Jakob Daw se detuvo. Hubo un silencio.
Le pregunté en voz baja:
–¿Y el pajarito encontró la música?
–Todavía la está buscando.
Me quedé pensando.
–Creo que ese cuento no me gusta.
Jakob Daw sonrió con tristeza y suspiró:
–A mucha gente no le gustan mis cuentos.
–Mamá dijo que eres un gran escritor.
–¿En serio? Tu madre es muy amable.
–¿El pajarito todavía está buscando?
–Sí.
–¿Encontrará alguna vez de dónde proviene la música?
–No lo sé.
–¿La música es un tipo de magia?
–¿Magia? Quizá. Sí, podría ser un tipo de magia.
–Nunca antes había escuchado un cuento como este, tío Jakob. Ni siquiera tiene un final.
–Sí, ya sé, no tiene final. Quizá te gustaría que te contara otro cuento.
–Ahora no, tío Jakob. Estoy cansada.
–Me lo imaginaba.
–¿Por qué la gente lee tus cuentos si, en realidad, no le gustan?
–A menudo me pregunto lo mismo. No lo sé. Buenas noches, Ilana Davita.
–Buenas noches, tío Jakob.
Se fue de mi cuarto en silencio.
Me quedé en la cama. ¡Qué cuento extraño! Pasó un largo rato hasta que pude dormirme.
Esa noche soñé con el pajarito, volando, volando, para encontrar la fuente de esa música sanadora y despertar al mundo de sus sucias crueldades. Un pajarito negro volando, con una pequeña mancha roja debajo de cada uno de sus brillosos ojitos. El cuento de Jakob Daw había sido muy confuso y yo no lo había entendido. Sin embargo, estaba soñando con el pajarito que volaba para encontrar de dónde provenía esa música. ¿Qué haría si alguna vez la encontraba? Volando, volando a través de las colinas azules, los lagos cristalinos, las praderas soleadas de una tierra encantada. Volando, la música mágica, un tibio consuelo. Volando.
Jakob Daw estuvo con nosotros dos semanas. Luego empacó para irse por un tiempo a un país llamado Canadá. Regresaría en el verano, dijo. Se paró en la puerta del departamento conmigo y mis padres. Estrechó suavemente la mano de mi madre. Vi entre ellos una mirada que parecía cargada de recuerdos. Mi padre también la vio, y una profunda pena se apoderó de sus ojos. Jakob Daw se agachó para besarme y sentí su dulce timidez. Fue un beso seco, breve, sobre la frente. Sus dedos rozaron mi mejilla, los sentí calientes.
Muchas veces soñé con el pajarito. No podía captar el sentido del cuento, pero continuaba soñando con él. ¡Qué extraño que un cuento que no entendía me afectara tanto!
Una noche, durante la cena, casi una semana después de la partida de Jakob Daw, les conté el cuento a mis padres. Tampoco lo entendieron.
–Hay algo oculto –dijo mi padre–. Sin embargo, no sé qué es. Desearía que más textos de él estuvieran disponibles en inglés. ¿Cómo es leerlo en alemán?
–Increíble –dijo mi madre.
–Es un tipo extraño. ¿Era así cuando lo conociste en Viena?
–Sí –dijo mi madre–. Pero en Viena no estaba enfermo. Eso sucedió después.
Volando. El pajarito negro volando para encontrar la música del mundo.
Llegó una carta de la tía Sara. Todavía estaba en Etiopía. Mi padre nos la leyó en la mesa de la cocina. Describía el calor y los sufrimientos de los etíopes y los horribles servicios médicos. Rezaba mucho y a menudo leía el Libro de los Salmos. Era difícil hacer el trabajo de nuestro Señor en esa tierra terrible, pero de todas formas lo estaba intentando. «¿Y cómo está Ilana Davita? Debo verla de nuevo y contarle más cuentos de Maine».
–¿Se terminó la guerra en Etiopía? –pregunté.
–Sí –respondió mi padre frunciendo el ceño.
–Los italianos piensan que terminó –dijo mi madre–, pero para los etíopes no ha terminado.
–Se terminó –dijo mi padre con un gruñido poco característico en él–. Anótales un punto más a los fascistas.
