Hernández Arregui desarrolla la noción de conciencia nacional, que es la lucha del pueblo argentino por su liberación, aquí lo nacional entendido como popular. Entonces, la conciencia nacional se relaciona estrechamente con la valorización de la cultura nacional, pues sabemos que el rescate de esta última es parte de la lucha del pueblo contra la oligarquía y los agentes imperiales.
El autor de Imperialismo y cultura considera que con la disolución del imperio español, y la aparición fuerte de la cultura francesa y británica en la cultura argentina (posteriormente también con la yanqui), nuestras clases dominantes se distancian y diferencian cada vez más de los sectores populares, que se encuentran anclados a nuestro suelo, forjando así, en su interacción, la cultura nacional. Son estos sectores populares entonces los constructores de la cultura nacional. No se trata aquí de un rescate que podríamos considerar reaccionario, más bien es la búsqueda de puntales donde se asienta la cultura propia, que nos otorga rasgos distintivos como comunidad autónoma. Los procesos emancipadores no deben negar el pasado ni la cultura nacional, sino que deben nutrirse de ellos. De ahí la importancia también otorgada por Arregui al revisionismo histórico, a la revisión de nuestro pasado nacional en clave nacional, desde las masas populares.
En la concepción del autor de ¿Qué es el ser nacional?, la realidad nacional tiene que ser abordada desde una perspectiva eminentemente nacional y latinoamericana, “mirar la realidad con nuestros propios ojos” y basada en nuestros propios intereses. Dejar de lado la veneración por lo ajeno, y hacernos cargo de nuestro propio legado histórico; por esto puntualiza que “el error de las capas intelectuales ajenadas a Europa es pensar la realidad colonial a través de sistemas de pensamiento germinados en otros ámbitos históricos (…) adecuar sin crítica métodos y filosofías europeos a la situación colonial es carencia de sentido histórico”. (Hernández Arregui, 1973: 301) No se trata de desdeñar todo pensamiento no realizado dentro de la geografía latinoamericana, sino incorporar concepciones realizadas en cualquier lugar y tiempo, pero no acríticamente, sino “tamizándolas” con nuestra propia realidad, e incorporándolas de acuerdo con nuestras necesidades.
La cultura nacional actúa en la concepción de Hernández Arregui como una herramienta de defensa de los pueblos. El imperialismo, conjuntamente con la oligarquía, apuntó a “reforzar la conciencia falsa de lo propio y desarmar las fuerzas espirituales defensivas que luchan por la liberación nacional en los países dependientes”. (Hernández Arregui, 1973a: 15)
Hernández Arregui participa del grupo CONDOR (Centros Organizados Nacionales de Orientación Revolucionaria), del cual son parte Ortega Peña, Eduardo L. Duhalde, Ricardo Carpani, entre otros. Este grupo aparecido en el año 1964 hace, a mediados de dicho año, un acto en conmemoración a Felipe Varela y la Unión Latinoamericana, colgando sobre un monumento a Bartolomé Mitre ubicado en Plaza Francia un retrato de Felipe Varela. (Piñeiro Iñíguez, 2007) El representante de la Argentina oligárquica extranjerizante, semicolonial, pro británica, contra el caudillo popular, representante del interior, de las tradiciones populares, latinoamericanista. Dan a conocer ese día un manifiesto redactado por Hernández Arregui que establece en el plano de la cultura que el grupo CONDOR “enjuicia en todos los terrenos la cultura colonial… Postula no sólo la crítica al colonato mental, sino la urgencia de reencontrar las raíces y fundar las premisas de una cultura nacional como muralla defensiva contra la penetración extranjera”. (Galasso, 1986: 145) Un elemento definitorio de la cultura entonces es la voluntad defensiva contra lo extranjero.
La cuestión de la cultura nacional es analizada por Hernández Arregui en su diferenciación de los nacionalismos de los países centrales, desarrollados, opresores, imperialistas, los cuales son caracterizados como reaccionarios; y el nacionalismo de los países del tercer mundo, subdesarrollados, oprimidos, coloniales o semicoloniales, el cual es caracterizado (si es dirigido y/o apunta al pueblo) como popular y revolucionario. (Hernández Arregui: 2004) Este último, en su defensa de la soberanía contra el avance imperial, defiende al mismo tiempo la cultura nacional, las características propias como pueblo.
