El Rey Túkkehil se levantó impaciente; ya vislumbraba el papel que los gydoxs, más específicamente su esposa, cumplían en ese Concilio, y no era de su agrado, por lo que intervino de inmediato con voz potente:
—¿Y quién dice que el Oráculo habla de una persona? ¿Por qué no podría tratarse de una luz tal y como es nombrada en el Oráculo? ¿Quién les dice que por el solo hecho de que su nombre signifique la Luz Hermosa, es ella la protagonista de la profecía?
Erma-A-Kora también se puso de pie y tomando la mano de su esposo abrió la boca para hablar. Pero no alcanzó a emitir palabra porque fue Erma-A-Kohrim quien lo hizo primero:
—Así sería, sin dudas, mis estimados. —La Reina ermagaciana miró a los ojos al Señor de los Ocultos—. ¿Pero acaso no es también un indicio el haber recibido un Oráculo para nuestro pueblo en el suyo? ¿Por qué habría de hacerlo el Gran Hacedor si en ello no enviara un mensaje de comunión entre los Sagrados Oráculos? Pero sin embargo hay una prueba más —Erma-A-Kohrim dirigió su mirada hacia Erma-A-Kora diciendo—: «Y en sus manos prodigiosas germinará el Lamento de Trïmo».
A una señal de la Majestad Suprema tres eruditos se acercaron con un recipiente de cristal cada uno. En las fuentes había una pequeña planta poblada de hojas tan simples como verdes. Erma-A-Kohrim tomó entre sus manos una de ellas.
—Esta es la Sarillus Trïmo , el Lamento de Trïmo, la planta más milagrosa que haya existido sobre la tierra, y a la que solo podemos tocar las Reinas y Princesas de sangre ermagaciana. —La Monarca tocó con sus dedos una hoja y luego la ofreció al Soberano gydox.
Túkkehil la tomó torpemente, y para sorpresa de los gydoxs presentes, la planta se marchitó por completo y se deshizo al instante. Erma-Lubrandaisïr tocó otra y sucedió lo mismo que con la que tocó Túkkehil. Entonces la Reina ermagaciana acercó el tercer ejemplar a la Reina de Gydox.
—Si el Gran Hacedor no te escogió a ti, Erma-A-Kora la Luz Hermosa, para ser la guía del Último de los Patriarcas, esta planta de Sarillus se desvanecerá como las otras. Eres ermagaciana, pero no naciste en la realeza, sin embargo ahora eres Reina, pero no de un reino ermagaciano. ¿Por qué el Lamento de Trïmo germinaría en tus manos si no fuera por los sagrados designios de Lhëunamen?
Erma-A-Kora acercó su mano a la Sarillus . Un silencio expectante invadió el recinto donde se llevaba a cabo el extraño Concilio. Zarúhil recordaba cómo todos se olvidaron de respirar en esos momentos. Los ermagacianos estaban ansiosos. Los gydoxs temían que la planta se deshiciera… y también que no.
Finalmente las temblorosas manos de la Reina gydox tocaron la Sarillus Trïmo. Y la Sarillus Trïmo no se deshizo.
A partir de ese momento todos los sucesos que vendrían, se agolpaban y confundían con violencia en la mente de Zarúhil. Y el heredero gydox no discernía con claridad si así habían acontecido o su memoria los transformaba de esa manera para que lo adverso no doliera tanto. Un recuerdo tras otro, todo se mezclaba y dolía.
Recordaba la celebración de una Alianza entre gydoxs y ermagacianos sellada con el compromiso de unión entre Erma-Mindylaisïr y su adorada hermana Koralhil. También el acuerdo de que mientras el Reino Oculto fuera saneado de la Muerte Blanca, la Reina Erma-A-Kora, su hermana y él aguardarían una temporada en la Gran Ermagacia, para luego regresar a las Inmortales junto al Heredero Supremo.
