Alberto Sarlo - El origen de la furia

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De un lado, el Chori, Kevin, el Tarugo, Yeni, los miles de pibes y pibas de la villa que tratan de sobrevivir en un sistema que los pasa por alto o los revienta. Y del otro, Poncho, Fiducetti, Retegui, adalides de un sistema corrupto que no se ensucian las manos aunque la sangre les salpique un poco el cuello. Ambos bandos se cruzan en el entramado de la corrupción argentina: la obscenidad del poder, la pérdida de códigos, la crudeza de la pobreza extrema. La narración comienza en diciembre del año 2000, con un encargo que al Chori se le va de las manos en un bodegón del conurbano. Es que en la tele De la Rúa está haciendo papelones y se distrae. Pese a todo, las matanzas se acumulan y el trabajo se vuelve cada vez más sucio mientras el país se va haciendo pelota. Con una velocidad narrativa apasionante, diálogos perspicaces en personajes tan reales que superan la ficción, Sarlo escribe una novela profunda sobre la Argentina de hoy.
El origen de la furia es una novela que, una vez que se la empieza, no se la puede dejar.

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Tarugo nació a orillas del río Zanjón. Ya de chico comenzó a acompañar a su viejo, Edelmiro Franco Quispe, a la quema. Todas las mañanas subían al carro junto con su hermano mayor, el Jordan Franco Quispe. El Jordan tenía tres años más que el Tarugo. La madre de los chicos murió cuando quiso abortar a su tercer hijo. El raspado con cucharita fue demasiado profundo y le rompió el útero y parte del intestino. Murió desangrada a pocas horas de llegar a la salita de primeros auxilios. El Tarugo había perdido ya a dos hermanas por gripe. La madre del Tarugo sabía que Vicenta, la comadrona de La Carcova, ya estaba vieja y había matado a dos chicas en el último mes, pero no supo ver otra opción. Ya había abortado tres veces con Vicenta. La última fue difícil, pero no pasó de tres días con hemorragias. Lamentablemente Vicenta no tuvo una buena praxis la cuarta vez que cuchareó el gastado útero de la madre del Tarugo. Al poco tiempo algún vecino del barrio incendió la casucha de Vicenta con Vicenta adentro. Los abortos mortales en La Carcova continuaron de la mano de la sobrina de la difunta Vicenta.

Edelmiro Franco Quispe era descendiente de verduleros bolivianos caídos en desgracia. Edelmiro tenía claro que la única opción de que sus hijos no fueran víctimas del poxirrán, era que no tuviesen contacto con los pibes del barrio, pero esa era una misión imposible. Durante años logró mantenerlos alejados de la droga a fuerza de levantarlos a las cinco de la mañana y obligarlos a acompañarlos en el carro a recorrer no sólo los montículos de basura del CEAMSE sino el resto de pequeños basurales de la zona. De vez en cuando Edelmiro lograba ser conchabado en algún laburo de albañil. Esos días los hermanos Quispe acompañaban a su padre a la obra y ayudaban en lo que podían. Los chicos no cobraban por trabajar, ya que el capataz jamás lo hubiera aceptado. Su presencia en la obra solamente tenía el objetivo de alejarlos del barrio. Pero las changas siempre duraban poco. En los noventa el trabajo era escaso y la basura, ilimitada.

A medida que los hermanos crecían, crecía el rencor que ellos sentían hacia su padre. Los hermanos no soportaban vestir con ropas hediondas. Los pibes del barrio que escapaban de las casas andaban vestidos con camisetas de fútbol y tenían altas llantas Nike. Edelmiro Franco Quispe representaba lo más bajo y vulgar de la sociedad para sus hijos. Era un perdedor en toda la línea. Para empezar, no tenía trabajo, salvo que levantar basura fuera trabajo. El trabajo de su padre era el trabajo de un cobarde, según la visión de Jordan. Jordan no podía soportar ver a su padre regatear por el alquiler del carro, por el alquiler del caballo y por la coima a la policía para poder entrar al CEAMSE. La mayoría de las veces la seguridad del predio insultaba y hasta golpeaba a Edelmiro, quien soportaba los golpes y los insultos sin reacción alguna. La vida tenía que ser cualquier cosa mejor que lo que les ofrecía Edelmiro.

Jordan fue el primero en escaparse de la casa. Se fue con los pibes y no volvió por dos meses. Cuando regresó, era otro. Jordan había empezado a consumir poxirrán. Era miembro de una bandita de pungueros de Constitución. Intentó convencerlo al Tarugo de escapar juntos, pero el Tarugo tuvo miedo. El Jordan le prometió volver pero nunca más volvió. Poco tiempo después un vecino le avisó a Edelmiro que su hijo mayor había aparecido muerto flotando en el Riachuelo. No hubo funeral porque cuando le avisaron ya había sido enterrado por directivas de un fiscal. Edelmiro empezó a beber. Junto con la bebida llegaron los golpes. Edelmiro amenazó de muerte al Tarugo si llegaba a escaparse como lo hizo su hermano. El Tarugo aguantó poco esa transformación. Se escapó con un primo que desde hacía meses pungueaba en la estación de Retiro. A la semana de la fuga el Tarugo se enteró de que su padre no soportó esta nueva pérdida y a los treinta y siete años de edad se roció con alcohol de quemar y se prendió fuego. Tres días después moría en el Hospital Eva Perón de San Martín.

