Hoy, todas las luces de alarma permanecen encendidas en el norte y en el sur del sur ante los intentos restauradores del viejo orden neoliberal. Las fuerzas más reaccionarias del mundo han intensificado sus campañas para desestabilizar nuevamente al término del tercer lustro del milenio, a varios gobiernos latinoamericanos –el venezolano en lo social, económico y militar, el argentino en lo financiero, por ejemplo–, en una experiencia que bien puede ser aplicada en cualquier otro país latinoamericano cuyos recursos naturales sean apetecidos por las potencias centrales.
Sobre este libro Sobre este libro Hoy, todas las luces de alarma permanecen encendidas en el norte y en el sur del sur ante los intentos restauradores del viejo orden neoliberal. Las fuerzas más reaccionarias del mundo han intensificado sus campañas para desestabilizar nuevamente al término del tercer lustro del milenio, a varios gobiernos latinoamericanos –el venezolano en lo social, económico y militar, el argentino en lo financiero, por ejemplo–, en una experiencia que bien puede ser aplicada en cualquier otro país latinoamericano cuyos recursos naturales sean apetecidos por las potencias centrales.
La internacional del terror mediático
De la resistencia a la construcción
Vernos con nuestros propios ojos
El caso paradigmático de México
El imaginario social y la guerra de cuarta generación
Golpes suaves, partidos mediáticos
Desalambrando latifundios mediáticos
Los nuevos movimientos asociativos y la comunicación
Sociedad del conocimiento, gobernanza de Internet
Cultura, colonialismo cultural
La tecnología, el desarrollo
Comunicación para la integración
¿Dónde están los periodistas?
Ahoronian, AramLa Internacional del terror mediático / Aram Ahoronian. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Punto de Encuentro, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descarga y onlineISBN 978-987-4465-67-21. Investigación Periodística. I. Título. CDD 070.449 |
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Aram Aharonian
La internacional del terror mediático
Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños.
Hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrirnos que el paraíso estaba ahí, a la vuelta de todas las esquinas.
Julio Cortázar
Hoy, todas las luces de alarma permanecen encendidas en el norte y en el sur del sur ante los intentos restauradores del viejo orden neoliberal. Las fuerzas más reaccionarias del mundo han intensificado sus campañas para desestabilizar nuevamente al término del tercer lustro del milenio, a varios gobiernos latinoamericanos –el venezolano en lo social, económico y militar, el argentino en lo financiero, por ejemplo–, en una experiencia que bien puede ser aplicada en cualquier otro país latinoamericano cuyos recursos naturales sean apetecidos por las potencias centrales.
La creciente y orgánica participación de los medios de comunicación cartelizados –nacionales y extranjeros– en la preparación y el desarrollo de las guerras y planes desestabilizadores promovidos por y desde Estados Unidos, demuestra que estos se han convertido en verdaderas unidades militares. Si hace 40 años necesitaban de fuerzas armadas para imponer su proyecto, hoy el escenario de guerra es simbólico y hoy no hacen faltas bayonetas ni tanques: les basta con el control de los medios hegemónicos para imponer modelos políticos, económicos y sociales.
La guerra se traslada al espacio simbólico, a la batalla ideológica, a la guerra cultural y, por ende, las armas para esa nueva confrontación son diferentes. Ya no son metralletas, sino micrófonos, computadoras, teléfonos, cámaras de video… La guerra por imponer imaginarios colectivos se da a través de medios cibernéticos, audiovisuales y gráficos. Y para esas batallas hay que saber cómo usar esas armas, apropiarse de las nuevas tecnologías, saber cuál es la masa crítica a la que queremos dirigirnos, aprender a diseñar y producir contenidos de calidad para poder pelear en ella.
Los medios comerciales de comunicación han incautado la libertad de expresión y, precisamente, la han aprisionado para usarla como rehén. Ante ese poder los individuos no valen nada. Los medios se han vuelto despóticos y despiadados, como nunca lo llegó a ser reyezuelo o dictadorzuelo alguno. Una vez que acusan-condenan no hay modo de apelar ante nadie.
La lucha simbólica por la democratización de la comunicación necesita cuestionar el discurso que los medios, como aparato privado de hegemonía elaboran y diseminan. Pero la democratización depende también del convencimiento público sobre la necesidades de espacios más libres, plurales, diversos para la información y la opinión y el fomento del Estado a la diversificación de los contenidos.
Para el sociólogo marxista italiano Antonio Gramsci, la hegemonía presupone la conquista del consenso y del liderazgo cultural y político-ideológico por una clase (o bloque de clases) que se impone sobre las otras, e involucra la capacidad de un determinado bloque de articular un conjunto de factores que lo habilite a dirigir moral y culturalmente, sostenidamente, la sociedad como un todo.
Si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social. De ahí que la creación de un nuevo intelectual asociado a la clase obrera pasa por el desarrollo desde la base, desde los sujetos concretos, de nuevas propuestas y demandas culturales.
El objetivo consiste en la imaginación de una nueva cultura no subalterna, muy diferente de la burguesa, que pueda llegar a ser dominante, sin verse arrastrada por culturas tradicionales. De cualquier modo, para Gramsci, todo hombre es un intelectual que participa de una determinada concepción del mundo y a través de sus singladuras ideológicas contribuye a sostener o a suscitar nuevos modos (alternativas) de pensar.
La separación creciente entre gobernantes y los destinatarios de sus decisiones; entre intelectuales y el resto, entre los funcionarios de las teorías y quienes las reciben, es inaceptable en el pensamiento del italiano.
La hegemonía no es una construcción monolítica, sino el resultado de mediaciones de fuerza entre los bloques de clase en determinado contexto histórico. No es estática. Puede ser reelaborada y alterada tanto en el ámbito social (a través de asociaciones y movimientos contrahegemónicos) como por el Estado.
Pero el terrorismo mediático no nace en el siglo XXI. El arte de la desinformación ha sido un elemento clave en todos los conflictos bélicos desde la antigüedad. Hablamos de hace tres mil años: ya entonces no se trataba de escribir la realidad de los hechos, la historia verdadera, sino la de conformar percepciones, imaginarios colectivos de la sociedad a favor, claro, de la cultura dominante, de los poderes fácticos, incluidos –en tiempos más recientes, hacia el siglo XVII– las diversas iglesias.
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