Como consecuencia de un ultimátum mexicano, en 1830 el Papa nombró algunos obispos que podía aceptar el gobierno de México 59. El papa Gregorio xvi (1831–1846) restableció la jerarquía en América Latina, nombrando obispos con los que estaban conformes los nuevos gobiernos, sin cederles oficialmente el derecho de patronato. Este procedimiento solía ser muy lento, pues apenas se encontraba un candidato que reunía las cualidades exigidas por Roma, cambiaba el gobierno del país. A menudo, el nuevo gobierno latinoamericano no aceptaba al candidato, por lo que había que empezar de nuevo. En la práctica, la iglesia siguió dependiendo del gobierno secular, lo que dificultó al Vaticano introducir las reformas necesarias y establecer una disciplina eficaz entre el clero.
La actitud negativa que asumió la iglesia hacia el movimiento independentista no sólo lo privó de su autonomía en cuanto al nombramiento de obispos y la ordenación de sacerdotes, sino que también la desprestigió ante los criollos. La iglesia perdió la base de su poder en el régimen colonial y costó años sustituirla por otra. Pero tampoco consiguió la ventaja de haberse librado del régimen colonial. Ante los ojos de los indígenas, continuó estando tan ligada a sus patrones como antes, de modo que no se presentó la posibilidad de profundizar la evangelización entre las masas. En tales circunstancias, los indígenas difícilmente se habrían ofrecido para el sacerdocio. Desde luego, mientras la iglesia quedara de veras en manos de sus patrones, tampoco se les ofrecería la oportunidad. Por fin, la iglesia perdió la protección de la Inquisición. En el Perú, la inquisición duró oficialmente hasta 1836, pero desde la Independencia ya había perdido mucho de su eficacia. El resultado fue que la iglesia, sin la preparación adecuada, se vio expuesta a las nuevas corrientes filosóficas, especialmente el racionalismo y el romanticismo francés, los cuales, si bien eran contrarios, compartían su antropocentrismo, o sea que tomaban al hombre y no a Dios como punto de partida 60.
Diego Thomson
Precisamente cuando el clero conservador había sido desterrado o huido y prevalecía el clero liberal, Dios le ofreció a la iglesia latinoamericana una oportunidad singular. En el año 1818, Diego Thomson, pastor bautista escocés, viajó a Buenos Aires como agente del “British & Foreign School Society”. Esta asociación tenía como fin establecer escuelas populares al estilo Lancaster. Los alumnos que habían aprendido a leer bien eran empleados como maestros de grupos nuevos. La iglesia de Thomson en Edimburgo pagó su pasaje a Argentina, y corrió con los gastos de manutención durante su primer año 61, pero después, todos sus ingresos provinieron de los gobiernos latinoamericanos que lo habían invitado. Además de su deseo de establecer escuelas populares, Thomson tenía un vivo interés en la distribución de las Sagradas Escrituras. Por eso mantuvo relaciones con la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera 62. Logró combinar sus dos intereses, haciendo imprimir pasajes escogidos de la Biblia en letras grandes a costa de los gobiernos que le patrocinaban, para uso en su programa escolar. Los alumnos usaban estos textos para aprender a leer. También, por dondequiera que iba Diego Thomson, se esforzaba por vender Biblias y porciones, y en el Perú hizo los arreglos para que se tradujera el Nuevo Testamento a los idiomas indígenas.
La obra de Diego Thomson en Argentina llamó la atención de O’Higgins, el director supremo en Chile, quien lo invitó a pasar a Chile por un año con todos los gastos pagados. Thomson viajó por el Cabo de Hornos y llegó a Santiago a mediados de 1821. En Argentina, el clero lo había apoyado, pero en Chile la mayoría se opuso 63. Sin embargo, en menos de un año Thomson pudo fundar tres escuelas en Santiago, una de las cuales servía de centro normal para preparar a directores de escuelas nuevas. Además, fundó una escuela en Valparaíso 64, y uno de sus alumnos fundó otra en Coquimbo 65. El 31 de mayo de 1822, el director O’Higgins honró a Thomson otorgándole la ciudadanía chilena. Pero, en vista de que Anthony Eaton, en Chile desde septiembre de 1821 66, podía llevar adelante la obra, Thomson se sintió en libertad de aceptar la invitación que le había hecho San Martín en el Perú. Partió de Valparaíso el 18 de junio de 1822 67, pero desafortunadamente, Eaton se enfermó unos meses después y tuvo que regresar a Inglaterra 68. No hubo suficiente tiempo para preparar a un coordinador nacional, y con la salida de los maestros británicos la obra decayó. Después de diez años no quedaba rastro alguno 69.
