Malvina Soledad Pereira - El Amo de los Miedos 1

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¿Pueden los Oráculos equivocarse en sus designios? Es el interrogante que recorre toda la Tierra Conocida tras el fatídico golpe del destino.
Una amenaza oscura y despiadada se esparce por el mundo, liderada por un jefe con cualidades sobrehumanas, que se hace llamar el Amo de los Miedos. Los reinos caen uno tras otro y el caos y la desesperación se apoderan de todo.
Pero los Señores del Reino Oculto no están dispuestos a rendirse tan fácilmente. Zarúhil, el Rey, y su hermana Koralhil, la Princesa, lo van a dar todo para intentar liberar a su pueblo de las garras del adalid del mal. Los hermanos contarán con la alianza secular con un pueblo amigo, y la ayuda de un recurso extraordinario; la Sarillus Trïmo, una milagrosa planta que cura todos los males. Las heroicas e insólitas aventuras que vivirán los llevarán a conocer en persona al temido Amo, formándose de él ideas muy distintas cada uno.
El Reino Oculto aún es libre, y los amigos no dejan de cruzar la Puerta Oculta para unirse al único Señor que no ha sido sometido por el tirano. Sin embargo, el enemigo se hace cada vez más fuerte. La última esperanza de la humanidad reside en un ejército que se reagrupa tras las montañas. ¿Lograrán los pueblos Aliados derrotar al Amo de los Miedos?

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En medio de tan caótica situación, el baluarte más sagrado del reino habló una vez más para materializar las palabras del Gran Hacedor. El Oráculo de Jexërien había hablado. Conocido como el Oráculo de la Cabeza era precisamente la cabeza incorrupta de quien en vida fuera la más venerada de las Princesas gydoxs. La palabra de Lhëunamen anunciaba la presencia en la tierra del Último de los Patriarcas, hecho muy conocido por los gydoxs, ya que su Reina era ermagaciana. Era un mensaje lleno de esperanza pero advertía de un inminente peligro para el Heredero Supremo. Nunca antes el Oráculo de la Cabeza había revelado un designio que tuviera que ver con otro pueblo que no fuera el de Gydox, y esto era algo que tenía a los eruditos del Palacio muy confundidos, aunque el hecho de que la Reina Erma-A-Kora fuera ermagaciana podía ser la clave. Urgía poner sobre aviso a las Majestades Supremas de la Gran Ermagacia.

La respuesta ermagaciana no se hizo esperar. En la Gran Ermagacia, el último de los lakkures , emblema de los antiguos Supremos, había materializado en su corteza milenaria un nuevo designio. Era el Oráculo del Árbol Dorado, que interpretado por los maestros y eruditos más renombrados de todos los reinos ermagacianos, demandaba la existencia de quien sería la salvación del Heredero Supremo. Y la salvación provenía precisamente del reino Gydox.

Muy pronto los Señores de los Ocultos y sus hijos, que con ellos eran llevados por resguardo de la peste, se encaminaron junto a una pequeña comitiva al reino ermagaciano de Xinär, donde Erma-A-Kora había vivido muchos años. Habían sido convocados a un Cónclave donde también estarían las Majestades Supremas. Tanto Túkkehil como Erma-A-Kora desconocían por completo el papel que jugaban en aquel Concilio ermagaciano, pero guardaban la secreta esperanza de encontrar consejo para combatir la peste. La Reina recordaba que cuando aún vivía en Xinär como una aldeana más, los Reyes impartían una cura muy efectiva a quienes enfermaban gravemente, con sorprendentes resultados favorables.

En Xinär fueron acogidos cálidamente, su esperada llegada fue bienvenida y agasajada con los honores que la ocasión demandaba. Hacía mucho tiempo ya que las antiguas rivalidades, odios y humillaciones habían sido olvidados; ni los gydoxs ni los ermagacianos eran los mismos de los siglos pasados. Las Majestades Supremas y sus herederos ya estaban allí.

Para Zarúhil y Koralhil, los Príncipes de Gydox, todo había sido maravilloso desde que abandonaran el Reino Oculto. Era la primera vez en sus cortas vidas que salían al exterior, y cada paso que daban en suelo libre era una invitación a la felicidad. La experiencia en Xinär no fue menos gratificante; todo era muy distinto al Reino Oculto, sin embargo había una característica que se les asemejaba mucho: la sencillez de sus habitantes. Extasiados contemplaban los rostros hermosos que los observaban con discreta curiosidad. No podían comprender los jóvenes por qué se les llamaba los Malditos, si aquellos ermagacianos, al igual que su madre, rebozaban de una feérica vitalidad.

