“Para vender sus guerras, el Mercado siembra miedos, y el miedo crea clima. La televisión se ocupa de que las torres de Nueva York vuelvan a derrumbarse todos los días. ¿Qué quedó del pánico del ántrax? No solo una investigación oficial, que poco o nada averiguó sobre aquellas cartas mortales: también quedó un espectacular aumento del presupuesto militar de EEUU. Y la millonada que ese país destina a la industria de la muerte no es moco de pavo. Apenas un mes y medio de esos gastos bastaría para acabar con la miseria en el mundo, si no mienten los numeritos de Naciones Unidas”, señala Galeano.
Estos terroristas mediáticos de hoy son los traficantes de siempre: drogas, armas, desinformación, terrorismo mediático, son solo productos vendidos en el mercado libre para el consumo de nuestras sociedades, muchas veces con la lamentable complicidad de seudo comunicadores sin ética ni conciencia social, convertidos en sicarios de sus patrones, que los desechan cuando ya no les son rentables para sus propósitos.
Es un Plan Cóndor simbólico. ¿Estamos preparados para enfrentarlo o nos conformaremos con la mera denuncia?
De la resistencia a la construcción
Sueña y serás libre de espíritu, lucha y serás libre en la vida.
En América Latina estamos pasando de más de cinco siglos de resistencia a una etapa de construcción (nueva comunicación, nuevas democracias), donde se deben dar pasos en la práctica y, a la vez, ir diseñando nuevas teorías que tengan que ver con nuestras realidades, nuestras idiosincrasias, nuestro futuro, rompiendo los añejos paradigmas liberales.
El camino en este tránsito no es fácil. La reacción de la derecha vernácula, latinoamericana, globalizada, ha sido criminal, en todo el amplio sentido del término. La nueva arma mortal no esparce isótopos radioactivos: se llama medios de comunicación de masas en manos de unas cuantas corporaciones que manipulan a su antojo en función de sus intereses corporativos, como mascarón de proa de la globalización trasnacional y en alianza con las más reaccionarias fuerzas políticas.
Las recientes manifestaciones de masas generadas por las derechas en los más diversos países (y no solo en nuestra región), muestran su capacidad para apropiarse de símbolos que antes desdeñaban, introduciendo confusión en las filas de las izquierdas. Los saberes y formatos que antes eran monopolios de las izquierdas, desde los partidos y, sobre todo, los sindicatos y movimientos sociales, hoy encuentran competidores capaces de mover masas pero con finas opuestos a los que esa izquierda desea.
Grupos armados y militarmente organizados se cobijan en manifestaciones más o menos importantes con el objetivo de derribar un gobierno, generando situaciones de ingobernabilidad y caos. Lo cierto es que la derecha ha sacado lecciones de la vasta experiencia insurreccional de la clase obrera y de los levantamientos populares que se sucedieron en América Latina desde el Caracazo de 1989.
Las derechas han sido capaces de crear un dispositivo “popular” para desestabilizar gobiernos populares, dando la impresión de que estamos ante movilizaciones legítimas que terminan derribando gobiernos ilegítimos, aunque estos hayan sido elegidos y mantengan el apoyo de sectores mayoritarios de la población. En este punto, la confusión es un arte tan decisivo, como el arte de la insurrección que otrora dominaron los revolucionarios, señala el analista uruguayo Raúl Zibechi.
Las manifestaciones ganan los titulares pero se produce lo que la socióloga brasileña Silvia Viana define como una reconstrucción de la narrativa hacia otros fines. “Es claro que no hay lucha política sin disputa por símbolos”, asegura. En esta disputa simbólica la derecha, que ahora engalana sus golpes como defensa de la democracia y los derechos humanos, aprendió más rápido que sus oponentes.
Por ejemplo, en marzo de 2014 el frente mediático de la derecha latinoamericana y mundial activó sus ataques contra la Revolución Bolivariana. Las tres redes privadas más importantes de diarios de Latinoamérica se unieron para “difundir informaciones sobre la situación en Venezuela”. Mensaje único. Nora Sanín, que dirige la asociación de prensa Andiarios y lideró esa campaña, señaló sin tapujos a la revista colombiana Semana: “Nosotros estamos haciendo política. Y está bien que la hagamos, pues nuestra causa es defender un derecho universal: la libertad de expresión”.
La campaña incluyó imágenes de represiones sangrientas que supuestamente habían tenido lugar en Venezuela (pero que en realidad habían ocurrido en Chile, Siria, Honduras y otros países) y que fueron repetidas miles de veces a través de Twitter y la televisión cartelizada.
La imagen de un niño ensangrentado y gritando víctima de la guerra en Siria apareció como la de un infante agredido “por las huestes bolivarianas”; la de una estudiante maltratada por la policía chilena se convirtió en una “muestra de la barbarie chavista contra los jóvenes”… Así se fue creando un imaginario colectivo adverso al gobierno bolivariano.
Ante todo esto, más que nunca, la profundización de este nuevo proceso emancipatorio latinoamericano exige el protagonismo de los espacios de participación colectiva para garantizar y robustecer las políticas públicas de integración regional, y el reconocimiento de derechos y la justicia en lo económico, social y cultural. Para comenzar a vernos con nuestros ojos es necesario visibilizar a las grandes mayorías, a la pluralidad y diversidad de nuestra región, recuperar nuestra memoria: un pueblo que no sabe de dónde viene, difícilmente podrá saber a dónde va.
En América Latina estamos reinventando la democracia. Transitamos una etapa inédita que recupera y actualiza las mejores tradiciones emancipatorias y de resistencia popular. La profundización de este proceso exige el protagonismo de los espacios de participación colectiva para garantizar y robustecer las políticas públicas de integración regional, el reconocimiento de derechos y la justicia en lo económico, social y cultural.
Paralelamente, jamás en la historia de la humanidad han estado tan violentadas tanto la libertad individual como la soberanía de los estados, como consecuencia directa de una altísima concentración de las comunicaciones y de los medios en pocas manos. Esta es una limitante tanto para la democracia como para las libertades individuales.
América Latina está en un proceso de reinvención y, además, redefiniendo su inserción en el mundo. Su futuro no está aún definido, en especial porque su visión de sí misma, su destino como territorio y su relación con las grandes potencias, especialmente con Estados Unidos, se está transformando radicalmente.
En la última década, la región ha obtenido ingresos extraordinarios por la venta de materias primas, y capitales para la inversión de valores, exacerbados por liquidez abundante provista por los bancos centrales del mundo occidental y tasas de interés históricamente bajas. Pero hoy, ¿ese ciclo apunta a su fin?
Por ello, su reinvención implica necesariamente, una redefinición de su inserción en un mundo multipolar, en el que modifique su actual rol de proveedor de materias primas, que lo coloca en una situación frágil y vulnerable, para buscar un tipo de industria con tecnología de punta y el desarrollo de las manufacturas, al tiempo que desarrolla su mercado interno con equidad y justicia.
Si por más de 520 años su inserción con el resto del mundo estuvo condicionada por la presencia de las potencias imperiales (España, Portugal, Inglaterra, Francia y Estados Unidos), con el nuevo siglo ha comenzado a construirse un conglomerado de naciones con procesos de integración crecientemente soberanos, complejos, ambiguos, en ocasiones contradictorios, que no avanzan en línea recta, en el que no todo está definido y cuyo destino final no está aún escrito.
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