Las Majestades Supremas traían medicina Sarillus suficiente como para auxiliar a un reino numeroso. Además de ejemplares de la planta para que los reinos Gydox y Xinär realizaran plantaciones experimentales de Sarillus Trïmo en sus territorios, pero sin ninguna garantía de éxito.
El origen de la Sarillus Trïmo se remontaba a la Segunda Edad, había sido entregada por la diosa Trïmo a Îredimor, primer Señor de los ermagacianos. Según la leyenda que corría de boca en boca de la Gente Hermosa (porque la existencia de la planta era un secreto exclusivo de su raza), cuando la diosa descubrió el engaño y la devastación que Gendrüyof y sus huestes habían causado a los pueblos humanos, lloró sin consuelo, y en su lamento pensó en cómo ayudar a los hombres a reponerse de tanta pérdida cuando ya le habían sido arrebatados la mayoría de sus poderes. Fue cuando la Gran Trïmo, llamada la Poderosa en la Primera Edad, ahora mancillada y reducida por la maldad sin límites de Gendrüyof, sacrificó la última reserva de poder divino que le quedaba para crear el arma más poderosa en toda la tierra, un vegetal capaz de curar todos los males. «Sarillus Trïmo» la llamó el Pueblo de Îredimor, el Lamento de Trïmo en la Antigua Lengua. Y como la diosa bien conocía la codicia de la raza humana, y también el daño que los hombres eran capaces de infligir en pos de una ambición, dispuso que solo la realeza femenina ermagaciana sería quién tuviera el exclusivo privilegio de manipular la milagrosa planta. En manos equivocadas la Sarillus solo se marchitaba y moría. De esta manera se aseguraba la diosa que su nuevo tesoro no fuera utilizado para la destrucción masiva, como ella misma lo había sido. Al entregar su majestuosa creación a manos humanas, Trïmo, la creadora del Primer Lenguaje y los Antiguos Poderes, quien había sido la hija predilecta de Lhëunamen en el principio de todo, antes del tiempo, engañada, manipulada y devastada por el ser más oscuro y despiadado que hubiera existido a lo largo de las Edades, se alejó para siempre de los humanos, y no se volvió a escuchar de ella hasta el Llamado de Lhëunamen. Îredimor el Bendecido, fue el primer y último hombre en tocar la Sarillus Trïmo, una vez que la entregó al cuidado de su Reina, nunca más pudo volver a hacerlo. Y a lo largo de los siglos y las Edades fueron las reinas y princesas del Pueblo de Ermagacia quienes se encargaron estoicamente del cuidado y proliferación del regalo de la Diosa.
Los Reyes de Gydox no salían de su incredulidad y asombro. Erma-A-Kora tenía una vaga idea de la cura a la Muerte Blanca, pero nunca hubieran imaginado que existiera una hierba con semejantes cualidades. Además la generosidad de las Majestades Supremas al obsequiarles y revelarles tan grandioso secreto los tenía alarmantemente confundidos. Sin embargo pronto les fue revelado el interés subyacente a tanta generosidad. Necesitaban que el Heredero Supremo se refugiara por algún tiempo detrás de las Inmortales, y para ello, el Reino Oculto debía verse sin rastros de la Muerte Blanca. Aunque la Sarillus Trïmo curaba la peste, no se iban a arriesgar a que Erma-Mindylaisïr sufriera alguna de sus innumerables secuelas.
Al oír la posibilidad de que Erma-Mindylaisïr pasara una temporada en el Reino Oculto, el corazón de los Príncipes gydoxs dio un vuelco de alegría. Y a juzgar por la cómplice mirada que les hizo el Heredero de los Supremos, la alegría era compartida. Y es que a pesar de haber convivido solo unas horas, los tres Príncipes parecían conocerse de toda la vida.
Los que no estaban muy convencidos con la idea de los ermagacianos, eran los Señores de Gydox. Que el Hijo del Eclipse permaneciera una temporada en el reino Gydox hacía peligrar la seguridad de su secular anonimato. Todos los ojos codiciosos de la Tierra Conocida estarían puestos en las Inmortales. Necesitaban la cura para su gente, ¿pero qué precio estaban dispuestos a pagar para obtenerla?
