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Imanol me acompañó de cerca y me dio una mano con las primeras lecturas. Y para todo, todo el tiempo, conté con el apoyo y la ayuda de un tipo que me enorgullece llamar mi amigo: el imprescindible José Ramón Calvo.
Y para que este festejo, que no está hecho sólo de textos, pudiera ser un artefacto completo, eran necesarios otros aportes fundamentales: Ángel de la Calle —actual director de la Semana Negra de Gijón— nos dio una acuarela para la portada y Eduardo Penagos —brigadista de Para Leer En Libertad— las fotografías que ilustran el libro.
Con el plan en marcha, había que pensar quién lo iba a editar. Porque, por supuesto en un proyecto taibolero —de base, que recorra librerías y ferias, bibliotecas y salas de lectura, buscando a sus lectores por abajo, cerca del pueblo— el lugar de enunciación es central. Así fue que, aunque es muy probable que alguna de las grandes lo hubiera publicado, una mañana —después de una charla con Fritz, frente al mar, en Acapulco— decidí que lo mejor era que lo hicieran editoriales independientes, cercanas, compañeras: Nitro en México, Punto de Encuentro —con el aporte de Sudestada en la distribución— en Argentina, Cazador de Ratas en España, la Brigada Para Leer en Libertad, el formato digital. Otra vez la idea de red, de cofradía.
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Habrán notado que, aunque estoy hablando de un plan de muchas cabezas, se repitió hasta acá, molesta, la primera persona del singular. Es porque aunque las consulté con varios de los participan en este proyecto, todas las decisiones terminé tomándolas yo.
Es decir: los logros y los aciertos de este proyectos son colectivos; las falencias —ausencias injustificables, presencias perturbadoras, errores o tropiezos—, solo míos.
En fin.
Fueron unos meses de mucha ansiedad pero acá estamos.
Esto somos: los espartaquistas sandokanianos del subrealismo subsocialista, la red Patito, los brigadistas hammetianos y philipdickeros. La taibolera. Una internacional —la Quinta— aventurera, negra y criminal.
Alcemos nuestros vasos, camaradas, y brindemos por la vida y la literatura de uno de los mejores de los nuestros.
¡Salud!
Por el placer de seguir estando con vos, Paco.
Kike Ferrari
Buenos Aires, julio de 2019
EZRA ALCAZAR, el benjamín del libro, nació en la Ciudad de México ayer nomás: en 1993.
Es escritor, periodista, crítico pero, sobre todo, un lector voraz. Fue parte de la Brigada para Leer en Libertad y hoy trabaja con Paco en la aventura del FCE, lo que no siempre es fácil: “más de una vez he pensado en que debería morir antes de seguir haciendo esto”, dice sonriendo.
En su relato vuelve, una vez más, la araña, uno de los grandes personajes de los relatos febriles de Paco.
La evocación es un archivo saqueado, leyendas desvanecidas, insistencias ópticas
Carlos Monsiváis
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Naciste como todos, y como todos fuiste condenado a repetir la historia que no conocías. Creciste en el más o menos que es mantra de los tuyos, en el más o menos estudias mientras más o menos te alcanza para comer, te dieron un trabajo más o menos que pagaba igual, conseguiste la propuesta del sindicato para más o menos salir adelante. Vives en el país del más o menos y sin embargo no dejas de pensar todo el tiempo en esa nota:
El pasado está vivo y en entenderlo radica la verdadera transformación
La transformación empezó hace mucho —o eso decían—, cuando tú apenas estabas en la secundaria diurna número 79. Ahí estabas con tu suéter verde y pantalón Príncipe de Gales comprado en Soriana cuando llegó el cambio. Pero nunca entendiste cuál era ese cambio. Nunca te hiciste esa pregunta hasta ahora; ahora que el cambio se ha generado, que vives en los frutos de eso y dejaste tu segundo suéter verde para regresar a un pantalón —también comprado en el Soriana— que usas en tu chamba de office boy. Fue ahí donde viste aquel mensaje. Un post it cualquiera con aquella nota y una pequeña araña dibujada debajo de él. Algo parecido habías escuchado decir a Roberto, aquel hombre viejo del sindicato, tan harto del trabajo pero que por ancas o por ranas le tocó una Ley Federal del Trabajo que según él nunca lo dejaría jubilarse. Y dicho y hecho, Roberto se murió en el hospital, pero no interno sino limpiando los pisos. “El pasado está vivo y ahí radica la verdadera transformación”, al principio creíste que era una frase un tanto poética, caminabas por Palacio viendo las placas que conmemoraban a los héroes. Pero los héroes eran estatuas y placas olvidadas, que miraban todo y que todos miraban sin entender realmente, como tú también hacías.
Los funcionarios son pinches, pero los funcionarios mexicanos son pinchísimos, son como corchos que siempre logran flotar
Y ahí estaba otra vez, ahora lo entendías bien. El mensaje no fue poético, era real. Tocaba entender que el pasado viciado seguía ahí, enraizado al “cambio”, a un cambio que fue más o menos cuando las viejas voces se callaron. ¿Pero cuáles eran esas voces? ¿Cómo se callaron?
Antes de dejar el hospital te enamoraste más o menos de una enfermera a la que dejabas poemas de Ángel González en su tarjeta del checador. Cuando dejaste el hospital y viniste aquí, también la dejaste a ella. Así eran las cosas aquí, no había tiempo para los poemas pero sí para los discursos y las ceremonias, para el protocolo. Vives en una velocidad que apenas te deja entrever lo que haces, meditarlo un poco, y cuando lo haces ya cayó un nuevo golpe y sigues. ¿De eso se trataba el cambio?
Ayer te tocó recoger las cartas de renuncia, llegó una nueva administración que barre con lo que existía y como tú eres de esta misma que entró no te queda más que seguir y tragar tus sentimientos. La justicia no existe para los justos, la justicia no existe cuando estás de este lado ni cuando estás del otro. Te toca exigirla a veces o callarte cuando te la exigen a ti. ¿Cómo empezó esto? ¿O es que nunca empezó?
Al salir del Palacio una nota más:
Las horas extra se pagan doble
Ahí vuelves a soñar. Recuerdas las primeras marchas, los días de lucha agarrado de tu madre. Caminar sobre Reforma al lado de un gordito bigotón que logra atraer a las masas como el flautista de Hamelín. Habla de otros tiempos, de la lucha de los trabajadores, de los villistas, de Zarco, de la libertad que tanto buscamos y que cuando parece que más nos acercamos alguien nos jala de regreso y nos deja fuera de su alcance. Pero la libertad nunca la conociste como la pintaban, la libertad estuvo cuando te enamoraste de aquella enfermera, cuando leíste ese libro, cuando bailaste. La libertad nunca estuvo en los cuadros de formación ni en la transformación nacional. La libertad estuvo en escribir los poemas para tu novia, en combatir con el palillo de dientes que es la palabra a los abusos sistemáticos del poder. En el hospital aprendiste que la lucha sindical había desaparecido para convertirse en el paraíso del charrismo. Intercambios de favores entre los miembros, tira y afloja de sobornos entre patrón y dirigentes ¿quién pediría horas extra cuando sabes que tu mismo secretario general te mandará a madrear?
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