El Tarugo soportó el dolor gracias al poxirrán y al paco. Extraña manera de soportar la vida. El paco en los noventa era barato. Era muy barato en el conurbano y mucho más barato en Retiro. El Tarugo se escapó de La Carcova a los doce años. El paco era un viaje más copado que el del poxirrán. Más copado y más barato.

El Tarugo, formado en la quema, era un hábil sibarita de la basura porteña. Para él era un lujo pasearse a la noche por la calle Corrientes revolviendo enormes bolsas negras con los residuos de los bares y restaurantes. Un lujo impensado. La basura de la calle Corrientes le hizo ganar algo de peso.

Pero la ley seguía jodiéndole la vida. Esta vez no eran los muchachos de la Comisaría 5.ª de Billingurst sino los de la Federal que se cansaban de verlo punguear pasado de químicos baratos. De la bandita de más de quince pibes que pungueaban en Retiro quedaron sólo tres. El Perro, el Roinol y el Tarugo. Todos los demás fueron muriendo o desapareciendo, que es lo mismo. Nadie sabe cómo sobrevivieron a esa época esos pibitos pero fueron los únicos sobrevivientes que conocieron algo de la adolescencia.

Los institutos de menores Rocca y Agote fueron su segundo hogar. Allí el Perro, el Roinol y el Tarugo aprendieron a ser rancho. También aprendieron a leer, a escribir y a engordar. Durante tres años el Tarugo se fue formando en institutos de menores de los cuales salía para volver a entrar.

A los diecisiete años hizo un mal laburo. Entró a una mansión pasado de merca y cuando salía cargando un televisor treinta pulgadas, un vecino gendarme lo cruzó mientras llegaba de un operativo junto con dos compañeros. Los gendarmes le robaron el televisor, le rompieron tres costillas a patadas y lo dejaron fracturado y esposado en la reja de la casa. Fue a parar al Instituto Almafuerte de La Plata. Allí tuvo su primera experiencia sexual al ser violado por un maestro del Almafuerte. Todos los días durante veintiún días el Tarugo fue violado sistemáticamente por el maestro Luis Alberto Luque, encargado del pabellón del Tarugo. Fueron veintiún días con veintiún violaciones. Luque quiso extender la racha a veintidós pero el Tarugo lo esperó con una bombilla de mate bien afilada y le clavó cincuenta y cinco puñaladas. A los diecisiete años el Tarugo tuvo su primer homicidio y su primera condena. Tarugo estuvo detenido en el Almafuerte hasta casi cumplir mayoría de edad. Faltando tres meses para esa fecha, fue trasladado a una alcaidía para firmar una sentencia y el imaginaria que lo custodiaba lo dejó escapar. Al principio el Tarugo creyó que le estaban haciendo un favor, pero fue todo lo contrario. Los fugados, salvo que sean millonarios, caen al poco tiempo. La logística de vivir prófugo es muy cara y compleja, máxime para un guachín sufrido como el Tarugo. Lo que hizo el imaginaria fue dejarlo escapar para que sumara una fuga en su causa. En los noventa el servicio penitenciario hacía mucho eso, facilitar fugas de menores que estuvieran por cumplir mayoría de edad para que, cuando los volvieran a detener, se le agravara la situación procesal y los mandaran a Olmos por su peligrosidad pese a ser un “menor adulto”. En definitiva, era prácticamente como si lo fusilaran, ya que los menores adultos en el segundo piso de Olmos morían de inmediato o eran violados por decenas y decenas de presos durante toda la condena. El Tarugo fue detenido al muy poco tiempo, juzgado y condenado por el homicidio y la fuga. Pasaba del instituto de menores a la cárcel de mayores. Se terminó el jardín de infantes.

La primera unidad penitenciaria a la que fue derivado fue a la Unidad 9 de La Plata. Pero el director de la unidad no lo quiso recibir. Era un pibito con toda la pinta de ser boleta y el director no quería que le armasen una causa por un pendejito muerto en su unidad. Lo tuvo encerrado en buzones, las celdas de aislamiento, durante tres meses. Tres meses en los cuales no salió ni un solo minuto al patio. A los tres meses lo trasladaron a Mercedes. Al campo, como llaman los presos a las cárceles del interior de la provincia. Pero en Mercedes tampoco lo quisieron recibir y estuvo en buzones durante dos meses. De Mercedes a Urdampilleta dos semanas y de Urdam- pilleta, quién sabe por qué milagro maligno, a Olmos. En Olmos el jefe del penal lo esperaba leyendo su legajo con los borceguíes apoyados en el escritorio.

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