Sergio F. Carciofi - Loncongüé, los fusilados de Sarmiento

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Loncongüé, los fusilados de Sarmiento: краткое содержание, описание и аннотация

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El 26 de marzo de 1869 un grupo de entrerrianos reclutados compulsivamente por Urquiza y enviados a reforzar los regimientos de línea al oeste de la provincia de Buenos Aires, trataron de escapar y fueron fusilados en Loncogüé por orden del presidente Sarmiento, sin juicio previo y sin sentencia judicial alguna.
Gracias a los celos e intereses que enfrentaban a Bartolomé Mitre con el presidente, el hecho llegó al conocimiento público, sobre el que tuvo un profundo impacto. La Nación Argentina lo describió como un acto «atroz, inaudito, único en la historia del derecho militar».

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Y después de Pavón, cuando Mitre tenía el camino allanado hacia la presidencia, declaró la guerra a las provincias interiores con el argumento de la pacificación. Al respecto Milcíades Peña, citando a Emilio Vera y González, dice: “¿Pacificación? Es una forma de decir. Con menos delicadeza y mayor exactitud podría decirse carnicería sistemática. ‘Una cacería de hombres en la que se persiguió como a perros rabiosos a todos los elementos que se consideró podían estorbar la política de Buenos Aires’ (Vera y González, vol. II, 156)”.60

Por otro lado, respecto de la prensa opositora, Gibelli y Pérez Amuchástegui consideran lo siguiente: “Conviene señalar que, a la sazón, el periodismo porteño −el que más contaba, por cierto− distaba muchísimo de representar el sentimiento multitudinario del interior, del litoral, de la campaña. Todos los periódicos eran también órganos de la clase culta y, como señaló a su hora Mitre desde La Nación, las disidencias con Sarmiento apuntaban al desdén del presidente por las formalidades, pero no divergían en cuanto al propósito central de la política gubernativa que, con la línea dura, quería imponer aceleradamente el credo liberal de los vencedores de Pavón, sinónimo de civilización”.61

Al respecto, también es conveniente aclarar que si bien es cierto que la prensa “que más contaba”, es decir la prensa de la clase culta, no representaba el sentimiento multitudinario, también es cierto que tampoco lo representaban Sarmiento y su gobierno. En este sentido, cabe recordar que fueron Dorrego y Rosas, este último el primer político votado abrumadoramente por el pueblo, quienes representaron ese sentimiento multitudinario tan criticado por el mismo Sarmiento. Tulio Halperín Donghi define esta etapa post-Caseros/Pavón como una etapa de conflicto entre facciones liberales pero, paradójicamente, marcada “por la creciente consolidación de un Estado que, por cierto, no ha ampliado sus bases sociales […]”. Sin embargo, sostiene el historiador, los consensos alcanzados después de Caseros muestran “cómo los elementos de continuidad predominan sobre los que impondrían una ruptura”,62 como la que Mitre pretenderá imponer con su intento de golpe de estado en 1874.

Y en este marco de acuerdo entre las elites vencedoras, la línea dura, también consentida por Mitre durante su gobierno,63 fue la opción del liberalismo unitario para asegurar definitivamente su triunfo en Pavón. Si el gobierno de Mitre fue el ensayo general, la presidencia de Sarmiento tenía que ser la obra maestra que pusiera en escena una larga generación de gobiernos liberales (Avellaneda, Roca, Juárez Celman son su continuidad).

El mismo Mitre así se lo decía al general Gelly y Obes, el 16 de septiembre de 1868, antes de que asumiera Sarmiento la jefatura del país: “La nacionalidad argentina, después de estos últimos seis años, es un hecho indestructible que por nuestro propio honor y gloria debemos esforzarnos en mantener a todo trance. Hombres de buena voluntad y celosos por conservar nuestra grandiosa obra (como Sarmiento), no esquivaremos esfuerzos ni sacrificios para que se consolide, y hemos de prestar el más desinteresado concurso a los que van a sucedernos en la tarea, ayudándolos con nuestros consejos y nuestros brazos”.64

