo sensible, lo imaginativo y la fe, un modelo místico que no ofrece más que un simulacro de Dios.
La crisis de la cultura y de los valores tradicionales occidentales se debe al hecho de que el Dios bíblico y su Palabra han sido excluidos de la escena del pensamiento moderno. Vattimo dice que si “en el mundo contemporáneo, Dios murió”, “el hombre no está muy bien” (1996, p. 17). La salida de la crisis cultural, en este caso, sería traer a Dios de vuelta al centro de la realidad. Heidegger dice que esto puede ocurrir a través de un retorno al pensamiento creativo, capaz de sintonizar la “verdad del ser” (1967, p. 98). El posmoderno extraña a Dios, pero no al Dios tradicional. Así, el “Dios” posmoderno no es la otredad suprema o el Dios cristiano, sino la intimidad del ser. Cuando los posmodernos hablan de Dios, hablan de una sustancia de sí mismos, elevada a un estatus divino.
Posdualismo
Una quinta característica del espíritu posmoderno es la superación o negación de las concepciones dualistas de la realidad del universo, que eran tan evidentes en la cultura occidental. Esta negación del dualismo se produce con el fin de fortalecer la visión inmanentista de lo sobrenatural y abre el camino a las experiencias místicas.
En el mundo posrazón, la religiosidad ocupa un lugar de interés como manifestación cultural. Sin embargo, los posmodernos no discuten la existencia de Dios, sino su utilidad. Según el antropólogo Aldo Natale Terrin, en la posmodernidad, “Dios no se conoce, no se comprende, sino que se utiliza”. Argumenta que, en la conciencia religiosa, las preguntas sobre la existencia de Dios, cómo es y quién es, son todas irrelevantes. “No Dios, sino la vida, un poco más de vida, una vida más amplia, más rica, más satisfactoria, que es, en última instancia, el propósito de la religión posmoderna. El amor a la vida en todos y cada uno de los niveles de desarrollo es el verdadero impulso religioso” (1996, p. 220).
Los posmodernos también desprecian cualquier cosmovisión construida sobre bases maniqueas o dualistas. La ruptura con la tradición moral o teológica revelada, en este caso la hebrea y la bíblica, favorece el surgimiento de una visión holística del universo y del ser humano. Según esta nueva visión, el ser humano busca su encuentro y unidad con lo sobrenatural sin mediación. En esta concepción posdualista, los mediadores ya no son necesarios porque “Dios” sería parte del hombre.
Terrin establece un movimiento cíclico en la mentalidad occidental, que parte de Dios, pasa por el racionalismo y vuelve a Dios, pero ya no reconoce a lo divino como separado de lo humano. Lo que él llama “ itinerarium ad Deum ” se mueve según este orden: abandono de la mentalidad mítica, razón, crisis de la razón, renacimiento de la intuición, redescubrimiento de Dios en el mundo, misticismo natural y carácter oriental (1996, p. 77). La espiritualidad posmoderna, por lo tanto, se forma sobre estas bases posdualísticas y holísticas.
En el holismo posmoderno la noción de la deidad es diferente de la visión hebrea y bíblica. La teóloga María Clara Bingemer recuerda que el significado bíblico de santidad atribuido a Dios lo califica como el Otro, separado. Dios es aquel que “no se añade a nada ni a nadie” (1998, p. 85). Karen Armstrong señala que “la aparición de Yahvé en el Monte Sinaí había enfatizado la inmensa brecha que se había abierto repentinamente entre el hombre y el mundo divino. ‘Ahora los serafines gritaban: ¡Yahvé es Otro! ¡Otro! ¡Otro!’ (Isa. 6:3)” (1994, p. 52). El sentido de “separación” en la comprensión de la naturaleza divina en el pensamiento mosaico es que Dios es “Otro” en el sentido de ser “santo”. Así, el “dualismo” bíblico podría caracterizarse como el resultado de la distancia entre la santidad divina y la pecaminosidad humana. Además, Dios es “Otro” por ser una persona individualizada.
Esta cosmovisión ha sido exacerbada por la filosofía griega, que enseña que no solo Dios es distinto del mundo, sino que la materia es diferente en relación con el espíritu, y que no hay interacción entre estas diferentes realidades. Para los posmodernos, ya sea que haya Dios o espíritus, no son espirituales, como creían los hebreos, los cristianos y los griegos. Para que existan, deben estar en una dimensión presente en la materia y captados a su nivel.
La idea de un Dios inmanente se ajusta a la ansiedad humana en la cultura posmoderna, que ya no soporta más la espera por un reino futuro ni por una experiencia con lo divino que se reserva para el porvenir. Los pueblos modernos quieren un Dios inmanente que ofrezca un cielo en el presente. Quieren experimentar a Dios como una dimensión de sí mismos. El posmoderno “inmerso en el narcisismo, es incapaz de salir de sí mismo por medio de otra cosa que no sea su yo, con todas sus proyecciones” (Terrin, 1996, p. 75).
El teólogo jesuita João Batista Libânio entiende que el predominante concepto del Dios inmanente resulta de la “individualización de la religión”, es decir, la religión ahora es fruto del individuo, y no de la iglesia (1998, p. 62). Esta individualización deshace los límites impuestos por la iglesia y por los dogmas, y multiplica las expresiones religiosas, generando “una sensación de inundación religiosa”, que proyecta la deidad bajo una forma no trascendente, sino inmanente. A partir de este concepto de divinidad presente aquí y ahora, “la religión se alía plenamente al movimiento ecológico, dándole una dimensión espiritual”, y proclamando que “Dios está presente en todo y todo está en Dios” ( ibíd. , p. 70).
Para Terrin, “el cristianismo es al menos en parte responsable por nuestros males actuales, porque siempre separó y contrapuso la naturaleza a Dios, el cuerpo al espíritu, el mundo natural al sobrenatural, la gracia al pecado, la ciencia a la religión, el sujeto al objeto” (1996, p. 81). La visión cósmica, o el dualismo entre naturaleza y espíritu al que Terrin se refiere, sin embargo, no es la visión bíblica, aunque sea la visión cristiana difundida a lo largo de la historia. El Salmo 19:1, por ejemplo, afirma: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Esto sugiere que Dios no está aislado de la naturaleza. Él es distinto de ella, pero se comunica con ella y también por medio de ella.
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