Sergio F. Carciofi - Loncongüé, los fusilados de Sarmiento

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Loncongüé, los fusilados de Sarmiento: краткое содержание, описание и аннотация

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El 26 de marzo de 1869 un grupo de entrerrianos reclutados compulsivamente por Urquiza y enviados a reforzar los regimientos de línea al oeste de la provincia de Buenos Aires, trataron de escapar y fueron fusilados en Loncogüé por orden del presidente Sarmiento, sin juicio previo y sin sentencia judicial alguna.
Gracias a los celos e intereses que enfrentaban a Bartolomé Mitre con el presidente, el hecho llegó al conocimiento público, sobre el que tuvo un profundo impacto. La Nación Argentina lo describió como un acto «atroz, inaudito, único en la historia del derecho militar».

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La verdad es que Segura, y también los entrerrianos, fueron fusilados sin juicio previo conforme a un procedimiento “ajustado a instrucciones recibidas con anticipación del gobierno nacional”, y que los fundamentos dados por el gobierno, por medio del mismísimo ministro del Interior Dalmacio Vélez Sarsfield, fueron que “hombres que han tenido […] combates sangrientos contra las fuerzas nacionales […] deben morir por las armas nacionales después de un consejo de guerra durante el fuego y después del fuego también”. Valoración, esta última, que descarta toda posibilidad de someter a los acusados por ante los jueces naturales, y de que los acusados pudieran correr con otra suerte que no fuera la de morir. Es decir, para Vélez no importa si se trata de un delito común, de una sublevación militar o un enfrentamiento por causas políticas. El hecho mismo de enfrentarse con las fuerzas nacionales basta y los habilita a sacar a los acusados de toda competencia de los jueces naturales y pasarlos por las armas antes o después de un consejo de guerra.

Pero para comprender las posiciones de ministros y senadores es necesario llevar a la superficie la cuestión de fondo que presenta este debate, la cual tiene dos aristas unidas por un objetivo común: por un lado, la pretensión de Sarmiento de imponer su proyecto de nación “utilizando la violencia en todo” para, como él mismo le cuenta “con exceso de satisfacción” en una carta a su amigo José Posse, “transformar la colonia: y esto con esplendor y en brevísimo tiempo” y así “asegurar que la revolución que nos hará norteamericanos, que destronará al estanciero que hace nacer el gaucho y la montonera no sólo esté próxima sino realizada. Aquí en este pedazo de la pampa hasta Córdoba, va a constituirse una nueva sociedad, una nueva nación, dejando a los muertos allá que entierren a sus muertos”. Por otro lado, la manía paternalista de Mitre, que intenta imprimir a la nación su legado político pronunciado en la carta de Tuyú Cué, en ocasión de dar respuesta a su partido respecto de sus preferencias electorales para la elección presidencial que, finalmente, ganó Sarmiento:

Mi constante empeño ha sido preparar al país a una libre elección de presidentes en las mejores condiciones posibles para el gran partido nacional de principios […] El candidato es el partido liberal. […] Si el partido liberal no hubiese de triunfar en las condiciones de su propia existencia, si no hubiese de luchar con los principios de su credo político inscriptos en su bandera y leal y valientemente practicados, no tendrá razón de ser, ni merecería triunfar, ni sería digno de gobernar; pues para escamotear la soberanía del pueblo desacreditando la libertad, y desmoralizar el gobierno dándole por base el fraude, la corrupción o la violencia, ahí están sus enemigos [los federales] que lo harán mejor y que francamente proclaman esos medios y esos fines que son los únicos que tienen porque son los únicos que conocen.

Pero los liberales no le darán esa satisfacción y el mismo Sarmiento se lo hizo saber a Mitre el día en que le entregó la banda presidencial: “La Constitución ha hecho del Presidente el jefe único de la Administración. […] Una mayoría me ha traído al poder, sin que yo lo haya solicitado; y tengo, por lo tanto, derecho para pedirle, al sentarme en la dura silla que me ha deparado, que se mantenga unida, y que no eche en adelante sobre mí solo las responsabilidades de su propio gobierno”.

