1 ...7 8 9 11 12 13 ...20 El informe McBride y la Unesco enfrentaron las presiones de los países hegemónicos, especialmente de Estados Unidos y Gran Bretaña, que bajo el liderazgo de las políticas neoliberales Ronald Reagan y Margareth Thatcher, en plena guerra fría, pusieron la marcha la ofensiva del “libre flujo de la información”. Alegando la politización de la Unesco, ambos países, amenazaron con retirarse de la organización entre 1984 y 1985, lo que alejó el debate sobre el Nuevo Orden Informativo Internaconal (NOMIC), para encuadrarlo en las discusiones del GATT primero y de la Organización Mundial de Comercio (OMC), después.
Hoy es obvio que los derechos humanos no pueden existir sin la libertad de palabra, de prensa, de información, de expresión. La transformación de esas libertades en un derecho individual o colectivo más amplio a comunicar, es un principio evolutivo en el proceso de democratización.
Estamos en plena batalla cultural, y en América Latina es fundamental la protección y fomento de la pluralidad de opiniones y de la diversidad cultural y lingüística, la democratización de los medios de comunicación, y la defensa y divulgación de los bienes comunes del conocimiento mundial, como parte del dominio público.
En los análisis democratizadores no podemos olvidar que el espectro radioeléctrico es un patrimonio de la humanidad y los Estados son soberanos en su administración, en función del interés nacional y general. Es falaz la idea de que son propietarios del espacio radioeléctrico las empresas, nacionales y/o trasnacionales, que tienen la concesión de una frecuencia. Por ende, es menester luchar para que el espacio radioeléctrico se divida en tres partes: una para el estado, otra para los medios comerciales y una para los movimientos sociales, las universidades, los sindicatos.
La lucha por la democratización pasa por la reconstrucción del espacio público, que fuera privatizado y vaciado durante décadas en la ofensiva neoliberal. El espacio público es aquel que reúne a los medios estatales, regionales, educativos, universitarios, legislativos y comunitarios, y que apuesta no a la formación de consumidores o borregos políticos o religiosos, sino que contribuye a la formación de una ciudadanía y una identidad común latinoamericana.
Tampoco podemos olvidar que la comunicación es factor articulador clave para el reencuentro y la solidaridad de nuestras nacionalidades, que implica el reconocimiento de un destino común por encima de rivalidades reales o forjadas. Pero, sorprendentemente –o no– el tema comunicacional no está en la agenda de ninguno de los espacios de integración de América Latina y el Caribe.
Por ello se torna indispensable formular una estrategia de cooperación específica entre los pueblos de nuestra América para los ámbitos de la información, comunicación, cultura y conocimiento, contemplando acuerdos para potenciar las redes regionales de información y comunicación pública y ciudadanas, con un sentido de equidad respecto a los medios de comunicación.
También crece el consenso de que cada vez más necesaria la auditoría social de los medios comerciales (y también de los público y estatales) de comunicación social, que se han convertido en el principal poder, por encima de los otros tres clásicos –ejecutivo, judicial y legislativo-. Es necesaria la creación del quinto poder, el del ciudadano, para fiscalizar los cuatro anteriores, con Observatorios de Medios y Asociaciones de Usuarios.
Las nuevas formas de producción, la tecnología y la liberalización de los mercados ha cambiado de manera acelerada y radical la concepción de los medios de comunicación en las sociedades democráticas. Es un cambio en el que los medios forman parte fundamental y adjetiva principalmente en las relaciones Estado-sociedad.
Como consecuencia del desarrollo y crecimiento de los grandes conglomerados de la comunicación, los medios actuales difícilmente se conciben en el esquema tradicional de espacio público, sino que se definen como espacios privados susceptibles a influir en la política, gestión Estatal y en la vida privada de los individuos.
Si bien este es el caso de los medios en los Estados Unidos, donde la liberalización total está casi perfectamente institucionalizada (algunos lo atribuyen a la Ley de Telecomunicaciones de 1996), la realidad es que este tipo de política se han exportado al resto del mundo implementándose, en mayor o menor medida, en países democráticos y no democráticos.
De hecho, los conglomerados norteamericanos más importantes como Microsoft, AOL Time Warner, Viacom y AT&T tienen presencia mundial no solamente por el impacto de sus productos, sino por las empresas asociadas que han logrado adquirir en países de Europa, Asia, África y América Latina.
A raíz de las innovaciones tecnológicas, los corporativos de los medios diversifican el tipo de productos que generan, dando como resultado una industria de multimedia más integrada. Un ejemplo es el de la película Titanic, que además de distribuirse en video y DVD, emitió productos diversificados tales como la música original de la película, juguetes, objetos de colección, libros, ropa, programas de “detrás de las cámaras”, críticas y reseñas favorables en la prensa, entrevistas y especiales para TV y radio, sitios web, publicidad por doquier, entre otros.
Esto es un ejemplo de la explotación comercial que de un sólo producto originario puede potencializar y controlar el mismo conglomerado diversificado.
Comunicación y democracia
Ante todo, debemos asumir que el tema de los medios de comunicación tiene que ver con el futuro de nuestras democracias. Hoy en día, en nuestra América, la dictadura mediática intenta suplantar a la dictadura militar. Son los grandes grupos económicos que usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quién es el protagonista y quién es el antagonista. El que más vocifera contra los cambios de nuestras sociedades, contra los cambios de modelo económico, social, político, contra las transformaciones culturales, es quien logra más pantalla, mientras intentan que las grandes mayorías sigan afónicas e invisibles, sin voz ni imagen.
La preocupación por el futuro de la democracia está también en la agenda de los grandes pensadores, como el Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, quien se refirió a la democracia “representativa” en una nota publicada en Le Monde Diplomatique (Al margen del poder económico: ¿Qué queda de la democracia?), en la que señaló que “la experiencia confirma que una democracia política que no reposa sobre una democracia económica y cultural no sirve de gran cosa (…). El sistema llamado democrático se parece más a un gobierno de los ricos y menos a un gobierno del pueblo. Imposible negar la evidencia: la masa de pobres llamada a votar no es jamás llamada a gobernar”.
Y luego formula este llamado: Dejemos de considerar la democracia como un valor adquirido, definido de una vez por todas y para siempre intocable. En un mundo donde estamos habituados a debatir de todo, solo persiste un tabú: la democracia. Entonces digo: cuestionémosla en todos los debates. Si no encontramos un medio de reinventarla, no se perderá solamente la democracia, sino la esperanza de ver un día los derechos humanos respetados en este planeta. Será entonces el fracaso más estruendoso de nuestro tiempo, la señal de una traición que marcará para siempre a la humanidad.
Karl von Clausewitz planteaba que la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios. Y si la guerra es la continuación de la política, esta es, a su vez, la mera continuación de la cultura. Ambas regulan conductas humanas, ambas operan mediante ejércitos llamados aparatos ideológicos, señala el venezolano Luis Britto García.
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