Al mismo tiempo, considera nuestro autor que la estructura económica crea formas de alienación cultural. Del desconocimiento del sometimiento económico surgen concepciones que niegan el sustrato profundo. Es la visión deformada de la oligarquía porteña, de la ciudad-puerto que verá en la industrialización, en los sectores obreros que esta trae aparejada, un riesgo que amenaza sus intereses, “esta intelligentzia (…) por la doble gravitación de la oligarquía y el imperialismo, no cree en lo nacional”. (Hernández Arregui: 1973: 160)
En esta búsqueda por parte del imperialismo de reforzar la conciencia falsa y eliminar las posibilidades de defensa, es de suma importancia la superestructura cultural que apunta al sometimiento. El autor de Nacionalismo y liberación les otorga gran importancia a las manifestaciones culturales, desde la literatura hasta el arte. Con respecto a la primera, rescata a los escritores que les den visibilidad a los hombres del país, a los sectores populares, a personajes característicos de nuestro suelo. En relación con el arte, Arregui rescatará a artistas como Juan Manuel Sánchez, Pascual Di Bianco, y sobre todo a Ricardo Carpani.
Este último ilustra las tapas de algunos libros de Arregui por su expreso pedido. Por su parte, el escritor prologa un libro del muralista argentino, llamado La política en el arte. Le interesa, de la obra de Carpani, que da lugar a los sectores populares, a los luchadores sociales, pone el arte al servicio de las masas, del caballete pasa a las calles, con murales, afiches, etcétera. “Un arte nacional no significa cerrazón frente a Europa, sino en la medida en que lo extranjero penetra y disuelve, a través de la colonización mental de la clase dirigente, el patrimonio intransferible y colectivo de la propia cultura nacional. Cultura es resistencia, pero también asimilación (…) el arte no escapa a la política”. (Hernández Arregui, 1962: 8-15) Considera que los artistas, su obra, no dependen de un público “popular”, de las masas de trabajadores y desocupados. En tanto que la supervivencia de parte de los artistas disonantes de la superestructura cultural –que al mismo tiempo moldea sus estilos artísticos– se dificulta. El arte nacional debe vincularse a la realidad latinoamericana, a las masas populares, en su sentir y en sus tradiciones culturales asociadas a la lucha.
Hernández Arregui hace una fuerte crítica a los sectores medios colonizados pedagógicamente, que en lugar de acercarse a los sectores populares, y por miedo a estos, terminan siendo cómplices de la estructura semicolonial;
La clase media, convencida de su independencia, justamente porque carece de ella, se cree depositaria de valores universales, sin comprender que detrás de ellos están los intereses particulares de la burguesía. El pequeño burgués (…) piensa siempre en términos absolutos (…) su minúscula situación social le hace perorar con frases de gigante. (Hernández Arregui, 1973 [a]: 247)
Los sectores medios, más permeables al sistema de valores de las clases dominantes, observan sus intereses particulares como universales.
Estos sectores medios que Hernández Arregui caracteriza como “clase media… media revolucionaria… media intelectual… media nacional…. Por ello participa, cree y descree, se asume y no se asume, es peronista y critica al peronismo, es socialista y le asustan los obreros”.14 Fruto de estas características particulares, desdeñan lo nacional y lo popular por seguir la última moda extranjera (europea o norteamericana). Como resultado tampoco será original, sino que aparenta, imita, pues “la posibilidad de adquirir una cultura superior robustece esta tendencia a trasvasar la propia posición de clase en una actitud mental que acentúa su separación del pueblo, es decir, de sus cercanos orígenes. En esta dualidad se funda ese amaneramiento ceremonioso (…) y que consiste en la parodia de otros estilos de vida y en la manía del filisteo de concurrir a exposiciones, conferencias, etc., en busca de distinción”. (Ibídem: 248-249)
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