La interpretación de los sueños y Una teoría sexual son las dos únicas obras que Freud fue actualizando en el transcurso de su vida. El sueño aparece como la vía privilegiada para el acceso al inconsciente. La sexualidad, con su extensión a la sexualidad infantil, es el contenido esencial de nuestros procesos inconscientes, motor de todo nuestro desarrollo cultural ulterior así como factor al cual esa misma cultura se opone, oposición que determina tanto la constitución de nuestro carácter como de nuestras neurosis.
El análisis de la cultura, desde esta perspectiva, es otro desarrollo, habitualmente bastante dejado de lado, que constituye el fundamento de la organización del psiquismo como fenómeno específicamente humano. Un desarrollo que se inicia junto con el inicio del psicoanálisis, que tiene su primer gran foco de cristalización en Tótem y Tabú (1912-1913), pero que logra su máximo despliegue luego de 1920, después de Más allá del principio del placer.
El principio del placer es la forma particular de funcionamiento de nuestro inconsciente; nuestro modo de funcionar consciente sigue las leyes de otro principio, el principio de realidad, que no es sino una modificación del principio del placer.
El principio del placer rige, ya sea directamente, ya mediado por el principio de realidad, el funcionamiento de nuestro aparato psíquico. Así, a partir de 1920 y con Más allá del principio del placer pasa Freud a un nuevo nivel de análisis, nivel que trasciende el área del principio del placer, que está más allá de éste; por lo tanto trasciende a la psicología misma para internarse en terrenos que, siendo inmediatamente exteriores a ella, la determinan al establecer sus límites; estos territorios son:
1º) el campo de la biología, campo en el que incursiona justamente en este trabajo al profundizar el estudio de los instintos a partir del momento mismo del surgimiento de la materia orgánica;
2º) el campo de la cultura, campo, al igual que el biológico, que es límite, a la vez que determinante y constituyente de nuestra organización psicológica [ Psicología de las masas y análisis del yo (1921); El porvenir de una ilusión (1927); El malestar en la cultura (1930); Moisés y el monoteísmo (1939)].
Así, entre 1900 y 1920 fue el período de expansión, tanto a nivel clínico como en términos de sus múltiples aplicaciones, de la psicología psicoanalítica; a partir de 1920 hasta 1939, año de la muerte de Freud, es el período en el que se establecen sus límites, tanto a nivel clínico como especulativo, límites que, como dije antes, permiten su más clara delimitación, categorización y profundización a nuevos niveles conceptuales: El yo y el ello (1923), Inhibición síntoma y angustia (1925), Nuevas aportaciones al psicoanálisis (1933), etcétera.
Resumiendo: al primer período, antes de 1900, podríamos llamarlo período de constitución del psicoanálisis; al segundo período, entre 1900 y 1920, de expansión; al tercer período, de 1920 a 1939, de delimitación del campo específico, determinación a partir de su más allá, diferenciación de niveles de organización dentro del aparato psíquico. En este primer esbozo no es posible superar un primer nivel de generalidad, por lo que tendré que pasar a considerar la evolución de conceptos determinados.
Desarrollo de los conceptos hasta 1900
El punto de partida son los estudios de Freud sobre histeria y en particular el análisis del síntoma histérico, que resultó ser producto de un conflicto que determina que un afecto no pueda ser expresado (descargado) en el momento correspondiente: el afecto queda retenido para luego descargarse (expresarse) bajo la forma de una conversión histérica. Develado el motivo desencadenante de ese conflicto, desaparece la represión o defensa, se expresa el afecto en forma directa y queda resuelto el síntoma [ Estudios sobre la histeria, (1895)].
