Juan Godoy - Volver a las fuentes

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Esta obra, comprometida con nuestra época, rigurosa y profunda conceptualmente, aborda de manera simple cuestiones complejas. Recupera en forma de apuntes los conceptos y la trayectoria de los clásicos del pensamiento nacional: Jauretche, Hernández Arregui, Scalabrini, Cooke, Ugarte o Carpani. Interpela las políticas de la historia y debate la mistificación cultural de nuestro pasado, demostrando que fue realizada por los intelectuales de la oligarquía con la finalidad de justificar los asesinatos a los dirigentes, los robos de bienes y la imposición de un proyecto desigual de país. Demuele prejuicios y derriba zonceras y sentidos comunes instalados. Godoy describe las vidas y los legados de Artigas, la causa americanista de Bolívar o las luchas populares de las montoneras federales y de Felipe Varela contra el unitarismo oligárquico e imperialista. Recupera la trayectoria de figuras ocultadas de la historia sudamericana como Manuel Rodríguez, Alejandro Marín, Rufino Blanco Fombona o César Marcos. Volver a las fuentes retoma y analiza en clave nacional a las figuras constructoras de los dos grandes proyectos políticos y económicos del país: Julio A. Roca y Juan D. Perón. Aborda críticamente el debate sobre el método de elaboración de las ciencias y a partir de revisar textos y polémicas de Carlos Montenegro, Roberto Carri y Oscar Varsavsky, demuestra que las mentadas neutralidad y objetividad científica suelen ser la justificación ideológica de un saber dependiente al servicio de intereses extranjeros. Este excelente trabajo no es un libro sobre el pasado, sino una obra cargada de presente y futuro.

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Ahora sí, avanzamos con el revisionismo histórico. Jauretche va a hacer importantes estudios en relación con esta posición historiográfica. No está interesado en el pasado por el pasado mismo, como un nimio “juego intelectual”, sino que busca puntales donde asentarse, desde donde construir su identidad para avanzar en un proyecto político. Indagar en las vivencias, ideas, anhelos, sueños, etcétera, del pueblo. Una memoria que posibilite la reconstrucción del tejido social, y sirva de orientación en una política nacional.

Considera el autor de Política nacional y revisionismo histórico que en el análisis de la historia no hay asepsia u objetividad, sino un entrecruzamiento con intereses políticos. A la información histórica se la recorta y se la interpreta. Los hechos son los mismos, el tema es la interpretación que se le da (y cuáles son las luces o sombras sobre documentos, acontecimientos, y/o sucesos históricos). Esa interpretación se hace desde una perspectiva político-ideológica y el proyecto que se quiere sustentar. Por eso no hay una sola interpretación del pasado, sino muchas. Existen pues diferentes corrientes historiográficas. No obstante destacamos que en el “recorte” mismo ya hay una decisión político-ideológica.

En este sentido, lo que se nos presenta como historia, en realidad, desde la perspectiva jauretcheana, es una política de la historia, que construyó el relato de nuestro pasado sobre la base de un proyecto político triunfante, y así logró tornarse la visión hegemónica y excluyente de nuestra historia. Se miraron los hechos desde la perspectiva de la oligarquía porteña, triunfante en los campos de Caseros y Pavón, y soberbia en tanto se creyó “dueña del país”, y parte de Europa. Un relato que carece de visión nacional, justamente porque es oligárquico y como tal es su contracara, es una mirada colonial. Es que “aquí ha habido una sistematización sin contradicciones, perfectamente dirigida (…) que no puede explicarse por la simple coincidencia de historiadores y difusores”. (Jauretche, 2008: 15) Se nos quitó de esta forma a los argentinos la posibilidad de ver la historia desde una óptica nacional, y a partir de ella, la construcción de una conciencia nacional de los hechos de nuestra patria.

Es por esta razón que apareció, para conformar una política nacional, la necesidad del revisionismo histórico. Jauretche afirma al respecto:

La importancia política del conocimiento de una historia auténtica; sin ella no es posible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro, porque el hecho cotidiano es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es inaccesible e inaprensible. (Ibídem: 14)

Con la historia nacional falsificada, generaciones de argentinos carecen de las herramientas necesarias para la conformación de una política nacional. Pero cabe preguntarse, la historia de la oligarquía, ¿por qué es falsa? Es falsa porque se erige en el único relato de nuestro pasado posible, no acepta que es un relato más contado desde la perspectiva de la clase dominante que hizo eje en el puerto (si aceptara eso, no sería falso). Don Arturo lo explica en su estilo claro e incisivo:

Las pasiones de ese momento inicial de la historia falsificada pueden explicar las simples inexactitudes. No sería, en tal caso, verdaderamente una falsificación, sino la visión parcial de la bandería. Si no hubiera pretendido ser ‘la historia’, sería la lógica deposición de una parte de los actores, los vencedores de ese momento inicial de Caseros, solos en el escenario por el aniquilamiento o el sometimiento de los vencidos. (Ibídem: 17)

No es algo casual sino la sistematización de una visión del pasado nacional, construido también, vale decirlo, a partir del esquema sarmientino de civilización y barbarie.

