Escribo recorrido y en mi mente suena la palabra percorso , eso me pasa frecuentemente, y es porque me crié entre dos lenguas o tal vez tres. Durante los encuentros dominicales los integrantes de mi familia paterna hablaban, entre ellos, en italiano o en dialecto piamontés, pero a nosotros los chicos, y otra vez suena en mi cabeza las palabras I bambini , nos hablaban en castellano a insistencias de mi madre que pretendía que hablásemos bien el castellano y no mezclásemos palabras. Los domingos mi abuelo iba rigurosamente a misa y después se almorzaba en una gran familia. Crecí en un entorno católico, pero me fui alejando desde mi adolescencia porque veía contradicciones tan fuertes en el seno de la iglesia católica que aún hoy me conmueven. Me refiero especialmente a las contradicciones entre la austeridad promovida entre sus fieles y la opulencia de sus cúpulas, la represión de la sexualidad promulgada y los abusos sexuales infantiles silenciados y llevados a cabo por algunos clérigos y también acerca del predicar acerca de cómo debe ser o debe funcionar una familia sin tener el permiso para experimentar lo que implica la vivencia de formar una propia.
Leer la obra de Schinaia me retrotrajo a esas escenas infantiles, pero también me produjo sentimientos encontrados, me pregunté por qué está tan imbuida de escenas religiosas. Es innegable que más allá de sus propias creencias, que en verdad desconozco, es una obra literaria pero también es una obra que relata un recorrido escenográfico, que es propio de las artes plásticas o dramáticas, y que fue escrita en un tiempo y un lugar de un país con una fuerte tradición religiosa católica, apostólica y romana. Con lo cual, tanto la obra literaria como la obra de las artes plásticas del pesebre en el “manicomio” de Cogoleto fueron creadas y a la vez transcurren en una región fuertemente impregnada por la religión católica y eso se trasunta en el título del libro, El pesebre de los locos , como así también en la escenografía del percorso de las escenas del propio pesebre. Lamentablemente, no pude recorrerlo ni visitarlo personalmente, pero sí pude ver las fotografías del pesebre en un recorrido visual de su representación en el libro de la edición italiana. Este recorrido se inicia con una escena de nacimiento la virgen María que sostiene en sus brazos al niño Jesús y lo mira a sus ojos, con la cercana presencia de José y también con el calor que les proveen los animales, tras una valla que asimila un establo, un buey y un asno que son animales útiles en la labranza. No puedo dejar de recordar que mi padre y su hermano durmieron en un establo al calor de ese tipo de animales en un establo, por falta de lugar para ellos en la casa. Era un establo anexo a una casa de piedra en un pequeño poblado piamontés, que sí pude recorrer y vivenciar. Entiendo profundamente el valor que esos animales tienen para los campesinos italianos, y para los habitantes del hospital de Cogoleto. Pido disculpas por la licencia al hablar de hospital, sin conocerlo tampoco, pero puedo hacer analogías más allá de las distancias y usaré la palabra hospital con el sentido de hospitalidad piadosa. Lo que sigue al pesebre es una puerta que separa la escena mítica religiosa del pesebre, del cartel de acceso al trayecto que recreando el hospital “manicomio” de Cogoleto transita la historia de la Psiquiatría, los manicomios, las colonias y el lugar en el “no lugar” que ocupan los locos en la sociedad y en la cultura occidental. Ese no lugar está resaltado por el autor en algunas citas de las estrofas iniciales “Para ellos no había lugar”: Lucas 2, 7 o también a través de citas de Vincent Van Gogh y Marcel Proust en sus respectivas obras.
No me resulta una casualidad que el libro cuente esta historia a través de doce capítulos. El número doce tiene un simbolismo muy particular en la religión católica: doce apóstoles seguían a Cristo y doce meses tiene el año en el calendario gregoriano utilizado desde 1582 a instancia el papa Gregorio XIII. Esos doce capítulos del libro de Schinaia representan, según mi propia interpretación a doce estaciones que transcurren en un “lugar” y en un “tiempo” y que permiten al lector detenerse a pensar y reflexionar sobre las prácticas “manicomiales”. A pesar de que el via crucis tiene catorce estaciones, el libro parece recorrer un via crucis acerca del sufrimiento humano en las enfermedades y padecimientos mentales. A su vez, como ocurre con otros “via crucis” enclavados en la naturaleza, y entonces arriba desde mi memoria la imagen del que se encuentra en el piedemonte del valle de Uco en Mendoza, donde los fieles suelen hacer ese recorrido penoso a más de 2000 m, en un contexto austero y pedregoso. Los que se encuentran en las iglesias, a diferencia de los enclavados en ambientes naturales, suelen representar solamente íconos eclesiásticos, en cambio los que se recrean en los ambientes naturales están fusionados con la naturaleza del entorno.