Al ver la conmoción en los gydoxs, los maestros y eruditos ermagacianos se apresuraron a realizar las interpretaciones pertinentes de los Oráculos, comenzando por el que más atemorizaba, el Oráculo del Agua, que hablaba del inminente surgimiento del Tamtratcuash. La profecía comenzaba haciendo alusión a la descendencia maldita, que no podía ser otra que la ermagaciana, maldecida por los de su propia raza. El Tamtratcuash al igual que el Hijo del Eclipse sería sangre de los antiguos Supremos. Y eso era algo que desvelaba a las Majestades Supremas, porque el enemigo se podía encontrar en la misma Gran Ermagacia. Otro dato alarmante era la sentencia: «Es la hora». Claramente establecía que era el presente, en coincidencia con los Antiguos Oráculos. Tanto el Tamtratcuash como el Hijo del Eclipse compartirían el mismo tiempo. Lo demás no lo consideraban de difícil interpretación; junto a la Mano de Gendrüyof, como se le decía al vástago oculto del Desterrado, sobrevendría una época de muerte, derramamiento de sangre y devastación. El sembrador de tantas calamidades sería como una reencarnación de los Siete Tamtratcuash. Lo que demostraba el poderío con el que iba a contar el enemigo, un único ser con las magníficas cualidades de los Siete y la sangre del Desterrado corriendo por sus venas, lo que justificaba la descripción de la bestia de los ojos de fuego, pues todos conocían la manera en que los Siete aterrorizaban a las naciones con sus refulgentes ojos que brillaban en la oscuridad. Y como no podía ser de otra manera a cualquier representante del mal en el mundo, su poder residiría en la magia de sangre, tan antigua como oscura.
Después fue el turno de deshilvanar el Oráculo de la Cabeza, el que anunciaba la esperada llegada del Hijo del Eclipse. Era una afirmación que todos los ermagacianos sabían; ya estaba en la tierra el Elegido de Lhëunamen, el Hijo de la Luna y el Sol. Un descendiente de Îredimor el Primer Hombre, capaz de despertar a su paso los Antiguos Poderes que dominaban antaño la tierra, y librar al pueblo ermagaciano del Juramento y del Tamtratcuash. Solo él podía reinar en paz sobre todos los pueblos de la Tierra Conocida.
Pero el Oráculo también anunciaba un peligro oculto que haría vacilar sus pasos, segura alusión a la trampa escondida de Gendrüyof: el Tamtratcuash. Por lo que el Elegido necesitaba de una Luz que le guiara hasta que alcanzase la Revelación, en la que se despertarían los poderes necesarios para enfrentar al enemigo. Y tal vez de esa Luz dependerían su victoria o su derrota; si la guía resultaba correcta, la derrota del Tamtratcuash se consumaría, pero si en cambio la guía era insuficiente, la derrota sería la del Último de los Patriarcas. Los eruditos continuaron revelando el Tercer Oráculo, habían cambiado el orden de la explicación en el Oráculo de la Cabeza para enlazarla con la del Oráculo del Árbol. Ellos afirmaban que la Luz nombrada en ambos Oráculos era nada más ni nada menos que la Reina Erma-A-Kora.
Ante las exclamaciones de desconcierto y desazón de los gydoxs, fueron las mismas Majestades Supremas quienes poniéndose de pie tomaron la palabra, y dirigiendo la mirada puramente a la Reina de Gydox expusieron cada una de las razones que los llevaron a tomar esas conclusiones.
—«Del Eclipse y del Fuego será la Luz cuyo fulgor inmanente iluminará el sendero del Elegido» — reveló Erma-Lubrandaisïr—. Desde el comienzo el Oráculo te señala, Erma-A-Kora, quien fuiste una más de nuestro pueblo, representado desde antaño por el símbolo del Eclipse y por cuyas venas corre sangre ermagaciana. Pero hoy te presentas como la Reina de un pueblo extranjero, enarbolado con el estandarte del Fuego. El Eclipse y el Fuego son los sagrados símbolos que enmarcan tu vida, gloriosa Erma-A-Kora. ¿De quién más con tus características se podría decir lo mismo en toda la Tierra Conocida?
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