Thomson llegó al Callao el 28 de junio y un día después fue a Lima, donde inmediatamente se presentó ante San Martín. El día siguiente el libertador visitó a Thomson e hizo los arreglos para que éste se reuniera con sus ministros 70. El 6 de julio se publicó en la “Gaceta del Gobierno” un decreto que autorizaba el establecimiento de una escuela normal según el sistema lancasteriano y el uso del convento dominicano como plantel 71. Se estipuló que todos los maestros de las escuelas públicas tendrían que asistir a la escuela normal lancasteriana, junto con sus dos mejores alumnos, para después poder establecer escuelas lancasterianas en todas las capitales provinciales 72. El colegio normal se abrió oficialmente el 19 de septiembre, pero el día siguiente San Martín abandonó Lima en forma definitiva y durante varios meses no se pudieron iniciar las clases. Las nuevas autoridades obstruyeron los esfuerzos de Thomson, posiblemente porque este había estado tan ligado a San Martín.
Durante el último trimestre de 1822, mientras Diego Thomson perdía la esperanza de poder comenzar con las clases, un sacerdote liberal llamado José Francisco Navarrete reunió a doce personas, quienes, por espacio de cuatro semanas, fueron todos los días a la casa de Thomson para capacitarse en el sistema lancasteriano. Terminada esta instrucción, solicitaron a las autoridades que proveyeran al maestro de lo que él necesitara para iniciar las clases en la escuela normal 73. Por fin, Thomson escribió una carta al Congreso en la cual exponía las tácticas dilatorias que se le habían aplicado y expresaba su deseo de salir del país cuanto antes 74. Este ultimátum surtió efecto, y el 6 de diciembre del año 1822 el Congreso ordenó que empezaran las clases a la brevedad posible y encargó a Navarrete formar un comité de enlace entre el gobierno y la escuela.
Este arreglo tuvo dos ventajas. Navarrete era un sacerdote respetado y su asociación con la escuela ayudó a disipar el prejuicio contra las ideas religiosas de Thomson. Además, este encontró en Navarrete un fiel colaborador y un buen amigo que continuó con su obra en el Perú hasta la mitad del siglo. En mayo de 1823 pudo informar que la escuela estaba en plena marcha. Lo que antes había sido el refectorio del convento de Santo Tomás, se había convertido en un aula para trescientos alumnos, aunque todavía no se habían matriculado más de cien 75.
Este progreso fue interrumpido por la irrupción en la ciudad del Ejército real el 18 de junio, y Thomson salió para Trujillo. Cuando el Ejército real se retiró de Lima en julio, Thomson decidió regresar. Se entrevistó con Simón Bolívar, quien llegó al Callao el 1.° de septiembre. El 29 de febrero de 1824, por segunda vez tropas reales entraron a la Capital, pero esta vez Thomson decidió quedarse allí y seguir adelante con la escuela. Se entrevistó con el general español y las fuerzas reales no le pusieron trabas 76. Con todo, los disturbios hicieron que se mermara la matrícula y para mayo de 1824, aunque se había establecido una segunda escuela, Thomson había preparado sus valijas para salir, convencido de que no podía hacer más en Lima. La tesorería nacional estaba vacía y las escuelas no recibían sostén, ni Thomson su salario. Si quería comer tendría que irse. En este trance intervino Navarrete y organizó un comité de padres de familia para que pagaran entre todos el salario de Thomson 77. Sin embargo, continuó la guerra y la gente se empobreció de tal manera que, finalmente, el 5 de septiembre de 1824 Thomson se vio obligado a despedirse de sus amigos, quienes eran, según él, “mayormente curas” 78, y volvió a Trujillo. De allí se fue a Ecuador y luego a Colombia, donde estableció una sociedad bíblica 79.
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