Mitre, ahora senador, en pleno debate por los “asesinatos” de los entrerrianos en Loncogüé y del joven Zacarías Segura en San Luis, aprovechará para contestarle: “Quiero que se respete la base fundamental de nuestro sistema, que son los derechos de las provincias con todas sus imperfecciones, conciliándolo con las exigencias del orden y de la libertad; quiero la paz entre los poderes públicos, para que su acción se arregle á la ley de las democracias; que es la mayoría: quiero por fin, que no compliquemos el difícil problema de consolidar el orden á la par de la libertad, propalando doctrinas que no pueden dar por el resultado sino el descrédito de las instituciones mismas establecidas sobre bases falsas”.

Mitre y Sarmiento son dos caminos para el mismo objetivo “imponer aceleradamente el credo liberal de los vencedores de Pavón”. Pero en tanto Mitre proponía un sistema representativo donde fueran los partidos los que gobiernen la república, la presidencia personalista de Sarmiento no perdería un segundo en abonar su línea dura con “sangre de gauchos”.42

36. Memoria presentada por el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra y Marina al Congreso Nacional en 1869, págs. 308-309.

37. Ibídem, pág. 309.

38. Ibídem, pág. 309.

39. Ibídem, págs. 310-311. La fecha consignada en la memoria dice “Abril 20 de 1869”, pero es un error. Primero, porque no guarda relación con el orden cronológico de las sucesivas resoluciones y, segundo, porque así lo confirma el folleto del diario La Nación Argentina.

40. Gálvez, Manuel, Vida de Sarmiento. El hombre de autoridad, Buenos Aires, Tor, 1957, pág. 312.

Un año después, en 1870, el diario se convertirá en La Nación y Mitre en su principal accionista.

41. Ibídem, pág. 306.

42. “No trate de economizar sangre de gauchos. Es lo único que tienen de humano. Este es un abono que es preciso hacer útil al país”. Carta de Sarmiento a Mitre del 20/9/1861, en el Archivo del general Mitre (AGM), “Campaña de Pavón”, tomo IX, Buenos Aires, Biblioteca de la Nación, 1912, citado por Norberto Galasso en Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner, Buenos Aires, Colihue, 2011, tomo I, págs. 359-360.

V. Línea dura

La violencia en todo

Sarmiento heredó de la administración mitrista una serie de conflictos: el tramo final de la guerra exterior contra Paraguay (la llamada guerra del Paraguay o de la Triple Alianza), la guerra interior contra los caudillos federales –liderada, primero, por Felipe Varela y después de la muerte de Urquiza, por López Jordán–, un ejército en constantes sublevaciones y deserciones, con las escasas y desordenadas fuerzas instaladas casi Tierra Adentro,43 y las dificultades que la línea de frontera debía enfrentar ante los temibles e insistentes ataques y saqueos de los malones comandados por el Gran Gulmen de la confederación araucana: Juan Calfucurá.

El mismo Sarmiento relata tales circunstancias a su amigo José Posse, en una carta fechada en febrero de 1869:

Se necesita la violencia en todo. En el momento en que te escribo hay paz general, si no es que Guayama se levanta en la Rioja, los blancos amenazan invadir Entre Ríos, los liberales de Corrientes no contentos con vivir quisieran vengarse de Urquiza. [Felipe] Varela nos costará cien mil pesos, inútilmente gastados. La guerra del Paraguay sigue, sin que podamos distraer un soldado ni economizar un centavo; y Calfucurá nos amenaza con una guerra formidable.44

Estanislao S. Zeballos da testimonio de este momento político del país en su libro Callvucurá…:

Las invasiones se sucedieron desde 1862 hasta 1868 con una frecuencia y resultados que llenaban de espanto a las desgraciadas provincias colindantes con el país de los indígenas. La ruina y el incendio, la matanza y el cautiverio, la despoblación, en fin, eran en los campos del sur el espectáculo de todos los días. Agregábase la profunda desmoralización del ejército, producida por la guerra civil, lo cual arrebataba a las campañas sus últimas esperanzas.

Antes de comenzada la guerra del Paraguay se sublevaron de una manera sangrienta y bochornosa las guarniciones de las Tunas, Fraile Muerto, San Rafael, Melincué y Patagones, y, después de emprendida aquella, la guardia nacional movilizada se amotinaba con mayor frecuencia y desertaba miserablemente del puesto de honor.

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