Volviendo a los relatos, Freud hablaba del valor terapéutico de la palabra. Y en las historias que van a leer aquí, encontrarán dolor, angustia, ansiedad, incertidumbre, pérdidas de todo tipo, muerte, enfermedad, frustración, desesperación; la palabra entonces, ligada a una dimensión reparatoria que restituye al sujeto su condición de tal. Otras, hablarán del amor, amor a sus madres, a sus padres, a sus hijos, a sus abuelos, historias de añoranza por sus seres queridos, de sus sueños, de ideales, proyectos, ilusiones, viajes.
Cada sujeto habla y nos cuenta desde su experiencia vivida, irrepetible, particular. Porque la realidad covid-19se nos presenta abruptamente y sin aviso, pero como reacciono cada uno y cada una ante esta pandemia es singular, como singular son los diversos contextos en los que las personas están sumergidas: la cultura de cada país, su idiosincrasia, los diferentes sistemas de salud, educación, valores, género, cuestiones ligadas a la ley. Las respuestas dependen de muchos otros factores: de la historia del sujeto, de los vínculos, de características y estructura de personalidad, de los recursos internos, de los mecanismos inconscientes, etc. Así, como podrán observar, a medida que leen las páginas de este libro, verán que para algunos el impacto fue caótico, mientras que para otros más que caótico, fue inspirador, de introspección, de creatividad. Aún no sabemos con certeza el impacto psicológico que esto tendrá en las personas, sobre todo en niños, en adolescentes, y personas adultas mayores. De lo que sí estamos seguros es que habrá un impacto. Y ahora mismo, (verano 2021), por lo menos en mi experiencia, van llegando muchísimos pacientes a la clínica con algunos síntomas psíquicos podríamos decir, producto o consecuencia de la pandemia.
Esto es un libro, no es una sesión de análisis claramente. Sin embargo, le dimos lugar a la palabra. Un sujeto se dirige al otro, y el medio para hacer lazo, es la palabra. Encontramos varias formas de palabra en los textos: palabras que quisieron llegar a un destino, palabras con invocación simbólica, palabras mortíferas, palabras que hablan por el cuerpo, palabras que reducen el cuerpo a una palabra, palabras que hacen acto, palabras que liberan.
Son cien relatos. Cien tesoros. Cien personas que con su consentimiento escribieron sus historias, sus relatos, sus experiencias pandémicas, para que las compartamos con todos ustedes. Personas que extendieron sus brazos con nosotras en un gran abrazo mundial. Porque en momentos de crisis, nada mejor que el calor de un hermano, de un semejante. Agrupamos tales historias en siete apartados: SER COVID-19 POSITIVO, SER EN CUALQUIER PARTE DEL MUNDO, SER EN RELACIÓN A OTROS, SER LO QUE HACEMOS, SER LO QUE PENSAMOS Y SENTIMOS, SER NIÑO–ADOLESCENTE– JOVEN y SER (ES) ESPIRITUAL (ES). Seguidamente de cada grupo de historias, podrán apreciar nuestras impresiones, nuestras intervenciones, nuestras miradas, y las miradas de otros a quienes invitamos especialmente para que nos brinden sus ricos aportes. Nadia y yo escribiremos desde nuestros conocimientos; y por momentos compartiremos una observación en común.
Tomaré como referencia a diferentes autores, no solo del campo del psicoanálisis, sino de la filosofía, la sociología, de la psicología social y/o vincular. Y como siempre, el arte; matizando con algún que otro texto literario o letra de canción.
Podrán observar las pinturas de tapa y contratapa, y las carátulas de adentro, tan llenas de Amor y Magia de la mano de nuestra artista plástica Lis Lund. La sinergia de este equipo estuvo desde el principio; solo reunirnos con ella y captó maravillosamente el mensaje que queríamos transmitir.
Finalizo con este hermoso poema de Pablo Neruda, “La Palabra”:
“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío” (...)
Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció… Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río…. (...)
LIC. SANDRA ALTOLAGUIRRE
Psicóloga, Especialista en Psicoanálisis en Niños Y Adolescentes, Diplomada por la Paz y escritora
SER COVID-19 POSITIVO
TRAUMA Y ACEPTACIÓN
Verónica Sordelli, Argentina
Abrazos del Alma
Era lunes por la mañana, el viernes anterior había recibido un llamado ofreciéndome trabajo, acepté inmediatamente. Apenas si pude manejar mi ansiedad, intenté controlarla, pero fue el fin de semana más largo que recuerdo, las horas no pasaban y mi casa, que hasta ese momento era mi fortaleza, se había convertido en mi prisión, me costó conciliar el sueño. Sonó el despertador a las cinco y diez, gracias a Dios que ya era hora de levantarme, me tomaría mi tiempo para desayunar, darme un baño, arreglar mi cabello, nada debía ser azaroso, era la primera vez que ejercería mi profesión. Hacía apenas unos meses había recibido mi título de enfermera, pero universitaria me apresuraba a aclarar, cómo si no serlo fuera sinónimo de vergüenza, seguramente tenía que ver con esa pregunta que escuché durante tantos años y que seguía escuchando. Con la inteligencia que tenés ¿porque no estudiaste medicina? Porque no señores, me hubiese encantado gritarles a todos. No soy de esas mujeres confrontativas, elijo sonreír, tengo muy en claro que a la gente le gusta opinar y dar su punto de vista para intentar cambiar el pensamiento del otro, ¿para qué? para nada, o mejor dicho, para no tener que hacerse cargo de sus propios pensamientos.
Llegué al hospital muerta de miedo y me dirigí a la administración, donde me informaron que debía presentarme con el jefe de enfermería, subí al primer o segundo piso, no lo recuerdo bien, estaba nerviosa, y no era para menos, mucha gente caminaba por los pasillos, el personal ensimismado en sus tareas, que apenas me miraban al pasar por al lado, y yo sola, con mi mochila cargada de ilusión. Golpeé la puerta, adelante escuché, pasé.
—Buenos días, tratando de identificar al jefe del servicio.
¿Sonrío? Me pregunté caminando al encuentro de la persona más cercana a la puerta, no conocía otra carta de presentación. Que difícil me resultaron esos pasos, ¿Cómo no ingresar al lugar que sería mi trabajo sin una sonrisa que demostrara la felicidad que sentía? Lo hice, pero el tapabocas se encargó de ocultarla y hacer todo más solemne.
Levantó la vista de las planillas que tenía en sus manos, vi sus ojos apenas.
—Amanda ¿verdad?
Me emocionó que me esté esperando y sepa mi nombre. No hubo ni una mano estrechada, ni un beso, la distancia que debíamos mantener así lo exigía. Un televisor colgado pasaba las noticias locales, nada alentadoras, por cierto, y mucho más importante que mi llegada al lugar. ¿Cómo se comienza una relación laboral sin poder dar un beso?, sin poder tocar la piel del otro en un abrazo, o simplemente estrechando la mano. Me sentí incompleta.
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