Chaim Potok
El arpa de Davita
Traducción
Mónica Herrero
Colección dirigida por Sergio Tisminetzky
Potok, ChainEl arpa de Davita / Chain Potok. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2016.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descargaTraducción de: Mónica Herrero.ISBN 978-987-599-459-11. Narrativa Estadounidense.. I. Herrero, Mónica, trad. II. Título.CDD 813 |
Título original: Davita’s Harp
© Alfred A. Knopf
This translation published by arrangement with Alfred A. Knopf, an imprint of The Knopf Doubleday Group, a division of Penguin Random House, LLC.
Traducción: Mónica Herrero
Revisión: Agustina Blanco
Diseño de tapa: Juan Pablo Cambariere
© Libros del Zorzal, 2015
Buenos Aires, Argentina
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
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A las madres
Mollie Friedman Potok
y Sonia Leona Brown Mosevitzky
Dijeron: «Tienes una guitarra azul,
no tocas las cosas como son».
El hombre respondió: «Las cosas como son
se modifican con la guitarra azul».
Wallace Stevens
Lo salvaje es una condición temporaria
a través de la que nos dirigimos hacia
la Tierra Prometida.
Cotton Mather
Índice
Libro uno | 7
Uno | 8
Dos | 67
Libro dos | 131
Tres | 133
Cuatro | 207
Cinco | 271
Libro tres | 335
Seis | 337
Siete | 407
Glosario | 495
Libro uno
Uno
Mi madre venía de un pequeño pueblo en Polonia; mi padre, de un pequeño pueblo del estado de Maine. Ella era una judía no creyente; él, un cristiano no creyente. Se conocieron en Nueva York mientras mi padre cubría una historia para un diario de izquierda acerca de las condiciones de vida en un complejo de departamentos nauseabundos en Suffolk Street, en el Lower East Side de Manhattan, donde trabajaba mi madre. Esto fue a fines de los años veinte. Se enamoraron, tuvieron un breve noviazgo y se casaron.
Excepto su hermana y un tío, nadie de la familia de mi padre fue al casamiento. Eran todos devotos episcopales incondicionales; gente tenaz y elitista de Nueva Inglaterra, cuyos ancestros habían venido a América antes de la Revolución. Habían perdido hijos en las guerras de América: en la Revolución, en la Guerra Civil –dos habían caído entonces: el primero en Bull Run y el segundo en Gettysburg– y en la Primera Guerra Mundial, donde el mayor resultó malherido en Belleau Wood; regresó y murió poco tiempo después. La familia de mi padre –salvo su tío y su hermana– no asistió a la boda porque él había dejado su casa en contra de la voluntad de sus padres para ir a Nueva York y convertirse en periodista, y porque se casaba con una joven judía.
Mi madre había viajado a Nueva York desde Europa poco después del final de la Primera Guerra Mundial. Durante la guerra, había asistido a una prestigiosa escuela en Viena, donde se especializó en literatura inglesa y filosofía europea moderna. Tenía cerca de diecinueve años cuando llegó a América. Sus únicos parientes del lado americano del océano eran una tía y un primo hermano, el hijo de su tía. Se mudó al pequeño departamento de ellos en Brooklyn. Su tía, que había heredado algo de dinero de su difunto esposo, dueño de un pequeño taller clandestino en el distrito textil, le financió la universidad y la certificación como trabajadora social, y luego murió repentinamente.
Sólo asistieron al casamiento de mis padres sus amigos: una extraña mezcla de escritores, editores, poetas, gente de teatro y periodistas de izquierda; además del tío de Nueva Inglaterra y la hermana de mi padre. Fue, mi madre me contó años más tarde, un casamiento muy ruidoso. Los vecinos, enojados, llamaron a la policía. El tío de mi padre, que era el principal causante del ruido, los invitó a tomar un trago. Era oriundo del estado de Maine y no comprendía la falta de humor de la policía de Nueva York.
Yo nací siete meses más tarde.
Nuestro apellido era Chandal. Mis padres me pusieron Ilana Davita. Ilana por la madre de mi madre, que había muerto algunos meses antes de que mi madre partiera para América, y Davita, el equivalente femenino de David, por David Chandal, el tío escandaloso de mi padre, que se había ahogado en un accidente navegando en un yate en las afueras de Bar Harbour, pocas semanas después de la boda.
Años después, descubrí que el tío de mi padre se llamaba así por el abuelo de mi padre, que se había ido de su casa cuando tenía poco más de veinte años y había vagabundeado por New Brunswick, luego compró una granja en Point Durrel, en Prince Edward Island, trabajó la tierra por casi cinco décadas y regresó a Maine para morir.
Una vez le pregunté a mi madre, años después de que papá se hubiera ido, qué significaba el apellido Chandal. No estaba muy segura, dijo. Buscó e investigó, pero sus esfuerzos no arrojaron resultados.
–¿No le preguntaste nunca a papá?
–Él tampoco sabía –me dijo ella.
* * *
Desde que tengo memoria, en la pared del dormitorio de mis padres cuelga enmarcada una fotografía de 9x12, a color, de tres sementales blancos que galopan a través de una playa de arenas rojas, con sus cascos removiendo la arena; dos de ellos corren una carrera cabeza a cabeza, y el tercero los sigue de cerca. Corren al borde de un oleaje verde pálido al que quiebran dos líneas bajas y paralelas de olas encrespadas. Más allá, el agua es de un color verde profundo. El cielo es gris. Unos pájaros blancos planean sobre un banco de arena cercano. A la distancia, una línea de acantilados rojizos cruza el horizonte desde la parte superior izquierda hasta casi la mitad de la foto, luego desaparecen dentro del mar. El epígrafe, impreso en una bella letra manuscrita en tinta negra en el borde inferior izquierdo, reza: Sementales en Prince Edward Island.
Desde siempre, recuerdo que un arpa colgaba de nuestra puerta de entrada. Tenía forma de pera, casi dos centímetros y medio de grosor y cinco centímetros de largo; estaba hecha de madera de nogal. Su ancho era de unos quince centímetros en la parte superior y de veintitrés centímetros en la parte inferior. Cuatro bolitas de madera de arce estaban suspendidas en el extremo inferior, con tanzas de distintos largos que las sujetaban a un listón de madera cerca del extremo superior, y descansaban contra cuatro cuerdas de metal tensadas. Las tanzas eran de pesca y las cuerdas eran de piano. Montamos el arpa atrás de la puerta de entrada y, cuando la abríamos o cerrábamos, las bolitas golpeaban las cuerdas y podíamos escuchar ting tang tong tung ting tang, el más suave y dulce de los sonidos.
La fotografía y el arpa de la puerta estuvieron presentes en cada departamento de Nueva York donde vivimos durante mi infancia. Y vivimos en muchos.
Nos mudábamos a menudo, más o menos cada año, de casa en casa, de barrio en barrio, en ocasiones de distrito en distrito. En cada departamento donde vivimos, nos visitaba cada tanto un hombre alto y elegante, de traje oscuro y sombrero oscuro de fieltro. Por lo general, venía cuando mi padre no estaba. Se quedaba por algún tiempo en la cocina con mi madre y hablaban en voz baja. Por mucho tiempo no supe quién era. «Un viejo amigo», me decía ella. Una vez la escuché refiriéndose a él como su primo. «Su nombre es Ezra Dinn», respondió titubeante a mi pregunta. Sí, era un pariente, el hijo de su finada tía, su único pariente en América.
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