Juan Godoy - Narrativa completa. Juan Godoy

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Este libro reúne, por primera vez, las novelas y cuentos de Juan Godoy, escritor chileno de la generación del 38. El autor se interna en los arrabales de la ciudad, para abrirse a la vida y al habla urbano-popular marginal.

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Prefacio

Propósitos preliminares a un reencuentro con la obra narrativa de Juan Godoy

Por Waldo Rojas

Nacido en Chillán el 7 de junio de 1911, el novelista Juan Godoy Corbalán falleció en Santiago a comienzos de enero de 1981, al cabo de un repentino trastorno de salud, poco antes de entrar en sus setenta de edad. Si bien la persona del escritor, hombre de deambulación urbana y de sostenida sociabilidad de bar, su nombre, en el ámbito literario público, como por lo demás el de otros notables escritores de su generación, se había ido recluyendo en un cobijo legendario, difuminado, es cierto, pero sin esfumarse del todo de la ya frágil memoria cultural chilena que el borrón y cuenta nueva del régimen militar contaba dar de baja junto con el pasado democrático del país.

Vino a resultar, por lo mismo, el hecho doblemente inusitado de toda una serie de notas y artículos de prensa aparecidos a partir del día siguiente mismo de conocida la fecha de la muerte del creador del «angurrientismo» literario chileno. Propósitos todos amparados en un cierto sentir de pesadumbre ordinaria ante la desaparición de un escritor meritorio, y de menos usual compunción, un si es no es culposo, por el hecho de haber sido su partida la ocasión tardía de restituir su figura en el debido sitio del horizonte de nuestras letras.

«Un Maestro», intitula con significativa concisión su crónica emotiva el poeta Miguel Arteche, ex alumno suyo del Instituto Nacional, evocando un encuentro casual de pocos meses antes:

Pensé en 1942 ó 1943. Pensé cómo él me había enseñado –entonces no lo sabía– el amor por la palabra. Pensé en esos años, cuando ni siquiera había pasado por mí la idea de escribir un solo verso. Pensé, después de todo, que nunca se sabe a quién se debe lo mejor que hay en nosotros. Pensé que si alguien se salva, lo debe a veces, a un solo gesto, a esa anónima voz que en cierto día perdido, en horas de desesperación, alguien, tal vez el más humilde, dejó en uno. (…) Así con él. No por ser anónimo –ni mucho menos– sino por creer yo que mi continua lucha con la palabra, para vencerla, la debía a otros, y no, en parte, a su lección. Él, que era –en ese tiempo–, y lo es, uno de los mejores escritores de Chile. Él, que fue postergado y silenciado por otros que no valían lo que él valía, ni tenían su talento, y hasta disfrazaban su mediocridad detrás de la mala política 1.

Luis Sánchez Latorre, Filebo, entonces presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, escribe por su parte:

(…) a las cinco y media de la tarde, se derrumbó sin aviso esa institución mitológica de nuestra literatura secreta que fue Juan Godoy. Un documento inteligente y amplio del decir popular chileno en los fueros del idioma de Castilla. Sobreviviente de mil hecatombes de Dionisos, parecía destinado a la muerte abrupta en la calle, ‘rúa mordida de trumao’, o a quebrar sus huesos en el simposio delirante.

No. Decididamente no. Juan Godoy murió en la cama, acribillado por la bronquitis y las toses, ay, que, entre cigarrillo y cigarrillo, lo iban desgarrando. (…) Profesor de la Escuela Nacional de Artes Gráficas (la única, la primera que fundó el gran Gómez Matus), profesor del Instituto Nacional (¡vaya qué establecimiento este último, merde! , porque, ¿dónde encontrar más rango? Juan Godoy ganaba el asombro y la reverencia de sus alumnos. Demostraba el movimiento andando. De Berceo a Neruda, su versación no tenía fondo. Era el más grande.

