Figura 4. “Alegorías de la Conquista de la Nueva España y del Perú”, en Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala .
Aunque originalmente había sido asignada al capitán Portocarrero, Hernán Cortés la tomó para sí disponiendo de su cuerpo y su destino como si fuera su propiedad, pues luego habría de darla en matrimonio a otros varones. Por su papel prominente al lado del capitán, que la hacía participar en casi todas las negociaciones trascendentes que sostuvo con los gobernantes de los diversos pueblos indígenas, se le empezó a llamar doña Marina. Los indígenas escucharon y pronunciaron este nombre como “Malina”, o como “Malinalli” en náhuatl, una hierba a la que atribuían poderes sobrenaturales, ya que era un signo del día del calendario adivinatorio y servía para comunicar el cielo y la tierra. Por la importancia de esta traductora, le añadieron el reverencial para llamarla Malintzin. De regreso al español, este nombre se transformó en Malinche, el más conocido de sus apelativos.
Para comprender el papel jugado por esta mujer excepcional debemos desechar en primer lugar cualquier explicación amorosa de su relación con Hernán Cortés como la que han inventado algunas novelas, más cursis que fidedignas. Además de que una relación sentimental no es mencionada por las historias de la época ni era el fuerte de los conquistadores ni de los indígenas del momento, plantearla edulcora la desigual y violenta interacción entre estos personajes, aparte de confirmar la subordinación de la mujer al varón. Mucho más fecundo resulta, en cambio, examinar la relación de poder que existió entre el capitán y su esclava, que no es la sujeción unívoca que los propios españoles pregonan. También importa comprender esta relación como parte central de las redes con que el mundo mesoamericano fue atrapando a los recién llegados españoles.
Ya vimos que el Lienzo de Tlaxcala atribuye la misma importancia, si no es que una mayor, a la figura de la mujer nativa que a la del conquistador extranjero. Siempre aparece en el centro, en frente de Hernán Cortés y a una escala mayor. Lo mismo, o algo parecido, sucede en otras historias pintadas por autores indígenas, como el Libro xii sobre la conquista de México de la Historia general de las cosas de la Nueva España y el Códice Azcatitlan , donde otra vez Marina aparece en frente de Hernán Cortés y en un punto central de la conversación. Además, el propio Bernal menciona que los nativos mesoamericanos que interactuaban con los expedicionarios españoles llamaban Malinche a la pareja constituida por el capitán Hernán Cortés y doña Marina. De hecho, en su historia el capitán español es siempre llamado Malinche por los gobernantes que se dirigen a él en más de 40 ocasiones. Al mencionar esta identificación, Bernal Díaz del Castillo afirmó que el término Malinche era un posesivo náhuatl que significaba “el dueño de Malinche”, y la interpretó como un reconocimiento de la supremacía y propiedad del capitán sobre su esclava intérprete. Esta explicación ha convencido a muchos autores porque confirma dos elementos claves de la visión colonialista de la Conquista: la supuesta superioridad de los españoles sobre los indígenas y la incuestionable supremacía de los varones sobre las mujeres. Siguiendo la misma lógica, algunas interpretaciones han explicado que la mujer ocupa una posición central en las historias visuales indígenas debido únicamente a sus funciones de intérprete, facilitadora de la comunicación e intermediaria.
Ahora dejaremos de lado, aunque sea por un rato, estas incertidumbres colonialistas y patriarcales para imaginar una explicación diferente, que a ojos de los indígenas Hernán Cortés fue llamado como la mujer debido a su subordinación a la figura de Malintzin. Tal vez los indígenas llamaron Malinche a la pareja porque consideraban en verdad que la mujer nativa era tanto o más importante que el varón español, pues era el rostro y la voz de la pareja que eclipsaba en cierta medida al varón español, incapaz de hablar náhuatl. No hay que olvidar que los potentados mesoamericanos que negociaron con los recién llegados escuchaban las palabras emitidas por Malinche en su propia lengua maya y náhuatl, y a ella respondían, no a Hernán Cortés. Las historias nos cuentan también la sorpresa que provocaba en ellos la presencia de esta mujer de la tierra, de excepcional belleza, entre los hombres desconocidos que habían irrumpido en su mundo. Sin duda, esta inesperada compañera, y la capacidad extraordinaria de comunicación que poseía y desplegaba, se sumaron a los atributos temibles y admirables que tenían los españoles a ojos de los indígenas.
Entonces, el título de “Malinche” podría obedecer a una lógica mesoamericana de dualidad y referirse a las dos partes: tanto a la mujer indígena como el hombre español, transformando a la esclava Marina en la voz, en el rostro, en la mitad femenina del guerrero viril pero incapaz de comunicarse que era Hernán Cortés. “Malinche” sería entonces un ser dual con una identidad compleja más grande que cualquiera de sus dos partes por separado. La combinación del ser de la mujer nativa Marina y del hombre castellano Hernando era precisamente la que les permitía escapar a los confines ontológicos y los límites sociales a los que estaban sometidos ambos. Indudablemente fue de la mano de su capitán Hernán Cortes que Marina se convirtió en una persona mucho más poderosa que una simple esclava, alguien cuya palabra debía ser escuchada y atendida por los hombres más poderosos de la tierra. Pero también fue por intermedio y voz de Marina que Hernán Cortés pudo negociar con los gobernantes mesoamericanos, logró comprender sus lenguas, supo descifrar sus mensajes y aprendió a imitar sus protocolos y gestos diplomáticos. En este sentido, resultaría tan cierto afirmar que Hernán Cortés empleó a Marina como un instrumento para someter a los indígenas al Imperio español, como proponer que Marina utilizó a Hernán Cortés para cumplir sus propios fines. Podríamos plantear que, desde el punto de vista mesoamericano, esta mujer domesticó y humanizó a Hernán Cortés incorporándolo a las redes de relaciones, intercambios y enemistades políticas y militares de los pueblos mesoamericanos.
La predominancia de Marina sobre Hernán Cortés ha sido confirmada y fortalecida de manera póstuma. En la memoria de la Conquista que construyeron los pueblos indígenas —y que pervive en el México de hoy en las danzas de la Conquista, en la tradición de los concheros y en las tradiciones orales y otras manifestaciones folclóricas— esta mujer nativa es generalmente un personaje mucho más importante que el varón español. A Malinche no sólo se le llama “reina”, sino también se le considera fundadora de linajes reales, diosa, padre-madre, y se le asocia con una de las montañas más altas del país, el cerro que lleva su nombre. En comparación, la fama y figuras póstumas de Hernán Cortés parecen insignificantes y sus restos han tenido que esconderse hasta el día de hoy.
En este sentido podemos afirmar que Malinche conquistó México y esta frase quedará cargada de una ambigüedad refrescante que puede desestabilizar toda nuestra visión de los acontecimientos. Si “Malinche” es Hernán Cortés se reafirma, al menos en parte, la visión colonialista, pero en cambio, si es “Marina”, esto nos permite vislumbrar la importancia de esta mujer y de otras figuras no reconocidas hasta hace muy poco: las mujeres nativas que acompañaron, alimentaron y cuidaron a los españoles durante la Conquista de México.
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