Phodidas Ndamyumugabe - Predicando desde la tumba

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En solo cien días de 1994, extremistas hutus masacraron a más de un millón de tutsis en Ruanda. Ante una matanza tan atroz, un joven adventista tutsi se negó a quebrantar los mandamientos de la Biblia. Como con Daniel y sus tres amigos, Dios intervino vez tras vez, no solo para salvarle la vida, sino también para darle la oportunidad de testificar en el proceso.

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Nunca olvidaré a Charles. Era uno de los jóvenes a quienes le había predicado. Otros habían sido bautizados, pero Charles no, porque su padre se negó a darle permiso para hacerlo. Recuerdo haber hablado con él antes del servicio bautismal, mientras él lloraba incontrolablemente. Su padre simplemente no quería que fuera bautizado, y todos los esfuerzos de su madre por hacerlo entrar en razón fueron en vano. Le pedí a Charles que tomara una decisión difícil: le dije que tenía que decidir entre obedecer a su padre o a Dios. Este era su dilema. Volvió a su casa y trató una vez más de convencer a su padre, pero fue inútil. Charles no se bautizó, y nunca volvería a tener la oportunidad de tomar esta decisión por el bautismo.

Luego de la campaña evangelizadora en el Lycee de Kicukiro, comenzaban las vacaciones por Pascua, y los colegios cerraron. Muchos jóvenes se estaban reuniendo para orar. Me invitaron dos veces esa semana, antes del genocidio, a hablar en reuniones de ese tipo. El martes consagramos el día completo a la oración en la casa de un miembro de iglesia. Tuve la oportunidad de fortalecer a los jóvenes que temían su posible próxima muerte.

Durante nuestra reunión, muchos informaron que había habido algunos ataques en sus vecindarios y que no iban a volver a sus casas esa noche. Luego de conversar un poco sobre eso, oramos pidiendo protección al enfrentar un futuro que se volvía más y más incierto. Luego del día de oración, nos sentimos convencidos de que Dios nos salvaría la vida sin importar lo que ocurriera. También afirmamos en nuestro corazón que, si algo pasaba, el problema más serio que enfrentábamos era no estar listos para la vida eterna.

El miércoles tenía otro compromiso con un grupo pequeño de miembros de iglesia. Ellos tenían preocupaciones similares sobre la agudización de la situación política. Les di algunas palabras de aliento, y concluí nuestra reunión con una oración pidiendo que prevaleciera la voluntad de Dios ante la crisis que se agravaba.

2“Institut Technique Industriel de Goma”, el nombre de uno de los colegios secundarios en la ciudad de Goma.

Capítulo 4

Declaración de identidad

“Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza,

nuestra ayuda segura en momentos de angustia.

Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra

y las montañas se hundan en el fondo del mar;

aunque rujan y se encrespen sus aguas,

y ante su furia retiemblen los montes”

(Salmo 46:1-3).

El 6 de abril de 1994, al caer la tarde comenzó la calamidad para Ruanda. Yo había estado orando con un grupo de amigos a lo largo del día. Al regresar a casa, pasé por la casa del primer anciano de mi iglesia para hacerle unas preguntas sobre cuestiones de nuestra iglesia. Para mi asombro, luego de unos pocos minutos de conversación, él tuvo una inusual sensación de peligro y me pidió que me fuera a mi casa inmediatamente.

Salió conmigo hasta la cerca que rodeaba su casa, y vimos algo que parecía una enorme estrella fugaz camino a la parte oriental de la ciudad. Duró mucho más que una estrella fugaz normal. En realidad, era el avión que llevaba a Juvénal Habyarimana, el presidente de Ruanda, y a Cuprien Ntaryamira, el presidente de Burundi. Acababan de derribar ese avión. Los dos presidentes venían de la capital de Tanzania, Dar es Salaam, de una cumbre de poder compartido entre el gobierno de Ruanda y el Frente Patriótico Ruandés.

Apenas llegué a casa escuché un anuncio público en la radio nacional que decía que nadie debía salir de su casa hasta un nuevo aviso por parte de las autoridades civiles adecuadas. Pasamos toda la noche en oración, pensando que la situación pronto volvería a la normalidad. Mientras tanto, se estaban intensificando los disparos por la ciudad. El ejército gubernamental y la milicia estaban visitando y revisando cada hogar, buscando matar tutsis.

