1 ...6 7 8 10 11 12 ...26 En el cambio de siglo la práctica del fútbol presentaba dos tipos de escenarios. Por un lado, los partidos entre los clubes de la élite más importantes, Lima Cricket y Unión Cricket, además de los encuentros que los clubes de la capital o el puerto pactaban con los marineros ingleses de paso por el puerto del Callao. Por otro lado, torneos escolares auspiciados por las municipalidades e incorporados a las festividades patrias. Estos certámenes remitían al fútbol jugado por los niños de las escuelas locales. El primer escenario representaba a la incipiente competencia; el segundo, a la masificación del fútbol en nuevos sectores masculinos de la sociedad.
La propagación del fútbol tuvo varias explicaciones. No fue únicamente porque era un juego colectivo que se podía practicar con facilidad en cualquiera de los numerosos terrenos baldíos o descampados que rodeaban a la capital y al primer puerto. Es cierto que hubo una sensibilidad particular hacia las prácticas modernas, que llevó a practicar un juego extranjero en un afán por incorporar y compartir costumbres de la cultura británica, hegemónica en la época: era un juego en el cual imperaban la rudeza y la fuerza con el afán de demostrar prácticas masculinas asociadas a la virilidad. Pero era más que ello y encontramos otras razones que explican la propagación del fútbol en los discursos que abiertamente apoyaron su práctica y la del deporte en general.
La primera es que el fútbol transitó de ser una actividad de extranjeros a una rápidamente incorporada entre peruanos, quienes lo asumían como una práctica estrictamente infantil y adolescente, mas no adulta. Las instituciones oficiales y la élite en general pusieron atención en ello y apoyaron la práctica del balompié entre las futuras generaciones del Perú, sin importar su condición social. En esta tarea, la escuela resultó un espacio beneficiado. Los directores y los profesores animaban a los alumnos a organizar clubes y los asesoraban en la tarea de elegir una directiva y organizar los estatutos, para lo cual les facilitaban equipo deportivo para que pudieran participar en las competiciones públicas. El mejor ejemplo fue la organización de los torneos escolares de 1899 para escuelas fiscales y privadas, que se realizaron como parte de las actividades de Fiestas Patrias. Asimismo, las autoridades escolares también ocuparon, en numerosas ocasiones, el cargo de presidente honorario. El objetivo era estimular la creación y la participación de clubes y de la vida asociativa. De este modo se quería fomentar valores cívicos y democráticos en la población local. Llegado a este punto, ¿cuál era el discurso que le daba sustento y lógica a estas acciones?
En el imaginario colectivo de la sociedad peruana, el descalabro en la Guerra del Pacífico (1879-1883) había dejado en evidencia que, más allá de las causas políticas y militares, la derrota había sido resultado de la fragilidad física y la falta de carácter de los peruanos (Muñoz, 1997, pp. 64-67; 1998, p. 42). Esta idea se inscribió en los discursos racistas de interpretación de la sociedad que afirmaban que el progreso del Perú era impedido por la existencia de razas mezcladas (el mestizo criollo) o inferiores (con el indio, el negro, o el chino que habían migrado en las décadas anteriores), estas últimas consideradas razas degeneradas y plagada de vicios (Portocarrero, 1995, pp. 225-239). La solución, a tono con el darwinismo social imperante, fue poblar el Perú con anglosajones y europeos de raza blanca. Esta medida fue impulsada por sucesivos gobiernos peruanos a mediados del siglo XIX y financiada gracias a las ganancias del apogeo guanero (1845-1872). Pero no tuvo éxito porque los europeos que arribaron fueron escasos. Por el contrario, quienes llegaron mayoritariamente fueron asiáticos, a quienes se les consideraba como raza inferior y que laboraron en las haciendas costeñas bajo durísimas condiciones de vida. La importación de extranjeros fue retomada tras la guerra por el gobierno de Remigio Morales (1890-1893), quien expidió leyes favorables a la inmigración europea, la cual tuvo los mismos resultados que en la etapa anterior (García Jordán, 1992, pp. 963-974).