De la defensa, de los motivos desencadenantes, a la sexualidad infantil, pasando por los traumas infantiles, yendo cada vez más atrás en un análisis retrospectivo, Freud se encuentra, invariablemente, con traumas infantiles de índole sexual: para la histeria, una seducción sexual pasiva; para lo que Freud designó como neurosis obsesiva, una experiencia activa de seducción sexual. El paso siguiente fue la comprobación de que muchos de esos recuerdos son fantasías infantiles construidas a partir de los cuidados corporales y caricias de los primeros objetos de amor. No constituían, como pensaba Freud antes, episodios infantiles que sólo eran comprendidos por el niño al llegar a la pubertad, momento en que recién habrían adquirido un carácter patógeno. El niño ya de entrada experimenta los primeros cuidados maternos como experiencias sexuales o, mejor dicho, como experiencias que, desde nuestra conceptualización adulta, podemos llamar sexuales, experiencias y recuerdos que son luego olvidados y que sólo el análisis psíquico podrá hacer resurgir.
Y son olvidados, ¿por qué? No sólo el propio sujeto olvida esas primeras experiencias infantiles; los adultos en general parecen ignorar esas manifestaciones de sexualidad que, observando a un niño, son imposibles de desconocer. Hay por lo tanto un interés especial en desconocer dichas expresiones; ese desconocimiento es tendencioso. Tal vez sea una imposición cultural lo que determina el olvido de tales experiencias sexuales. El descubrimiento de éstas en el transcurso de un análisis psíquico impone el vencimiento de un sinnúmero de obstáculos, que son expresión de defensas que en el proceso terapéutico se manifiestan como resistencias contra éste.
Con respecto a estas experiencias de seducción, que Freud fue reconstruyendo, encontró que, en un gran número de casos, las personas, sujeto u objeto de la seducción eran los padres, hermanos o familiares cercanos al paciente; muchos de estos recuerdos se demostraron reales, pero muchos de ellos eran una construcción fantástica por parte del paciente, que tomaba como objeto sexual a las personas mencionadas, a partir de las primeras experiencias corporales con ellas. No es, por supuesto, casual que justamente los objetos y prácticas de la sexualidad infantil sean aquellos más intensamente prohibidos por la cultura. Aquello que los hijos expresan directamente encuentra su equivalente en el inconsciente de los padres. La sexualidad infantil es el contenido esencial de nuestro psiquismo inconsciente. El conflicto entre la sexualidad infantil y las tendencias culturales que se oponen a ella es lo que constituye la disposición a las neurosis , disposición que en cuanto encuentra circunstancias favorables (motivos desencadenantes) desembocará en la neurosis propiamente dicha. Tal conflicto (entre la sexualidad infantil y las tendencias culturales) es ante todo un conflicto exterior, conflicto entre los impulsos del niño y las prohibiciones de los padres, representantes de la cultura. El objetivo de la educación es que este conflicto exterior se interiorice, que lo que fue una prohibición exterior devenga prohibición interior que coarte los impulsos del niño en su origen mismo.
El mejor modo de coartar el impulso es a través de la amenaza de cortar la parte del cuerpo que es expresión e instrumento privilegiado para la obtención del placer sexual; en el caso del niño, el pene; en la mujer la evolución es más compleja y sólo queda reconstruida para Freud alrededor del año 1925; acá estoy describiendo la evolución previa y que desemboca en La interpretación de los sueños (1900). Estamos en pleno terreno del complejo de Edipo: luego de un desarrollo (desarrollo sexual o libidinal) en el que distintas partes del cuerpo van adquiriendo un lugar privilegiado como fuentes de placer sexual: primero el orificio bucal en el lactante, posteriormente el ano, en la época previa al control esfinteriano, así como todo el sistema muscular durante el desarrollo de la locomoción 1, se establece al llegar a los 3 ó 4 años de edad la primacía de los órganos genitales; hay una búsqueda de placer referida a dicha zona, placer que primero es autoerótico (masturbación infantil) para luego, y con las mayores posibilidades de acción, dirigirse activamente, en la búsqueda de satisfacción, hacia objetos exteriores, ante todos los padres y particularmente, aunque no exclusivamente, al progenitor del sexo opuesto. La interferencia real del padre del mismo sexo, el deseo de que éste desaparezca, y a su vez el amor sexual por el padre del sexo opuesto, constituye el complejo de Edipo, llamado así por ser éste el tema del drama de Sófocles Edipo rey.
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