Gibelli y Pérez Amuchástegui definen el ímpetu liberal de la siguiente manera: “Conclusión forzosa era la necesidad de erradicar lo hispanoamericano y europeizar todo, desde los habitantes hasta las instituciones, bajo la pauta rectora del liberalismo, fruto maduro del genio inglés. Personero indiscutible de la élite intelectual que negaba a la masa el derecho a tener ingerencia política, instauró un personalismo europeizador porque consideraba que él (Sarmiento) era el único plenamente europeizado65 y, por tanto, capacitado para dirigir los planes que aseguraban la civilización de las pampas bárbaras”.66

Este camino tuvo una también una forzosa conclusión: “Los elementos nativos −hispánicos, católicos, nacionalistas y antiliberales− tendrían que acceder buenamente a la civilización, o ser extirpados. El país sería poblado por gentes nuevas, dispuestas a someterse a las directivas liberales. La fecunda Europa poblaría las pampas argentinas en poco tiempo, pues allí sobraban aldeanos, campesinos y artífices ávidos de mejorar su situación. […] Al mismo tiempo, las 400.000 hectáreas cedidas a la Compañía de Tierras del Central Argentino fueron entregadas en propiedad, con el consiguiente desalojo de sus ocupantes que, transformados en parias, se hicieron matreros o fueron a pelear por el derecho a vivir. La montonera fue extirpada con energía, y los paisanos apresados marcharon a la frontera contra el indio que debía extenderse hasta el río Negro. Paralelamente se intensificó el usual sistema de los contingentes, armados mediante arreos de vagos y malentretenidos en pulperías y enramadas. La deserción se penó con la muerte por decreo de 1872. Y cuando los gauchos quisieron rebelarse en Loncohué, se ordenó diezmar a los insurrectos. El asesinato de Urquiza fue buen pretexto para acabar con el tradicionalismo mesopotámico encarnado en López Jordán, a quien el gobierno declaró culpable del crimen sin prueba alguna. Con razón, años más tarde, pudo decir el senador Domingo Faustino Sarmiento: Todos los caudillos llevan mi marca”.67

Maguire sostiene que después de un malón liderado por el célebre cacique Pincén, a pedido de un hacendado de la zona de Loncogüé, se instaló un fortín a cargo del Regimiento 5º de Caballería de Línea, que funcionaba bajo “una férrea disciplina [que] regía en éste [campamento de Loncogüé], como en todos los cuerpos destacados en la frontera, donde por cualquier falta grave se formaba un consejo de guerra verbal y se fusilaba, sin más trámite, al acusado”.68 Lo que nos hace suponer que si los comandantes de frontera tenían por costumbre este procedimiento, seguramente no se practicaba con el desconocimiento de la Comandancia General, del ministro de Guerra y del presidente Sarmiento.

Halperín Donghi destaca el entorno de corrupción de la frontera: [...] la supuesta defensa contra el indio ha sido organizada con una ineficacia calculada para aumentar los lucros de quienes controlaban la frontera: proveedores necesariamente inescrupulosos (ya que no hay manera honrada de abastecer a las guarniciones sin perder dinero), comerciantes y oficiales que son cómplices de esas expoliaciones […]. Por lo tanto, no es sorprendente que un sistema de defensa que se basa en la arbitrariedad administrativa para movilizar los recursos humanos que requiere, acentúe el imperio de ésta sobre las zonas en que recluta a sus víctimas [donde] el juez de paz es libre de administrar a su capricho el distrito que el gobierno provincial le ha confiado, mientras logre obtener de él (por procedimientos que no serán tampoco sometidos a ningún pedantesco escrutinio) los veredictos electorales que a ese gobierno convienen; de este modo el interés de la facción gobernante (cualquiera sea ella) se suma al del fisco −deseoso de gastar lo menos posible en la defensa contra el indígena− para mantener a la entera campaña a merced de administradores necesariamente arbitrarios y casi siempre corrompidos”.69

La línea dura se aplicó sin piedad y sin pausa para erigir una nación sobre la base de un modelo liberal y agroexportador que reclamaba tierras y sometimiento, pero “es en Buenos Aires donde la presencia amenazante de la frontera indígena toca de cerca a las zonas rurales dinamizadas por la expansión de la economía exportadora, y contribuye a dar allí un tono peculiar a las relaciones entre el estado y sus pobladores”.70

Este era el escenario que tuvo como víctimas a los entrerrianos fusilados en Loncogüé y que José Hernández pintó magistralmente en su célebre poema El gaucho Martín Fierro.

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