El clima estaba muy cálido. Ahora yo caminaba por el barrio viendo claramente las calles, recordándolas. Tenía palabras para casi todas las cosas que veía y eran palabras que recordaba. Comenzaron a gustarme las calles y la gente. En la escuela, un niño que se sentaba cerca de mí en clase y cuyo padre odiaba a Mussolini se me acercó durante el recreo y jugamos juntos en el pasamanos. Me gustaba el barrio y la escuela, las caminatas hacia el parque con mi madre y el perfume del río. No recibimos más correo de la tía Sara ni noticias de Jakob Daw.
Una mañana de principios de junio, mientras tomaba un baño, escuché sonar el timbre. Mi padre fue por el pasillo hacia la puerta. Se escuchó la voz de un hombre:
–¿El señor Michael Chandal?
–Sí.
–Mi nombre es Sloane. Soy el propietario de este edificio.
–Hola, pase.
–No, gracias, Sr. Chandal. Tengo que informarle que ha violado los términos de nuestro contrato de alquiler.
–¿Qué?
–Las reuniones que hace en su departamento producen mucho ruido para la paz y la calma del resto de los inquilinos. Además, me han dicho que ha traído a alguien a vivir con ustedes. Esa es otra clara violación del contrato.
–Esa persona no está más aquí –dijo mi padre.
Oí a mi madre decir desde la cocina:
–Michael, ¿qué sucede?
–Yo me encargo, Annie –respondió mi padre.
–Le voy a tener que pedir que desocupe el departamento –dijo el propietario del edificio.
Hubo una pausa.
–Le haré este favor –dijo el propietario–. Le daré treinta días. Luego de ese período, vendrá la policía a desalojarlo.
–Por Dios…
Oí la puerta cerrarse. El arpa tocó una música cálida, suave, estremecedora a través del aire.
–Capitalista hijo de puta –dijo mi padre.
Regresó por el corredor. Tiré la cadena del inodoro y me lavé las manos. Fui rápidamente por el pasillo hasta la cocina, con el corazón desbocado.
–Quiero llamar a Ezra –estaba diciendo mi madre.
–No necesitamos a Ezra –dijo mi padre.
–De todas formas, lo quiero llamar –dijo mi madre.
Bajó el arpa de la puerta. Bajó la foto de los caballos en Prince Edward Island también. El primo de mi madre apareció una nochecita en su traje oscuro y su sombrero oscuro de fieltro, y estuvo largo rato en la cocina conversando con mis padres. Ayudé a mi madre a empacar los canastos y las cajas. Mi padre empacó los libros, las revistas y los diarios. El departamento se llenó de sombras y ecos. Tuve pesadillas con Baba Yaga, que de alguna forma había regresado a la vida.
Una mañana temprano, unos hombres fornidos subieron las escaleras y se presentaron en nuestro departamento. Los vecinos espiaban por las ventanas. Los hombres gruñían y transpiraban mientras cargaban nuestros muebles fuera de la casa y los subían a un camión. Nos mudamos al otro lado del río, a un segundo piso de un angosto edificio de dos pisos, de piedra rojiza, en una parte alejada de la ciudad llamada Brooklyn.
Cerca de una semana después, nos mudamos nuevamente –no con muebles y cajas, sino con ropas de verano, ollas y sartenes, toallas y sábanas, el arpa de la puerta, la foto de los caballos y algunos libros y diarios de mis padres– a una cabaña en la parte costera de la ciudad de Nueva York llamada Sea Gate, donde habíamos pasado los últimos veranos. Mi madre le había escrito antes a Jakob Daw en Canadá, le pasó nuestra nueva dirección en Brooklyn y lo invitó a venir a la cabaña. Él no respondió
1Paul Bunyan es un leñador gigante perteneciente al folclore de Estados Unidos. Sus hazañas giran en torno a tareas superhumanas. [N. de la T.]
2John Chapman (1774-1845), conocido como Johnny Appleseed, fue un jardinero pionero que introdujo los manzanos en Pennsylvania, Ohio, Indiana, Illinoisy Virginia. Se convirtió en una leyenda mientras estaba vivo, debido a sus modales amables y generosos, su liderazgo en el conservacionismo y la importancia simbólica que les atribuyó a las manzanas. Fue también un misionero e inspiró muchos museos y lugares históricos en Estados Unidos. [N. de la T.]
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