Era una nueva historia la que comenzaba, una historia en la que surgirían héroes y villanos capaces de darlo todo por alcanzar sus propósitos. Historia en la que cada personaje que la forjara, debería enfrentar sus miedos más profundos y obligarse a resistir en pos de sus ideales. Cuando el completo caos reinara, la sangre correría como ríos por los valles, y desde los despojos de la tierra yerma la esperanza levitaría como un susurro. Una vez más, como en la Edad de los Primeros Padres, los Oráculos cobraban protagonismo. Una nueva Era se abría paso, en la cual se erigiría un Señor sin credo ni corona, tan poderoso como temido, quien con la voracidad de las bestias engulliría nación tras nación. Comenzaba la historia de Atcuash, el Amo de los Miedos.
Capítulo 1TRES ORÁCULOS
Descendencia maldita el germen del mal. Devastación, es la hora. Oscuridad, la mano de Gendrüyof. Muerte, de las cenizas de los Siete surgirá Uno. Sangre, el ocaso de los Pueblos. De las sombras se levantará la bestia de ojos de fuego el terror de las naciones, de los Siete surgirá Uno. El que beberá su poder de fuentes oscuras. Escuchen, Lhëunamen habla. Es la hora del Tamtratcuash.
Esta es la palabra de Lhëunamen, el Primero. Llegó el tiempo de la Revelación. Ya camina por la tierra el Hijo del Eclipse sus pasos vacilan, peligra, necesita la Luz. La simiente de Schor y Kohrim, el Elegido. El Último de los Patriarcas. En él residirán la derrota y la victoria. Y en sus dominios resurgirán los poderes ancestrales. De la Dinastía Hermosa y Bendita será El Elegido descendiente de Îredimor. El que liberará a su pueblo del Juramento y de la mano de Gendrüyof. De todas las naciones hará una sola y traerá la paz.
Del Eclipse y del Fuego será la Luz cuyo fulgor inmanente iluminará el sendero del Elegido. Y en sus manos prodigiosas germinará el Lamento de Trïmo. Si la Luz se apaga, se apagará también la Esperanza. Lhëunamen habla, escuchen. Será en tiempo de apostasía y alianzas truncas. De reyes jóvenes y bestias abominables. Luz verdadera, Luz hermosa. Mi Luz Predilecta. Ella renunciará a su gente y permanecerá oculta para iluminar al Último de los Patriarcas.
Así hablaba el Gran Hacedor a través de los Oráculos. Dos se habían materializado en reinos ermagacianos, y uno en el reino Gydox. Pero de los tres, el que más repercusión había causado era el Oráculo del Agua, porque describía nada más ni nada menos que la llegada del tan temido Tamtratcuash.
El Oráculo del Agua, o el Oráculo del Lyeguron como se llamaba realmente se hallaba en el pequeño reino ermagaciano de Xinär. El Lyeguron era el río más grande y, tal vez, el más sagrado de toda la Tierra Conocida. Solo sus aguas purificaban del crimen más terrible y repudiado: asesinar a un rey.
Su origen se remontaba a la Primera Edad, la llamada Edad de los Dioses, y según contaba la leyenda se había formado de las lágrimas que derramara Äirlyth la Fecunda, cuando daba a luz a su hijo Lyeguron, Señor de las Aguas, mientras sus hermanos mayores eran devorados por Gendrüyof el Desterrado.
Raudamente los eruditos de Xinär enviaron las aves mensajeras con las noticias del Oráculo del Lyeguron a las Majestades Supremas. Pero cuál no sería su sorpresa al recibir, con la misma rapidez, la respuesta de la Gran Ermagacia. Los Monarcas, reclamando un Cónclave en Xinär, ya estaban en camino junto a Erma-Mindylaisïr. Según lo enunciado, la vida del Heredero Supremo estaba en peligro. Mientras desde el reino Gydox también había partido una embajada hacia Xinär, encabezada por los Reyes y los Príncipes.
En el pequeño reino de Xinär todo era preparativos y confusión. Nadie entendía bien la razón de la embajada gydox, pero esperaban ansiosos la llegada de los dos contingentes reales para aclarar de una vez, los motivos de la demandada reunión. Era la primera vez que las Majestades Supremas iban a pisar el suelo de Xinär. A decir verdad eran contadas las veces que abandonaban la Gran Ermagacia.
Si tan solo hubieran sabido que los cielos ya no eran un medio seguro para enviar información de tanta relevancia, se habrían evitado tal vez, las innumerables desgracias que sobrevinieron tras la culminación del Cónclave. Pero ya el tablero estaba dispuesto, y las piezas comenzaban a moverse instigadas por el dictamen de los tres Oráculos.
Capítulo 2HUYENDO DEL AMO
Podía sentir su agitada respiración y cada uno de los latidos de su corazón. Los desesperados intentos por recuperar la entereza que en otros momentos difíciles solía acompañarla eran inútiles. No huía esta vez de una fiera hambrienta o de algún grupo de enfurecidos Quemadores. Un frío sudor recorría su cuerpo y el terror dominaba completamente sus pensamientos.
Recordaba innumerables historias escuchadas sobre él, las cuales competían por ser más crueles y sangrientas. Se contaba que muy pocos habían sobrevivido a la malignidad de sus ojos (exceptuando su infernal ejército), por eso nadie sabía decir con precisión cómo era su rostro. Se creía que era el vástago escondido del Desterrado, si no era la reencarnación misma de Gendrüyof. Se desconocían su historia y origen pero corría la voz de que siendo aún niño había presenciado la muerte de sus padres en medio de atroces tormentos, y muchos aventuraban que él mismo los había ejecutado. Era un ser despiadado, sin sentimientos, incapaz de demostrar alguna emoción.
Se decía que por sus venas corría la sangre del indómito pueblo de los Quemadores, y que a ello se debía su feroz espíritu guerrero. Otros afirmaban que pertenecía a las pacíficas gentes de Ermagacia y que solo se habían despertado en él las habilidades e instintos de los legendarios guerreros de antaño.
Su visión era tan aguda que podía divisar largas distancias, e incluso ver en la oscuridad. Sus demás sentidos no eran menos desarrollados; no había olor o sonido que le pasaran desapercibidos y su pulso no vacilaba a la hora de matar; un animal o un ser humano. Tampoco fallaba.
Eran suyas las dos espadas más temidas y poderosas de la tierra; la terrible Adagium, paradójicamente cruel como hermosa; y la legendaria Diamantina, nacida en magnánimas épocas olvidadas de la Primera Edad, cuando dioses y hombres caminaban por el mismo suelo, y los ermagacianos o «Supremos» como se los llamaba entonces, dominaban grandes potestades conservando todavía los dones extraordinarios de los Primeros Padres. Además de inimitable cazador era hechicero y sus eficaces encantamientos lo habían sacado de apuros anteriores. Algunos afirmaban que su cuerpo era inmune al dolor y que incluso gozaba de inmortalidad.
Se sabía que en el cielo, en el agua y en la tierra, en bosques, llanuras o desiertos, sus aliados se contaban por miles. No solamente humanos; sus hordas eran tan variadas como numerosas y la vegetación misma parecía susurrarle los movimientos de su presa. Él era Atcuash, el Amo de los Miedos, y ahora venía en busca de ella.
¿Por qué? ¿Por qué el pequeño venado había huido tan veloz y seguro hacia aquel sitio del bosque donde se encontraba el mismísimo demonio con iguales intenciones de caza? ¿Cómo iba ella a imaginar que siguiendo tan sutil criatura se toparía con tan oscuro Señor y su ejército?
Читать дальше