Phodidas Ndamyumugabe - Predicando desde la tumba
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De alguna forma, esto me hizo olvidar mis principios en cuanto a la observancia del Día de Reposo. Yo era adventista, y sabía que debía descansar el sábado. El colegio al que asistía ahora era una institución católica. Había clases cada día de la semana, excepto el domingo.
No mantener mis estándares por un tiempo hizo que me diera cuenta de los peligros de un nuevo ambiente. Los nuevos amigos que hacemos, un nuevo trabajo o un nuevo colegio pueden desafiar nuestros principios espirituales. Pueden demostrar ser beneficiosos o, si no somos cuidadosos, a veces pueden frustrar nuestros objetivos y propósitos en la vida. A menudo subestimamos su potencial para cegar nuestra mente y alejarnos de nuestro camino espiritual.
Pronto, mi entusiasmo por asistir a este nuevo colegio se convirtió en confusión y duda. Ahora me preguntaba si debía estudiar o no en sábado. Desafortunadamente, me llevó cierto tiempo tomar mi decisión final. Mientras trataba de convencerme de que no tenía otra opción más que olvidar el sábado para avanzar en mis estudios, Dios me dio un mensaje que no me dejó duda alguna de lo que estaba sucediendo. Esto me ayudó a convencerme de que, si iba a ser fiel a Dios, tenía que dejar de asistir a clases los sábados, aun si por eso me echaban del colegio.
Durante el tiempo que fui a clases los sábados, asistí a cada programa de sábado de tarde en la Iglesia Adventista de Goma. Un anciano de iglesia, el Sr. Kabwe, estaba enseñando del libro del Apocalipsis. Asistí a cada reunión y decidí no perderme ninguno de los mensajes. Mientras avanzaba en el estudio, comprendí mejor lo que está sucediendo en este mundo. Cada estudio me convencía más de que Jesús está al control de todo lo que sucede en esta vida.
Algo que realmente me llamó la atención fue la imagen de Jesús sosteniendo las siete estrellas y caminando entre los siete candelabros (Apoc. 1:9-20). Además, temas como las siete iglesias (Apoc. 2; 3) y los siete sellos (Apoc. 6: 8:1) me interesaron mucho, especialmente al descubrir que estas profecías se trataban de la revelación de Jesús a su pueblo (Apoc. 1:1-3) y que no eran solo misterios inalcanzables para los humanos.
Estudiamos las profecías semana tras semana. Cuanto más estudiaba, más me convencía de que los detalles en las siete iglesias y en los siete sellos del Apocalipsis describen la situación de la iglesia a lo largo de las épocas. Llegué a creer que estas imágenes dicen lo mismo de diferentes maneras, y que todas fueron diseñadas para demostrar a la iglesia que Jesús está al control y que sabe lo que va a ocurrir hasta el fin. A mi entender, estas profecías, en su orden respectivo, servían como un mapa para la iglesia hasta la segunda venida de Jesús.
Me convencí de que estamos viviendo en los últimos momentos de la historia de la humanidad, y que lo que Dios requiere es fidelidad de sus seguidores: guardar sus Mandamientos y tener la fe de Jesús (Apoc. 12:17; 14:12). Tomé la decisión de que debía hacer lo que Dios quería que hiciese, a cualquier costo. Mi amor por él se estaba intensificando de una manera que solo puede entender alguien que aprende de la Biblia con diligencia y oración.
La decisión que tomé no fue tan fácil como pensé que sería. Este era un colegio que yo pensaba que me permitiría tener éxito en la vida y volver a mi poblado como alguien que podría proveer para las necesidades de mi familia. Dejar mis estudios significaría fracaso. Me sentía dividido en mi interior. Un viernes de tarde luchaba con la decisión de si ir a clases o a la iglesia a la mañana siguiente.
Recuerdo haber orado y haber pedido a Dios que hiciera un milagro para que yo supiera qué decisión tomar. Le dije que si era un pecado ir a clases en sábado, necesitaba que hiciera que cuando me despertara a la mañana siguiente no pudiera moverme. En mi mente, esto me convencería de cuál era la voluntad de Dios para mí en cuanto a la observancia del sábado. Ahora sé que esta no era una oración adecuada. Dios me había enseñado qué era lo correcto, y yo tenía que seguir su voluntad revelada sin cuestionarla. Cuando me desperté a la mañana siguiente, podía moverme. Creí que tenía la aprobación de Dios para continuar con mis estudios en sábado, así que volví a clase.