El cambio de siglo fomentó la aparición de discursos modernizadores que dieron matices a estas posturas23. Aunque se mantenía la noción de raza como elemento que diferenciaba a los grupos humanos en su distribución sobre el planeta, ya no se apostaba por la segregación racial ni la importación de razas extranjeras como vía hacia el progreso. Por el contrario, se asumió que el adelanto del país pasaba por la necesaria incorporación y regeneración de las razas inferiores, en particular la de los indígenas. El Estado peruano emprendió esta labor en varios frentes. Uno, a través del servicio militar, con la intensificación de la leva en las zonas rurales para «asimilar» a los indígenas a través del ejército. Dos, con políticas de salubridad e higiene, que implicaron campañas de vacunación y la intervención médica y policial en los lugares socialmente peligrosos. Ambas acciones se llevaron a cabo tanto en el campo como en la ciudad24. Tres, mediante la reforma educativa que introdujo clases de educación física primero en las escuelas fiscales hacia 1900 y poco después en la Escuela Militar en 1904 (Basadre, 1968-1969, t. XV, p. 45; Contreras & Cueto, 2000, pp. 169-172; Contreras, 1994, pp. 13-23)25.
En este contexto, al amparo de los discursos modernizadores influidos por las corrientes higienistas, los deportes se convertían en un medio adecuado para moldear el carácter y fortalecer el estado físico y, por ende, en un efectivo agente para mantener la salud, regenerar la raza y construir una moral acorde con los postulados burgueses (Mannarelli, 1999, pp. 44-59; Muñoz, 2001, pp. 201-204; Parker, 1998, pp. 154-162; Ramón Joffré, 1999, pp. 165-171). De todos ellos, el fútbol terminó siendo el deporte más beneficiado, porque las instituciones oficiales alentaron su juego mediante la implementación de campeonatos, el estímulo de la creación de clubes y su incorporación a las ceremonias oficiales. Tras la realización del primer torneo escolar de fútbol en 1899, la revista Sport resaltaba la importancia de este certamen:
En cuanto a la idea del Sr. Inspector de Instrucción, Dr. Maúrtua, de celebrar el aniversario patrio con una fiesta atlética ha resultado felicísima. Efectivamente, las fiestas patrias deben tener por fin levanten el patriotismo. Hasta ahora, entonando en esos días con frecuencia el himno nacional, embanderando la ciudad con los colores nacionales, celebrando con sublimes pensamientos la memoria de nuestros héroes, se dirigen los organizadores de las fiestas patrias y exclusivamente el sentimiento del pueblo, pero la mayor manera de despertar el patriotismo, es hacer ver al pueblo su verdadera fuerza para que este orgulloso de esto.
Ayer cuando los peruanos vimos a los niños de las escuelas municipales, que creíamos débiles, medio idiotizados e incapaces de luchar, hacer sublimes esfuerzos para obtener la victoria, cuando a los de los colegios de instrucción media, a los engreídos de nuestras principales familias, que creíamos afeminados y sin brío, presentarse a la arena con la cabeza muy alta, con la consciencia de su fuerza y vencer al clima y a toda clase de obstáculos con la sonrisa en los labios, y por fin cuando más nos cupo la suerte de aplaudir a los peruanos del club «Unión Cricket» al vencer a los ingleses en el football y en todos los concursos sin excepción, dimos un grito de viva el Perú, bien sincero, convencidos de que los hombres de acción de mañana serán capaces de muchos esfuerzos, acompañados de éxito y podrán dar al Perú el puesto que le corresponde en América del Sur26.
Pero esta no era la única visión favorable hacia el fútbol y los deportes. Había un rechazo hacia las diversiones populares como las corridas de toros, las peleas de gallos, los juegos de azar y prácticas de ocio como el consumo de alcohol y los carnavales, que eran calificadas de bárbaras, incultas y salvajes, y consideradas rezagos heredados de la colonia y lesivas para la moral (Muñoz, 2001, pp. 145-154)27. Frente a ello, se oponían diversiones cultas como el teatro y se impulsaban entretenimientos modernos como el cine y los deportes. Esta labor de difusión de las diversiones modernas asumió la forma de cruzada pedagógica, para la construcción de una nueva moral, más acorde con los valores modernos y burgueses (Muñoz, 2001, pp. 115-153)28.
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