La mañana del 9 de abril de 1994 les era imposible a todos en la ciudad de Kigali asistir a la iglesia, porque se estaba matando gente por todas partes, y la milicia había bloqueado cada calle. En lugar de arriesgarnos a caminar hasta nuestra iglesia, como a dos kilómetros de distancia, invité a mis vecinos a casa para una reunión de oración. Todos teníamos miedo de lo que estaba ocurriendo. Vinieron algunas personas, y para las 9 habíamos comenzado la reunión.

Para nuestra meditación, elegí un capítulo titulado “El tiempo de angustia” del libro El conflicto de los siglos , de Elena de White. Pensé que era un tema relevante, teniendo en cuenta las atrocidades que estaban ocurriendo en nuestro país. Yo estaba dirigiendo la reunión de oración; y mi propósito era llevar la atención del grupo temeroso a la promesa de Dios de que está con su pueblo aun durante las pruebas más severas. Refiriéndome a la experiencia de Jacob, que luchó con el Ángel hasta que lo bendijo,3 sugerí que lucháramos con Dios en oración. Les recordé que él sería nuestro escudo en un tiempo de prueba semejante.

Mientras estaba leyendo y relacionando los pasajes con nuestra experiencia actual, hubo una repentina interrupción. Seis soldados armados de la milicia irrumpieron en la entrada de mi casa y tocaron la puerta con fuerza, gritando con enojo. Podía verlos a través del vidrio de la puerta del frente. Como no había otra salida, mi ayudante en la casa les abrió la puerta mientras ellos seguían gritando y amenazando con disparar. Nos pidieron a todos que permaneciéramos sentados mientras ellos nos rodeaban.

–¡Saquen sus identificaciones! –nos ordenó uno, que parecía ser el cabecilla del grupo.

En nuestro grupo había algunos tutsis y otros que no lo eran. Los tutsis habían desechado sus identificaciones porque demostraban quiénes eran y eso significaría su muerte. Los hutus mostraron sus identificaciones y yo pretendí mostrar la mía también. Saqué de mi bolsillo trasero mi permiso residencial porque no tenía identificación étnica. Pero el permiso se veía diferente, y esto llamó la atención inmediatamente al hombre que estaba más cerca de mí. Me lo sacó de la mano y demandó que le mostrara mi identificación nacional. Yo sabía que estaba en graves problemas. Rápidamente, pero a regañadientes, saqué mi identificación tutsi del bolsillo de mi camisa. Se la di, sabiendo perfectamente lo que significaría hacerlo. Estaban buscando tutsis para matar, y ahora yo sería su siguiente víctima.

Apenas el hombre de la milicia descubrió que yo era tutsi, les anunció su descubrimiento a los demás con mucho entusiasmo:

–¡Prepárense para matar! –gritó.

Inmediatamente todos los hombres levantaron sus machetes sobre mi cabeza, esperando la señal para cortarme en pedazos. Por un momento me sentí paralizado. Mientras tanto, los hombres de la milicia no terminaron de investigar al resto de las personas del grupo y parecieron olvidarse de ellas. No había evidencias para probar que fueran tutsis, pero al menos habían encontrado a uno. Yo seguía orando en silencio a Dios para que hiciera algo en esta situación. Ahora los hombres estaban culpando a mis amigos por haber simpatizado con un tutsi que, según ellos decían, debían considerar un enemigo. Para salvarse, la mayoría de ellos dijo que no sabían que yo era tutsi.

Entonces, de repente, con los machetes todavía sobre mi cabeza, sentí un fuerte impulso a decir algo. Sentí un extraño poder en mí mientras levantaba mi cabeza para ver al hombre que acababa de dar la orden. Rápidamente, y con una audacia inusual, levanté en alto mi Biblia y declaré firmemente:

–En esa identificación dice “tutsi”, pero en mi corazón dice “Ciudadano del cielo”.

El comandante de la milicia me sacó la Biblia de la mano. Con muchísima ira, la arrojó al piso y la pisoteó. Mientras esto ocurría, cerré mis ojos de nuevo y bajé la cabeza con decepción. Oré: “Señor, pensé que pelearías por mí en un momento así, pero ahora te están despreciando, ¡y están pisoteando tu Palabra! ¿Por qué no haces nada?”

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