Esta política nacional a construir en realidad es una política nacional-latinoamericana. Es que, para finalizar e introducir el próximo tema, hay dos líneas históricas: una, la de la patria chica “hostil a la geografía y al hombre autóctono. Primero a lo americano y después a lo virreinal. Reduce el país y sustituye los hombres. Cuidará después de construirle al sustituto una mentalidad adecuada a la finalidad perseguida y el producto de esa cultura es la intelligentzia” (Ibídem: 90), que se constituye en correa de transmisión de la historia falsificada. Y por otro lado, la de la nacional-latinoamericana, y para reencontrarnos con esa política, dice:

Hay que volver a la Patria Grande. Es lo que intentan los dos episodios políticos del presente siglo que comienzan en 1916 y 1945, y que sufren cada uno su ‘Caseros’. Estos Caseros podrán ser explicados por los errores, las faltas, los crímenes, si se quiere, de los gobernantes, pero lo que no puede ser explicado sino en función de una política general contra la Patria Grande es que lo que intentó no fue la sustitución de los hombres o de los partidos gobernantes, sino la restauración de las condiciones antinacionales y antipopulares que habían sido creados en el primer Caseros y vencidas en 1916 y 1945. (Ibídem)

Breves palabras finales

Observamos a través de estas páginas cómo don Arturo emprende la lucha contra la colonización pedagógica desde diferentes planos: en el cultural, sobre todo en Los profetas del odio y la yapa y el Manual de zonceras argentinas; desde lo económico, como lo hiciera en el Plan Prebisch impugnando el análisis de este acerca de la situación del país hacia 1955 y una forma de ver la economía del país que es como ir a comprar al almacén con el manual del almacenero, también con Política y economía; en lo social, en esos apuntes para una sociología nacional que denominó El medio pelo en la sociedad argentina; y en lo político (y/o geopolítico), puede verse sobre todo en Ejército y política.

En sí, el tema de Jauretche, de sus trabajos, según sus propias consideraciones, es la cuestión nacional, abordada desde diferentes aspectos; y decimos asimismo que es central en su pensamiento la construcción de un pensar en nacional. Se lo ve como un polemista profundo, uno de los mejores que haya dado la Argentina, en los periódicos, en Prosa de hacha y tiza, como asimismo en Mano a mano entre nosotros. Para finalizar, traemos el recuerdo de Darío Alessandro, quien afirma certeramente que Jauretche se dedicó a “destruir lo que llamara ‘colonización pedagógica’, sin cuya destrucción consideraba imposible la liberación nacional”. (Alessandro en Parcero, 1985: 50).

2. Para este desarrollo nos basaremos principalmente en la obra de su biógrafo, Norberto Galasso: Jauretche y su época. Dos volúmenes. Buenos Aires, Corregidor, 2003.

3. En la actualidad, el 13 de noviembre se celebra en todo el país el Día del Pensamiento Nacional como homenaje a Jauretche.

4. Aunque años más tarde iba a criticar cómo esta fue desfigurada y vaciada de contenido en sus aspectos más importantes en tanto se desligó de las necesidades nacionales-latinoamericanas.

5. Jauretche, Arturo. El Paso de los Libres. Relato gaucho de la última revolución radical (diciembre de 1933), dicho en verso por el paisano Julián Barrientos, que anduvo en ella (Buenos Aires, Corregidor, 1992). La primera edición de este relato la prologa un joven Jorge Luis Borges por intermedio de Manzi. No sorprende este prólogo (el cual luego Borges “olvidará”), ya que el escritor de joven había tenido atisbos populares, cercanos al yrigoyenismo; reivindica a Rosas, Quiroga, la gauchesca, etc., hasta aproximadamente 1935, en que troca su camino hacia la literatura cipaya. La segunda edición la prologa Jorge Abelardo Ramos. Véase: Galasso, Norberto. (1995). Borges, ese desconocido. Buenos Aires: Ayacucho y Galasso, Norberto. (2012). Jorge Luis Borges. Un intelectual en el laberinto semicolonial. Buenos Aires: Colihue. Jauretche aparecía así como una promesa para las letras, como Scalabrini, que había escrito El hombre que está solo y espera, o Hernández Arregui, que había escrito unos cuentos: Siete notas extrañas, que le valieron, por ejemplo, el elogio de Nicolás Olivari. O Manzi, que es quien dice finalmente una frase que les cabe a todos estos personajes, incluso a él, que es su decisión de “hacer letras para los hombres, en lugar de ser un hombre de letras”.

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