Los doce capítulos del libro podrían asemejarse a las doce estaciones del recorrido por el espacio entre interior y exterior del lugar donde está enclavado el hospital. También, la lectura del libro permite una travesía por el via crucis del sufrimiento humano ante el padecimiento mental, pero a la vez, transitar el trayecto temporal en leerlo y conectarse con la historia, tal como acontece en los doce meses del año, que implican ciclos de nacimiento, muerte y un renacer de esperanzas en la vida humana.
El libro nos transporta por un recorrido para reflexionar en cada capítulo acerca del lugar que ocuparon las prácticas “manicomiales” en el campo de la salud mental para abordar distintas problemáticas del ser humano marginado del seno de su familia, sociedad y cultura por ser distinto a los demás. Todo el libro de Schinaia tiene un leitmotiv que es entre exclusión e inclusión, entre afuera y adentro. Ese recorrido, como en una cinta de Moebius, transcurre entre ese leitmotiv .
Las prácticas “manicomiales” pueden ubicarse en un lugar específico como lo es “el manicomio”, pero según mi apreciación esas prácticas están alojadas en múltiples espacios, más allá del lugar específico que tiene el manicomio en el imaginario social. Cuando se abordan los problemas de la salud mental observamos que las prácticas manicomiales se repiten más allá de la concentración de dichas prácticas en el lugar que “el manicomio” suele tener en las representaciones del imaginario colectivo social.
El libro nos lleva también por un recorrido a través del tiempo e implica hacer una travesía por la historia de la Psiquiatría, desde Pinel en adelante y con el aporte de los autores italianos, como Cerletti y Bini, en el tiempo que desarrollaron sus prácticas, hoy severamente cuestionadas, y de Franco Basaglia, en un tiempo más reciente, quien ocupa un lugar destacado por llevar a cabo las transformaciones en el vasto campo de la Salud Mental. Schinaia además de psiquiatra es psicoanalista, y entonces también aporta conceptos desde el psicoanálisis, puesto que en cada capítulo hay un espacio para utilizar el método hermenéutico para interpretar el percorso del pesebre de Cogoleto.
Antes de adentrarme en los contenidos de los propios capítulos quisiera referirme a algunos contenidos del prefacio de Fausto Petrella y el postfacio de Giovanna Terminiello Rotondi. Ambos expresan, con cierta amargura y resignación, los estragos del paso del tiempo y el deterioro de la obra del pesebre de Cogoleto. Sus respectivos autores enfatizan en la fragilidad de los materiales con los que el mismo fue construido. Elementos que tanto el personal como los pacientes, habitantes, usuarios del hospital utilizaron para su creación. Creo que, más allá de la imposibilidad de la curaduría de la obra, también simbolizan la fragilidad y lo efímero de la existencia humana. Pero además quisiera resaltar que la fragilidad de los materiales que se utilizan en el pesebre también se asemeja a aquellos que son usados para construir hábitats en contextos humanos de pobreza y exclusión. No puedo dejar de hacer una analogía con la fragilidad de los materiales con los cuales los habitantes de los pueblos originarios de América hacen sus construcciones para viviendas, chozas construidas con maderas, hojas o palmas de árboles; tal como los que se encuentran en los pueblos Wichi o Tobas en el norte argentino, o en las actuales poblaciones Mayas de América Central y México, o en poblaciones Guaraníes en Sudamérica o en pueblos amazónicos de Brasil, Ecuador o Perú por citar solamente algunos; pero también se encuentran en poblados vulnerables de América y África, sólo por citar a algunos que conozco. Sobre sus construcciones no existen curatelas y el paso del tiempo tampoco deja vestigios de su existencia. La pobreza, la locura y la marginalidad suelen invisibilizarse en todos los lugares del mundo. Actualmente, también son invisibilizadas en la virtualidad de nuestra existencia. La obra del pesebre en Cogoleto es efímera y eso obedece a que fue construida con materiales precarios y que no soportan demasiado el paso del tiempo, pero también resulta efímera por el contexto en cual fue realizada. Cosimo Schinaia nos cuenta que la llevaron a cabo sujetos que generalmente resultan invisibilizados culturalmente y eso hace que su vida sea más efímera aún. Sin embargo, el libro nos permite su recorrido y la obra posibilita, entonces, que ella permanezca viva.
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