De todos los acontecimientos extraordinarios que habían experimentado en aquel viaje, dos fueron los que más se destacaron. Uno era el increíble parecido que había entre Erma-A-Kohrim Reina de la Gran Ermagacia, y su madre Erma-A-Kora Reina de los Ocultos. Este parecido llamó la atención de todos, porque si bien ambas soberanas eran ermagacianas, no tenían parentesco alguno. Sus cuerpos, sus rostros, parecían dos gotas de agua. Solo el color de ojos las diferenciaba, eran verdes los de la Reina gydox, y celestes los de la Reina ermagaciana. Tan hermosas habían sido ambas desde su nacimiento que se las había llamado con nombres que se utilizaban por primera vez en la historia del reino. La Reina ermagaciana pertenecía a un ininterrumpido linaje de nobles de la Gran Ermagacia; Erma-A-Kohrim la habían nombrado, y significaba la Luna Hermosa, porque al no encontrar un referente de belleza que se le pareciera en la tierra, sus padres osaron llamarla como la Princesa Kohrim, única mortal que había sido capaz de enamorar a un dios. La Señora de los Ocultos había nacido en Xinär, en el seno de una humilde familia de aldeanos que la llamaron Erma-A-Kora: la Luz Hermosa. Dos Reinas idénticas, de belleza inconmensurable, con dos hijos cada una. Juntas irradiaban un aura tan prodigiosa que era imposible verlas sin conmoverse. Los eruditos y maestros asociaron este casual suceso con una señal del Gran Hacedor; las interpretaciones de los Oráculos eran las correctas. Ambas Reinas jugaban un papel indispensable en la vida del Último de los Patriarcas, una era su madre terrenal, la otra sería la luz que lo guiaría y protegería en la concreción de su extraordinario destino.

El otro acontecimiento destacado en aquella aventura de los Príncipes gydoxs, sería sin dudas, el que marcaría un antes y un después en sus vidas. Porque jamás, ni antes ni después, tendrían la oportunidad de conocer a un ser tan singularmente extraordinario como el Príncipe Erma-Mindylaisïr. Nunca más pudieron olvidarse de aquel encuentro, porque el Príncipe era sin lugar a dudas el predestinado de las profecías. Sus gestos y miradas irradiaban una paz infinita, sus palabras estaban tan llenas de sabiduría que cuantos lo oían, no podían creer que se tratara tan solo de un niño. Era bello, sin duda, pero su personalidad no lo era menos, y los hermanos gydoxs hubieran deseado compartir un día más de sus vidas en compañía de tan hermosa criatura.

Catorce años contaba el Heredero de la Corona de la Gran Ermagacia. En su espalda cargaba el peso del mundo entero. Era el Último de los Patriarcas, simiente viva del Dios Schor. El Elegido de Lhëunamen. El Hijo del Eclipse. El milagro reservado en la Edad Perdida, prometido en la Tercera y esperado ardientemente en la Cuarta.

Todos los de buena voluntad esperaban que los salvara del inminente peligro del Tamtratcuash. Su propia gente aguardaba esperanzada que los liberara de la milenaria maldición que los diezmaba desde la Edad de los Primeros Padres, y del terrible Juramento que los obligaba a ser un pueblo débil y reducido. Un Oráculo reciente había vaticinado un acechante peligro para su vida. El mal sembrado en la tierra por Gendrüyof estaría reuniendo sus huestes para arremeterlo. Incontables serían sus enemigos. Sin embargo su mirada serena, de celestes ojos de cielo como la de su madre, no denotaban angustia o ansiedad alguna. No era alto, ni robusto, pero incluso así irradiaba fortaleza. Sus rubios cabellos estaban prolijamente peinados en torzales, como era la costumbre de la realeza de Ermagacia. Y a pesar de que sus vestimentas eran tan sencillas que se parecían a la de cualquier plebeyo, todo su porte reflejaba el real linaje que por sus venas corría. Solo una sonrisa y una mirada suya bastaron para atar para siempre, con magnéticos lazos de simpatía y lealtad, los corazones de los Príncipes de Gydox.

Luego de la bienvenida, y sin mediar demoras, Reyes y Príncipes se reunieron en conferencia. Los eruditos de cada pueblo expusieron los Oráculos revelados en sus reinos. Cuando fue el turno de los gydoxs aprovecharon el momento para obsequiarle al Príncipe Erma-Mindylaisïr una capa realizada con las últimas escamas de dragón que se atesoraban en el reino. El regalo fue bien recibido, pues todos conocían las maravillosas propiedades de las escamas de dragón, así como también su escasez en toda la Tierra Conocida. A los Reyes de Xinär les obsequiaron un cofre decorado con gemas y zafiros de exquisita confección. Las Majestades Supremas también traían un gran regalo para los gydoxs, el milagro que los salvaría de la Muerte Blanca. Fue entonces cuando conocieron la planta « Sarillus Trïmo ». Explicaron cómo se debía cuidar y cómo prepararla para obtener la medicina. Así como también dejaron en claro que el milagroso vegetal solo prosperaba en manos ermagacianas, pero no solo ermagacianas, sino manos ermagacianas reales.

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