Malvina Soledad Pereira - El Amo de los Miedos 1

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El Amo de los Miedos 1: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Pueden los Oráculos equivocarse en sus designios? Es el interrogante que recorre toda la Tierra Conocida tras el fatídico golpe del destino.
Una amenaza oscura y despiadada se esparce por el mundo, liderada por un jefe con cualidades sobrehumanas, que se hace llamar el Amo de los Miedos. Los reinos caen uno tras otro y el caos y la desesperación se apoderan de todo.
Pero los Señores del Reino Oculto no están dispuestos a rendirse tan fácilmente. Zarúhil, el Rey, y su hermana Koralhil, la Princesa, lo van a dar todo para intentar liberar a su pueblo de las garras del adalid del mal. Los hermanos contarán con la alianza secular con un pueblo amigo, y la ayuda de un recurso extraordinario; la Sarillus Trïmo, una milagrosa planta que cura todos los males. Las heroicas e insólitas aventuras que vivirán los llevarán a conocer en persona al temido Amo, formándose de él ideas muy distintas cada uno.
El Reino Oculto aún es libre, y los amigos no dejan de cruzar la Puerta Oculta para unirse al único Señor que no ha sido sometido por el tirano. Sin embargo, el enemigo se hace cada vez más fuerte. La última esperanza de la humanidad reside en un ejército que se reagrupa tras las montañas. ¿Lograrán los pueblos Aliados derrotar al Amo de los Miedos?

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—Hum... bueno. ¿Pero en qué estábamos? Ah sí ya sé: tal vez tu gusto sea intrépido, y aunque no lo creas he oído que entre los Quemadores existen mujeres excepcionalmente bellas, como la temeraria Axera, que cabalga junto al demonio Atcuash. Seguramente ellos se entiendan pero debe haber alguna otra, que no sea tan mala ni tan poco piadosa.

—Radagash, Radagash. Tu idea no está mal, pero no es necesario que te preocupes tanto por mí. Además, mi pensante amigo, y esto que te diré acabará dejándote la boca abierta, hace mucho que ya elegí a mi futura esposa.

Radagash se quedó mirando a Zarúhil tal como este se lo había predicho.

—Ah. Ya veo. ¡Tarde caí yo con mis soluciones! Mi Rey no pierde el tiempo. ¿Eh? ¡Ja! Debe ser bellísima. ¿Verdad?

—No sabes cuánto, su belleza opacaba las estrellas del cielo.

—Ah sí, pero te refieres a ella como si... dijiste «opacaba» parece que... ella...

—Hubiese muerto. —Zarúhil respiró hondo, sus ojos empezaron a brillar intensamente—. Pues verás, así es, ella falleció antes de que me hiciera cargo del reino.

—Lo siento tanto, Zarúhil, bien parece que hoy estoy obstinado a hacerte sentir mal.

—No lo creas, amiguito, me hace bien hablar de estas cosas contigo, ya que la única que lo sabía de este pueblo, no se encuentra en estos días por aquí, me refiero a Koralhil.

—Dime, Zarúhil, si la conociste antes de tu coronación, debe haber sido del pueblo de Schor, ¿cierto?

—Así es, era la hija del Rey Semoon, se llamaba Samanantha. Bella, bella en verdad, pero su corazón lo era más. El Rey consintió nuestro amor. Ni bien regresara a mi pueblo la convertiría en mi esposa y futura Señora del pueblo gydox. Lamentablemente, tiempo antes de recibir la noticia del deceso de mi padre, Samanantha cayó enferma.

—¡La Muerte Blanca! —gritó Radagash exaltado.

—No —dijo apenas Zarúhil—. Tú perteneces a un pueblo salvaguardado por estos enormes muros naturales —hizo un ademán señalando el horizonte montañoso—. La Muerte Blanca entró por voluntad del destino y por desgracia todos le conocimos la cara. Sin embargo, allá afuera, en el mundo hay fuerzas más malignas y terribles que la misma Muerte Blanca, así como otras extraordinariamente puras y hermosas, que la mayoría de los gydoxs desconocen. Mi bella Princesa fue víctima de una enfermedad extraña, que poco a poco le fue debilitando el cuerpo y el espíritu. Ninguna cura fue efectiva.

—Pero, ¿y la Sarillus Trïmo ? Es muy poderosa, cura cualquier tipo de mal, incluso las heridas causadas, tú me lo dijiste. ¿Recuerdas?

—Sí, pero recuerda tú que la planta milagrosa es un secreto entre ermagacianos y gydoxs. En Schor no existía, ni siquiera la conocían. Yo estaba enterado que aquí las plantaciones no habían prosperado, por lo que mis esperanzas estuvieron en Xinär. Le dije a Semoon que allí podría haber una posible cura para su hija, y con su autorización me dirigí a toda prisa hacia ese reino junto a Asmoon, el más joven de los hermanos de Samanantha, y a Koralhil, que de los tres era quien tenía más posibilidades de conseguir la planta. El escenario que allí encontramos fue devastador, la aldea toda había sido reducida a ruinas, y tal vez hacía ya mucho tiempo por el estado en que se encontraba todo. Obra de los Quemadores sin duda, que por ese entonces se atrevían a atacar pequeños poblados.