Sin embargo, el sábado siguiente decidí obedecer a Dios, sin importar las consecuencias. Sabía que el director, un sacerdote católico, no comprendería mi motivo para no estudiar los sábados. Las políticas del colegio eran muy estrictas y rígidas. Además, incluso si el director no me echaba del colegio, parecía no haber forma de que aprobara todas las materias si no estudiaba cada día.
Apenas comencé a asistir a la iglesia cada sábado, mis ausencias al colegio se hicieron evidentes. Me perdí varios exámenes y trabajos que se hicieron en sábado, y los profesores se dieron cuenta de que estaba ausente en todas las clases de los sábados.
Informaron del asunto al director, quien me invitó a reunirme con él para darle una explicación. Yo traté de responder a sus preguntas, pero parecía no tener argumentos para presentarme; en lugar de eso, me dio una seria advertencia y una carta que había preparado con anterioridad. La carta ofrecía dos opciones: podía asistir al colegio todos los días excepto los domingos y cumplir con las normas de la administración, o podía dejar el colegio y matricularme en un colegio adventista que apoyara mis convicciones religiosas.
Me presenté en la oficina del director un lunes de mañana. Tenía cuatro días para reflexionar y decidir qué haría. Esa semana fue dolorosa. Pensaba y pensaba cómo podía regresar a mi poblado sin haber terminado mis estudios. Pero tenía que tomar una decisión final.
Durante la semana me puse en contacto con los dirigentes adventistas locales y les pedí que intervinieran en mi favor. Antes del siguiente sábado tenía que asegurarme de tener una autorización de la administración del colegio que me permitiera continuar mis estudios mientras me mantenía fiel a mis convicciones religiosas. El viernes, el presidente y el tesorero de la Misión local visitaron mi colegio y se reunieron con el director para hablar de mi caso.
Cuando ellos se fueron, el director me llamó a su oficina para darme una nueva advertencia. Me informó de la visita de los representantes de mi iglesia, y reiteró que su decisión se mantenía. Nada de lo que habían dicho lo había hecho cambiar de opinión: tenía que acatar las reglas del colegio o encontrar un colegio diferente con reglas diferentes.
Cuando llegó el sábado, tenía una sola opción ante mí: simple obediencia a la Palabra de Dios... y dejar las consecuencias en sus manos. Me dirigí a la iglesia, como había planeado. La iglesia estaba a unos tres kilómetros de mi casa.
Camino a la iglesia esa mañana, algo me turbó un poco. Vi a un grupo de jóvenes cuyos padres eran adventistas. Una de las chicas era la hija de un pastor. Los miraba caminando al colegio con sus libros, y pensamientos inquietantes llenaron mi mente. ¿Podría ser que me habían engañado con teorías que enseñaban los pastores? ¿Se daban cuenta estas personas, incluyendo el pastor, de que debemos observar el sábado y de que la vida eterna implica fidelidad a Dios (ver Apoc. 2:10)?
Mientras meditaba sobre lo que estaban haciendo y me preguntaba si estaba equivocado, sentí que no se gana la batalla espiritual con simple conocimiento de la verdad bíblica. Razoné que la fidelidad no tiene nada que ver con el liderazgo eclesiástico. Si así fuera, los saduceos en los días de Jesús lo habrían aceptado. Sentí que el Espíritu de Dios me consolaba al traer estos pensamientos a mi mente mientras continuaba mi camino hacia la iglesia.
Cuando llegué al colegio el lunes siguiente, ocurrieron dos cosas. Primero, le habían informado al director que yo no había asistido a clases el sábado, y él había decidido echarme del colegio. Segundo, los dirigentes de mi iglesia, al haber intentado en vano convencer al director, habían apelado al obispo de la Iglesia Católica regional. ¡El obispo le había dado una carta al presidente de la Misión Adventista informándole al director que yo tenía derecho a asistir al colegio católico y obedecer mis convicciones religiosas al mismo tiempo!
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