Recordaba Zarúhil un corto trecho de viaje hacia la Gran Ermagacia en la más completa felicidad. Luego todo se volvía oscuro, denso. El terror de un asedio de ojos invisibles. Un campamento en la noche, sangre humedeciendo un desierto, gritos de miedo, de dolor, de furia. Las Majestades Supremas despidiéndose, su amada madre despidiéndose, Erma-Mindylaisïr despidiéndose. Todos los hermosos rostros despidiéndose para jamás regresar. Una agónica espera bajo el amparo de una capa, el corazón palpitando de prisa y la respiración entrecortada de cuatro niños asustados y en duelo. Después se le presentaban los rostros de guerreros gydoxs conocidos, el rostro aliviado de su padre y las funestas noticias…
Porque cuando su padre, el Rey de Gydox y los guerreros de la caravana que regresaba al Reino Oculto, recibieron el pedido de auxilio por medio de las aves mensajeras, cabalgaron sin descanso a toda la velocidad que les permitió el anhelo de salvar a su esposa y a los príncipes. Pero el esfuerzo no alcanzó para salvar a la Reina. La Hermosa Señora fue encontrada casi en el último aliento, de rodillas, apoyada en la misma lanza que le iba quitando inexorablemente la vida. Quienes presenciaron la desgarradora escena afirmaron hasta el último día de sus vidas, que sintieron el golpe que dio contra el arenoso suelo, el alma del Señor de los Ocultos.
La rudimentaria confección de aquella lanza asesina, confirmaba las sospechas narradas en el pedido de auxilio recibido tres jornadas atrás:
«Nos acechan.
Ojos invisibles en el bosque.
Olor a Quemador.
Necesitamos espadas que nos defiendan»
Lanza de Quemador, olor a Quemador. Era conocido por todos el olor a Quemador; mezcla de cadáver, carroña putrefacta y excrementos humanos.
Lanza de Quemador, olor de Quemador, ataque de Quemador. Y un gran ataque debió ser, numeroso y organizado. De lo contrario jamás hubiera franqueado la escolta gydox en la que Túkkehil había depositado la seguridad de su Reina y sus Príncipes. La defensa de los ermagacianos era otra cosa, un grupo de pequeños hombres armados solo con dagas en cumplimiento de un lejano Juramento; no representaba un obstáculo en absoluto.
La Hermosa Señora tuvo tiempo y voluntad para dirigirles a todos, y especialmente a su querido esposo palabras de aliento y esperanza. Luego, encomendándole los niños a Túkkehil, murió con una sonrisa en el bello rostro, como lo hacían sus antepasados desde las épocas más remotas.
De la gran caravana de gydoxs y ermagacianos que se dirigía al noreste, rumbo a la Gran Ermagacia, solo cuatro almas sobrevivieron gracias al sacrificio de muchos, y a la protección de una capa de escamas de dragón providencialmente obsequiada. Dos eran los Príncipes gydoxs, y los otros, una niña y un niño ermagacianos. El Último de los Patriarcas no estaba entre ellos, pero sí su pequeño hermano Erma-Kaldylaisïr.
El pedido de ayuda también había sido enviado al reino de Xinär, y no tardó en llegar una comitiva de pequeños hombres con el semblante irremediablemente transformado por la tristeza y la desesperanza. Quién hubiese dicho que eran de la misma raza que en otros tiempos hacía temblar la tierra con su avance.
Los ermagacianos se dividieron en dos grupos; uno se encargó de llevar a salvo hasta Xinär al único heredero de la sangre de Îredimor encontrado hasta el momento, el pequeño Kaldylaisïr. Los demás se lanzaron en la búsqueda de posibles sobrevivientes, ansiando en cuerpo y alma que entre ellos se encontrara el venerado Hijo del Eclipse. Zarúhil y su hermana también lo ansiaban, ya tenían el alma ensombrecida por la muerte de su madre, y no querían más dolor. Al Rey Túkkehil en cambio, ya no le importaba más nada de aquella gente, maldecía la hora de haber acudido al llamado del Cónclave ermagaciano. En su corazón abatido comenzaba a anidar la sombra del rencor. Pero aún con la mente enturbiada por el dolor de la desgracia, tuvo el claro discernimiento de pensar el mejor y más seguro futuro para sus hijos. No volverían al Reino Oculto hasta que se encontrara totalmente libre de la Muerte Blanca.
Entonces la caravana gydox se desvió al noroeste; los Ocultos entraron en las tierras de Schor, el majestuoso reino de los Verdes Cazadores. Fuera cual fuese la suerte que les esperaba en el futuro, sus hijos no sufrirían la tragedia de la Hermosa Señora ni de Mindylaisïr. Y aunque el trato entre Cazadores y Ocultos se había enfriado, existía antiguamente una Alianza entre ellos, y en honor a ella el pueblo de Schor acogería a los Príncipes gydoxs por el tiempo que fuera necesario.
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