Teniendo en cuenta las diferencias entre los abordajes, en estas perspectivas no es posible escindir lo corporal de lo emocional, porque las emociones incluyen sentimientos y orientaciones cognitivas, moralidades públicas, ideologías culturales (Scheper Hughes y Lock, 1987: 28). De acuerdo con Catherine Lutz y Lila Abu-Lughod (1990), las emociones son “invenciones históricas” y “estrategias retóricas” que utilizan los individuos para expresarse, hacer reclamos a otros y promover determinados comportamientos. A modo de ejemplo, hay estudios que retoman la cuestión de género en relación con lo emocional, y sostienen que las tradiciones biomédicas justifican las diferencias entre varones y mujeres (Lutz, 1986, 1990).
Asimismo, la articulación entre emociones y géneros 4deriva, entre otras cosas, de los estereotipos por medio de los cuales se asocian ciertos estados del sentir, dentro de la matriz heterosexual, algunos a las mujeres y otros a los varones. En otras palabras, las emociones son discursos que se construyen y producen en el lenguaje y en las interacciones humanas (Scheper Hughes, 1992: 431).
Por eso, a diferencia de las perspectivas que hacen de las emociones algo irracional, interno y natural, el sentir en su diversidad y complejidad es indisociable de los vínculos con otros (Epele, 2010: 230). A su vez, el carácter histórico de los estados emocionales hace que se regulen sensaciones y emociones de acuerdo con los grupos y las personas involucradas, ya que en cada uno de estos controles están implícitas las búsquedas de reconocimiento, escucha y permanencia en los vínculos. En este sentido, Judith Butler (2009b) analiza cómo las personas se encuentran expuestas a los otros. Se trata de un yo dinámico que no sólo es narrado, sino también posicionado corporal y emocionalmente de diferentes maneras y con distintos propósitos. De acuerdo con la autora, los lazos que nos ligan con otros nos componen, y es en este sentido como los cuerpos y las emociones tienen un rol central en las interacciones con otros, en búsqueda de reconocimiento.
Adrián Scribano enfatiza que los cuerpos y las emociones son dos aspectos entrelazados y dialécticos. De esta forma, una sociología de los cuerpos y las emociones involucra la aceptación del supuesto de que, si se pretende conocer los patrones de dominación vigentes en una sociedad determinada, hay que analizar cuáles son las distancias que esa misma sociedad impone sobre sus propios cuerpos, de qué manera los marca y de qué modo se hallan disponibles sus energías sociales (Scribano, 2007, 2009, 2010). Estos cuerpos, inscriptos en contextos determinados, adquieren distintos sentidos dependiendo de las situaciones en las que están inmersos. Distintas perspectivas mencionadas son retomadas y problematizadas por los estudios sobre dolores y sufrimientos, con el objetivo de señalar el carácter social de las situaciones de dolor atravesadas por formas de opresión económica, política y social que intervienen en cómo se describen dichas experiencias y prácticas (Singer, 1990; Bonet, 2003; Epele, 2010).
Investigación y metodología
La perspectiva teórico-metodológica de la investigación en la que este libro se basa se inscribe en el dominio de la sociología y antropología de la salud, siguiendo los lineamientos de la investigación cualitativa. Como técnica, se utiliza el análisis de narrativas desde un abordaje sobre procesos de salud y enfermedad que discute con las pretensiones de neutralidad moral y objetividad científica. Asimismo, se señala que las prácticas y los saberes sobre padecimientos y malestares están mediados por procesos sociales, económicos, políticos, morales y de género (Scheper Hughes, 1992; Farmer, 2003; Epele, 2010).
Esta perspectiva permite determinar los modos en que dichos procesos toman forma, fragilizan, modelan y son modelados, se hacen evidentes, se ocultan o naturalizan; es decir, son vividos, corporizados, padecidos, resistidos y simbolizados por estos conjuntos sociales. El seguimiento y la lectura de estos procesos, a través de padecimientos crónicos como la migraña, imponen un recorrido que privilegia e ilumina determinadas prácticas, vínculos, emociones, experiencias y sentidos que, desde otra aproximación y otra temática, quedarían oscurecidos o desdibujados (Epele, 2010: 39).
Los fundamentos teórico-metodológicos de la investigación se orientaron hacia una perspectiva fenomenológica crítica en la que se reconocen las relaciones del yo con los otros, teniendo en cuenta los contextos y las situaciones locales en que se producen dichas interacciones y experiencias (Scheper Hughes y Lock, 1987). Este abordaje se articuló con una perspectiva hermenéutica que permite estudiar los relatos de los distintos conjuntos sociales investigados.
La elección del análisis de narrativas desde una perspectiva que combina la fenomenología con la hermenéutica se ubica dentro de una trayectoria de estudios sobre procesos de padecimiento, enfermedad y sufrimiento que recurren a esta metodología para acceder a las experiencias de las personas mediante el relato de situaciones y eventos vividos con el dolor. Esto no implica reducir la vida a la dimensión del discurso, ya que la experiencia excede siempre las posibilidades de su narrativización. No obstante, narrar y contar se vuelven una dimensión fundamental en la vida de las personas y en el significado de sus experiencias (Margulies, Barber y Recoder, 2006).
Los dolores de cabeza adquieren características diversas de acuerdo con los conjuntos entrevistados; no sólo se identifican diferencias entre pacientes, profesionales y entorno, sino también dentro de cada uno de estos grupos. A modo de ejemplo, no todos aquellos que dicen tener migraña concurren a los servicios de salud; consecuentemente, las trayectorias y las convivencias con estos dolores requieren un estudio que no quede reducido a la institución hospitalaria.
La inclusión de los relatos de médicos, pacientes y personas que conviven o están en relación directa con ellos (familiares, parejas, amigos, etc.) se debe a que dicha combinación y su análisis conforman una especie de trípode que da forma y sentido a estos dolores de cabeza. Es decir, para entender las dinámicas de dolor, es necesario tener en cuenta las diferentes narrativas y los modos en que se articulan. Por eso, si bien distintos estudios desde las ciencias sociales trabajan con poblaciones vulneradas, en muchos casos, excluidas del ámbito laboral formal y con diferentes obstáculos en el acceso a los sistemas de salud, en este libro se focaliza en aquellos que tienen trabajo y acceden a consultas médicas. Este recorte del referente empírico hizo posible indagar y analizar los modos de padecer de manera crónica, vinculados con las transformaciones que produce el capitalismo contemporáneo en quienes están “incluidos”, que generalmente quedan invisibilizados frente a la emergencia social que generan las enfermedades y las catástrofes de salud en poblaciones pobres y vulneradas. A su vez, al incluir un rango amplio de variación de tipos de trabajos y niveles socioeconómicos –empleados en el servicio doméstico, operarios de fábricas, profesionales universitarios–, se hace posible analizar las variaciones de los padeceres en relación con niveles de ingreso, lugar de residencia, acceso a diferentes servicios de salud y condiciones de vida en general (expresados por los entrevistados).
Incluir esta variación hace posible dar consistencia, en la investigación, a los modos en que las condiciones de vida, los tipos de trabajos, las opresiones rutinarias, la diferenciación de las trayectorias de atención y cuidado se encuentran mediados por niveles socioeconómicos que intervienen en los modos de padecer, y de buscar alivio y bienestar.
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