A sus bienes pingües sumó la pobreza digna y memorable de una existencia engallada, sólida, firme, como su ‘apetencia vital de estilo’. Si le echamos poca tierra –concluye Filebo–, volverá a resucitar…

Como algunos de sus contemporáneos más o menos próximos en edad y opciones de pluma, Altenor Guerrero, por ejemplo, se suma a estos homenajes póstumos de espontánea, franca, sinceridad:

Juan Godoy había ingresado a la posteridad hacía ya mucho tiempo, acaso cuando escribiera su primer libro: Angurrientos (…). Juan Godoy debió obtener el Premio Nacional de Literatura. Nunca aspiró seriamente a él. Ya le habían dado el premio los críticos: considerarlo el mejor estilista de la literatura chilena.

O el mismo Edmundo de la Parra, uno de los fundadores, en 1941, del Teatro Experimental de la Universidad:

Y qué decir del fabuloso Juan Godoy (…) Una mente analítica, para hacer del lenguaje una perfección, una permanente sonata de estilo y belleza, gozador de la palabra y del pensar.

O bien un periodista buen conocedor y frecuentador de la noche santiaguina, como Raúl Morales Álvarez, quien concluye su crónica:

Al filo de (su obra), a la vista de todos, Juan Godoy se revela como el más excelente escritor de su generación, el mejor de los mejores, sin ninguna duda, en el manejo del idioma y del estilo, el hechizo verbal donde Juan Godoy continúa existiendo, en el goce de una completa vida eterna.

Y también, no menos pertinente, el recuerdo de Jorge Arrate, ex alumno del Instituto Nacional, quien fuera ministro de Educación y del Trabajo durante los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle, en su intervencion con motivo de la tercera edición de Angurrientos , en 1996:

Yo el recuerdo que tengo es su modo de andar… su rostro, una boina y los complementos directos e indirectos. Yo me sentaba en el marco de las ventanas porque no había pupitre para mí cuando asistía todo el curso. Cuando faltaba alguien yo me sentaba en el asiento del que faltaba. Y no me he olvidado, aunque recién con el curso de los años y del tiempo le he dado su real significado. Una vez que no tuve asiento en el pupitre, Don Juan Godoy tomó su silla la puso al lado de un pupitre y me la ofreció para que me sentara. Era un hombre que siempre se preocupó no por los que tienen pupitre, sino por los que se sientan en el marco de las ventanas.

Las coincidencias de apreciación póstuma de la persona y obra del escritor Juan Godoy, de parte de personas de edades diferentes o disímil inserción en el ámbito cultural chileno, tendría de qué sorprender. De hecho dan testimonio de un autor que fuera conocido ampliamente no sólo por su especial forma de sociabilidad, como fuera la suya, sino leído desde temprano, incluso antes de que su primera novela fuese editada. Se sabe, en efecto que en aquel ambiente polémico de puesta en cuestión de vastas dimensiones de la realidad social y cultural chilena que va a caracterizar los últimos años del decenio de 1938, Juan Godoy había concluido hacia 1939 el manuscrito de su Angurrientos , y hecho circular entre sus amigos y colegas más cercanos antes de ser publicada en 1940. Su acogida, como también se sabe, fue inmediata entre lectores de ese momento también muy diversos.

Valga citar in extenso una de las primeras reseñas críticas publicadas sobre la segunda edición de Angurrientos , debida al profesor Cedomil Goic:

Juan Godoy (1911) es uno de los más notables novelistas de su generación. Su obra conocida se inicia con la publicación de Angurrientos (1940), novela que tiene ahora, veinte años después, su segunda edición. A esta novela siguió La cifra solitaria (1945), donde se aligera, se poetiza más y se llena de encanto su mundo novelesco. Un inspector de sanidad (1950) y El gato de la maestranza (1952) son libros de cuentos llenos de humor y poesía, de ternura y sentimiento. Finalmente, Sangre de murciélago (1959) remata, en el año que corre, estos veinte años de labor creadora, constante y valiosa.

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