También, hay otros dolores que surgen de los relatos pero que no están categorizados, reconocidos o delimitados por el saber biomédico, sino que son sufrimientos vinculados con situaciones ordinarias de la cotidianidad y las relaciones con otros, que producen malestares. Se describen “mal humores”, “discusiones”, “peleas”, “frustraciones”, que generan sufrimiento y que son relacionados (aunque no necesariamente) con los dolores de cabeza.
De esta forma, el dolor es una categoría presente en distintos espacios, disciplinas y conversaciones. Se recurre a esta palabra para hablar de diferentes situaciones, experiencias y sensaciones. El dolor puede ser la causa o el resultado de problemas de salud, padecimientos y enfermedades, pero también está presente cuando se habla de problemas personales, vinculares, laborales, económicos. Por ejemplo, indistintamente, se utiliza esta categoría para hacer referencia a “me duele está situación”, “me duele esta persona” o “me duele la cabeza”.
Desde la antropología médica, Arthur Kleinman (1997) ha descripto cómo las continuas situaciones de sufrimiento a las que estamos expuestos nos vuelven indiferentes ante el dolor de los otros. Es decir, el incremento de diferentes modos de padecer viene acompañado de tendencias que llevan a la indiferencia y el acostumbramiento ante situaciones de dolor.
Teniendo en cuenta los cruces, las articulaciones y las tensiones entre la diversidad de padecimientos, sufrimientos y malestares, el objetivo del libro es centrarse en un tipo particular de dolor crónico “específico”, “delimitado” y categorizado como “migraña”.
Hablar de dolores crónicos, en general, requiere tener en cuenta que se trata de malestares que carecen de respuestas unívocas o tratamientos específicos desde los saberes expertos biomédicos. En el caso de la migraña, se trata de dolores de cabeza que, además de cronificarse y perdurar en el tiempo, provocan distintas modificaciones en la vida cotidiana. Incluso, requieren preguntarse: ¿cuáles son las implicancias de este tipo de padecimientos crónicos en las sociedades capitalistas actuales?, ¿cómo intervienen en los ámbitos laborales, en los ritmos de trabajo y de descanso?, ¿cómo es la relación entre lenguaje y experiencia para categorizar y dar cuenta de un dolor que “no se ve”?, ¿hay diferencias de acuerdo con el género en los modos de padecer? Por último, teniendo en cuenta el carácter social de los padecimientos, ¿cómo son las relaciones vinculares y los modos de sociabilidad a partir del dolor?
Enfermedades agudas, crónicas… y la migraña
Desde los saberes biomédicos, se diferencian las enfermedades agudas de las crónicas. En el caso de las enfermedades agudas, las causas y las etiologías suelen ser claras (es decir, hay lesiones orgánicas o tisulares, o problemas fisiológicos), y los tratamientos se orientan a la curación. En cambio, las enfermedades crónicas se prolongan indefinidamente en el tiempo y, en general, carecen de etiologías precisas; los tratamientos destinados a ellas tienen por objetivo la regulación de los síntomas, del malestar y el alivio, pero no la curación (algunas de ellas son la diabetes, el VIH, el hipotiroidismo, el hipertiroidismo, entre otras).
Tanto en las enfermedades agudas como en las crónicas, los síntomas o los malestares tienen un correlato biológico; es decir, se realizan estudios cuyos resultados se encuentran por fuera de los parámetros considerados “normales” por parte de la biomedicina.
Asimismo, los dolores son considerados síntomas de las enfermedades porque son indicadores, señales o alarmas de que algo no está bien. También los saberes biomédicos los diferencian en agudos y crónicos.
Los dolores agudos son definidos por los saberes expertos como una constelación de sensaciones displacenteras y expresiones emocionales asociadas al mal funcionamiento, la fisiología o el daño tisular, ya sea por inflamación o por lesión de tejidos o estructuras nerviosas, que se desarrollan en un intervalo de tiempo (Finkel, 2008: 20). Frente a estos dolores, las personas concurren a los profesionales, que los estudian para brindar un diagnóstico y un tratamiento adecuado.
En cambio, de acuerdo con la perspectiva biomédica, los dolores crónicos son cuadros que reaparecen en el tiempo y persisten más allá de los seis meses (Finkel, 2008). Algunos de estos dolores se pueden prolongar en el tiempo sin motivos certeros y sin indicadores biológicos claros acerca de su etiología (es decir, indicadores de alteraciones estructurales, orgánicas y fisiológicas). Este aspecto los convierte en “enigmas” para la biomedicina, porque las explicaciones respecto de sus causas son heterogéneas, contradictorias y poco coherentes entre sí. A diferencia de los dolores agudos, los crónicos tienen un estatus incierto dentro de los saberes expertos biomédicos, por su carácter atípico y por las dificultades que presentan para ser diagnosticados y tratados (Hilbert, 1984; Good, 1994a). Al mismo tiempo, estos dolores pueden adquirir altos grados de intensidad y modificar significativamente las vidas cotidianas de quienes los padecen.
En algunos casos, desde la biomedicina, se categorizan estas dolencias como “enfermedad”; mientras que, en otros, se resisten a ser subsumidas en categorizaciones médicas, por la falta de consistencia clínica.
Estos malestares que se prolongan en el tiempo, y que por sus características se resisten a ser considerados como enfermedades agudas o crónicas, han sido categorizados –desde las ciencias sociales y la antropología que investiga los procesos de salud, enfermedad y atención– como “dolores crónicos”.
En los estudios sociales sobre dolores crónicos, se sugieren distintas teorías sobre sus posibles orígenes, que dan cuenta de la importancia de las historias de vida y las biografías particulares dentro de contextos sociales, económicos, políticos, morales, entre otros.
A su vez, Kleinman (1994) refiere a la dimensión política y moral del sufrimiento cuando distingue la legitimidad que ciertos dolores tienen de acuerdo con las variables de género, las connotaciones morales y los contextos locales en los que se expresan. Por ejemplo, así como en determinados contextos hay dolores que pueden convertirse en resistencias, a modo de opresión y condiciones vulnerables, en otros contextos el mismo malestar puede ser deslegitimado por otros.
Asimismo, las experiencias con estos malestares crónicos suponen modificaciones corporales, transformaciones emocionales, implicancias sociales (Good, 1994a) y, por momentos, la pérdida de confianza y de la sensación de normalidad respecto del propio cuerpo (Kleinman, 1988). Algunos dolores incluidos en esta categoría son la fatiga crónica, el dolor de espalda, el dolor mandibular, el dolor de pecho, y una serie de dolores de cabeza dentro de los cuales se encuentra la migraña.
En los padecimientos crónicos, se hacen visibles particularidades relativas a los modos de construcción de diagnóstico, el estatuto de la realidad biológica y la importancia del sistema biomédico para la legitimación de la enfermedad, incluso por fuera de los contextos institucionales. Cada uno de estos aspectos modifica, directa o indirectamente, las vidas cotidianas de quienes padecen; diversos autores han descripto y analizado los modos en que los tratamientos biomédicos para dolores crónicos permean distintos ámbitos de la cotidianidad de las personas y se traducen en términos de trayectorias de cuidado y atención. Se trata de convivir con una serie de prescripciones y prácticas médicas sobre las que tienen que ajustar su vida diaria en pos del cuidado de la salud.
En el mapa de dolencias y sufrimientos abordados por las ciencias sociales y la antropología, la migraña ha sido objeto de poco interés. Son escasos los estudios sociales, tanto locales como a nivel global, que abordan la temática.
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