»Por bendición del cielo la planta milagrosa eligió a Xinär como su morada, y encontramos algunos ejemplares, los Quemadores jamás pudieron imaginar el poder de la diminuta planta. Aunque por la falta de cuidado muchas se habían extinguido ya. Con la desesperación a cuestas me apresuré a tomar una de ellas, olvidando la regla de que solo las manos femeninas ermagacianas y reales podían hacerlo. La Sarillus se deshizo al instante. Entonces fue Koralhil quien se apresuró a tomarla; en sus manos la Sarillus Trïmo permanecía intacta. Y recordé una de las últimas frases que pronunciara Erma-Mindylaisïr antes de partir hacia su muerte: «Parte de tu sangre es ermagaciana, eso debe bastar». En aquel entonces él se refería a otro asunto, pero su razonamiento era acertado. No puedo describir la alegría que sentí, y plenos de nuevos ánimos regresamos lo más rápido que nos fue posible. Lamentablemente mi Samanantha ya…

—Ella ya había muerto —concluyó el niño.

—Sí. Y al inevitable dolor de su pérdida se sumó el dolor de no haber estado para despedirme, aunque ella ya no me reconociera.

Radagash evitó mirar a Zarúhil, por lo que no alcanzó a ver la transparente lágrima que haciendo eco a los recuerdos se deslizó por su rostro. Aunque percibía muy bien el dolor que aquellos relatos causaban a su querido Rey, dejó correr el tiempo con un respetuoso silencio, hasta que su protector se aventuró a interrumpirlo:

—¿No sientes hambre, Radagash?

—¡Por supuesto que sí! ¡Ah, ya lo olvidaba! ¿A que no adivinas? ¡Terminé con los arbustos! ¡Ja!

—¡Vaya! ¡Pero qué niño más obediente tengo! —exclamó Zarúhil al tiempo que abrazaba al enorme protegido. Ese niño que muy pronto dejaría de serlo y se volvería un guerrero más de su ejército, y tal vez participaría en las batallas venideras. Y tal vez...

Capítulo 5LA BELLA ESPERANZA

Los niños se encontraban tranquillos esa tarde, y eso era bueno. El pequeño Etinz estaba inmerso en un mágico mundo surgido de las narraciones fantásticas de la Erudita Adlow. Los mayorcitos Pastow y Rhumara se contentaban con vigilar las fronteras de la destruida ciudad, resguardados por un montón de ruinas, mientras cantaban en voz baja, algo muy raro en ellos. Koralhil sospechaba que esa forzada serenidad se debía (en mayor parte) a su repentino proceder, más temeroso, cauto y silencioso. Pero prefería que la duda los inquietara, en lugar de tener que contarles la verdad. Aunque si la ocasión se presentaba no estaba segura de qué les diría, porque ni siquiera ella sabía con certeza si en realidad había sucedido, o era parte de una pesadilla causada por algún encanto de ese bosque maldito.

Y es que lo que ella recordaba era de lo más inverosímil. Había estado frente al mismísimo demonio Atcuash, le había visto los ojos, uno a uno los rasgos de su rostro; había presenciado los destellos de Diamantina y Adagium, y seguía viva. El Tamtratcuash le había perdonado la vida. Y no solo eso, además, se había encargado de dejarla en el límite mismo de su ruinoso escondite, y lo más asombroso: le había cedido la presa causante de su desventura. ¿Podría eso asemejarse a los cuantiosos relatos referidos al Adalid del Mal?

Entrando en detalles, luego del desvanecimiento causado por el miedo extremo, sus pensamientos cobraron conciencia mientras se dirigía al refugio donde ella y sus niños convivían, a juzgar por el paisaje que se le hacía cada vez más familiar. Estaba viva pero, ¿en qué iba? Su cuerpo estaba sobre algo que se movía y avanzaba. Volvió su mirada al frente, y observó la parte trasera de la cabeza de un caballo de larga melena, un hermoso animal negro e imponente. Amanecía ya, podía ver con claridad. De pronto acomodó sus ideas al mismo tiempo de notar que estaba apoyada sobre el firme cuerpo de alguien y un fuerte brazo la sostenía. Sobrecogida de espanto repentinamente, se decidió al fin a mirar a su aprehensor, o salvador. Su rostro se descompuso de horror y de asombro; era Atcuash quien la llevaba, la luz del día le permitía reconocer los rasgos de su rostro, aunque gran parte era cubierto por la capucha.

La imagen que se había hecho de sus rasgos era la de un monstruo, pero en cambio lo que se le presentaba era algo completamente distinto; hasta podía afirmar que era bello, aunque la furia que proyectaban sus ojos inspiraba una horrible personalidad maligna. Era notablemente joven, tal vez de la edad de Zarúhil, y sus facciones eran similares a las de los ermagacianos, aunque más duras y castigadas. Su inmóvil mirada fija en el frente, apenas si pestañeaba. A la luz del día, sus ojos ya no eran rojos, sino de un oscuro azul insondable. «Los ojos del Amo de los Miedos eran azules», la Princesa se sorprendió ante este fútil pensamiento.

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