Según Foucault, la discusión de verdades universales, fecunda en tiempos pasados, sobrevive con dificultad y “es conducida por farsantes y forasteros” ( ibíd. , p. 227). Él veía al inconsciente como “la extremidad implícita de la consciencia”, a la mitología como una posible “visión del mundo”, y un romance como una vertiente exterior de una “experiencia vivida”. Argumentó que esas “fuentes” antes rechazadas por la razón, han traído “verdades nuevas” ( ibíd. , p. 229).
La comprensión posmoderna del conocimiento, por lo tanto, se basa en dos presuposiciones fundamentales: (1) toda explicación de la realidad es una construcción válida, pero no necesariamente verdadera; y, (2) no hay conocimiento universal revelado por entidades sobrenaturales o concebido por la mente humana. Esa es la columna vertebral del posmodernismo. Es una línea en común desde Nietzsche hasta los actuales pensadores posmodernos, y representa una deconstrucción de la tradición y de la verdad religiosa.
Schaeffer dice que no solo es diferente la naturaleza del pensamiento posmoderno, sino también la propia manera de pensar. Para él, “la razón por la que muchos cristianos no están entendiendo a sus hijos es porque están siendo educados en función de otro modo de pensar” (1974, p. 43). Cuando a alguien educado según los patrones posmodernos se le dice que determinado concepto es verdadero, esto no significa para él lo mismo que significa para una mente moderna. Para el último, algo “verdadero” es infalible y absoluto; para el posmoderno, “verdadero” puede significar apenas “bueno” o “útil”.
La relativización del conocimiento cambia también el objetivo de la investigación. La meta del estudioso pasa a ser “nivel de desempeño”, en lugar de la “verdad”. La pregunta deja de ser “¿será verdad?”, y pasa a ser “¿para qué sirve?” (Grenz, 1997, p. 80).
Inicialmente, el relativismo afectó a las normas y los valores tradicionales, dejando de lado a la ciencia, cuyos resultados fueron vistos como objetivos. A medida que se avanzó en la profundización de las ideas posmodernas, el relativismo parece haber alcanzado incluso los conocimientos científicos. Sérgio Paulo Rouanet afirma que nuestra época “tuvo el privilegio de historiar las ciencias exactas: nuestra física no es mejor que la renacentista, la medieval o la griega; la teoría de Copérnico no es más exacta que la de Ptolomeo”. Así, “todas ellas son válidas, dentro de su respectivo paradigma. También aquí la razón es contextual y solo produce verdades contextuales” (1996, p. 294).
Rouanet encuentra el motivo de tal relativización en la exaltación del inconsciente como fuente de “verdades”; lo cual, para él, es una interpretación irracional del psicoanálisis. “Se exalta al inconsciente como portador de verdades más altas que las accesibles al yo consciente ( ibíd. ). El “descubrimiento” del inconsciente en la vida psíquica representa, sin duda, un giro radical en la historia de la razón que convierte a sus postulados en infinitamente frágiles, sujetos en todo momento a ser tragados por los “descubrimientos” (o “revelaciones”) del inconsciente.
De este modo, el posmodernismo desacredita la existencia del conocimiento trascendente y favorece la exaltación del inconsciente y de la experiencia individual como fuente válida de conocimiento, a través de su sondeo por meditación, hipnosis, sueños, visiones e intuición –lo cual favorece el misticismo y la religiosidad natural–, ajena al concepto de verdad; disuelve los límites entre lo moral e inmoral, lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal. En el nihilismo resultante, nada es mejor que nada.
El resultado de esta visión del mundo es una búsqueda intensa, a veces inconsciente, de seguridad y certeza. El ser humano volvió a sentirse tan frágil y desprotegido sobre la Tierra como se sentía el hombre primitivo amenazado por el viento, las tempestades y las fieras del campo. Esa inseguridad y ese sentimiento de orfandad se desvanecen en la búsqueda generalizada de la trascendencia, que se expresa en la difusión de las sectas orientales, en el misticismo cristiano y en el éxtasis de las drogas.
Autonomía y diversidad
Una segunda característica del posmodernismo es la autonomía alcanzada por el individuo en relación con la creencia y el comportamiento moral. Esa autonomía implica evidentes pérdidas en el campo religioso. Heidegger propone la apertura a la diversidad: “El pensamiento de Platón no es más perfecto que el de Parménides. La filosofía hegeliana no es más perfecta que la de Kant. Cada época de la filosofía tuvo su propia necesidad” (1991, p. 72).
Para los posmodernos, el derecho innegociable de elegir a quién votar, qué vestir o qué comer debe también prevalecer cuando se trata de lo que es correcto y de la verdad. Las encuestas de opinión y de marketing , así como Internet, fortalecen esa autonomía individual. El filósofo Edgar Morin considera que no es más posible hablar de “cultura de masa”, ya que la interactividad abrió el espacio para que el receptor se convierta en evaluador y emisor de mensaje (1997, 1, pp. 23-45).
En la primacía del individuo, el mundo, incluyendo la religión, necesita amoldarse al gusto y necesidad del consumidor, considerando la medida de todas las cosas. En el campo religioso, la independencia también impera. Al explicar por qué las personas son indiferentes a las normas de las iglesias a las que profesan pertenecer, el sociólogo Flávio Pierucci dice: “La tendencia que parece generalizarse, especialmente entre la clase media, es la de una religión de ‘hágalo usted mismo’, en la que cada uno es el dueño absoluto de su propia religión” (Moi, 1998, 3, p. 4).
La libertad de elección del individuo requiere que todo tipo de corriente de pensamiento, modelos culturales y de creencias estén disponibles. Así, el posmodernismo fomenta la diversidad en todos los aspectos de la vida.
Los posmodernos proponen una “guerra a la totalidad” y un rechazo a toda especie de “universalismo”. Esa mentalidad, sin embargo, borra y niega a otras culturas a través de la falsa promesa de incorporación a una humanidad universal (Connor, 1996, p. 37).
En ningún otro campo el impacto de la diversidad es tan evidente como en relación con lo sagrado, donde se verifica una especie de privatización y descentralización religiosa, con predominio del relativismo y el consecuente surgimiento vertiginoso de las nuevas iglesias y sectas. En 1999, el periódico Folha de S. Paulo abordó en el suplemento “ Mais! ” la “privatización religiosa” con el título “Busca pela fé” (26/12/1999), usando titulares como: “Hijo de Oxalá, católico, y con fe en la reencarnación”; “El fin de la unión Estado-Iglesia amplió la oferta de religiones”; y “La religión no es más una herencia, sino una opción”.
La diversidad no tiene frontera. El fallecido papa Juan Pablo II, basado en la Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano, declaró que “la Teoría de la Evolución es más que una hipótesis” (Godoy, 1997, p. 31). Sobre la declaración papal, el sacerdote Paul Schweitzer, de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, afirmó que “el Génesis fue escrito como un mito de la creación basado en la idea que el pueblo de aquella época tenía de Dios”. Refiriéndose a la diversidad posmoderna, Rouanet dice:
El mundo religioso pasa a dominar el mundo de la razón profana. Esto es lo que está sucediendo cada vez más, en todas partes. Las religiones oficiales están perdiendo su influencia, pero las variantes fundamentalistas de estas religiones están creciendo. Este es el caso del fundamentalismo islámico, por supuesto, pero también del fundamentalismo protestante, en las sectas pentecostales, e incluso del fundamentalismo católico, en la llamada iglesia carismática. El poder de las sectas mesiánicas, que promueven los suicidios colectivos, está aumentando.
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