VIOLÍN garantizaba una muerte rápida, un tajo preciso con un facón bien afilado. VIOLÓN era su antítesis, para provocar un mayor sufrimiento en la víctima se empleaba un cuchillo con hoja mellada y carente de filo que desgarraba la carne, un corte desprolijo, irregular que prolongaba en atroces estertores y gritos la agonía. ¡Vaya diversión!.
La refalosa era una danza que se hizo popular durante el siglo XIX, dicen que de Chile pasó a la Argentina y desde 1835 a 1860 se bailaba con cierta habitualidad en la región de Cuyo, es decir en Mendoza y San Juan aunque también se extendió a otras provincias tales como Santiago del Estero, Córdoba y Catamarca pero con menor popularidad en estas últimas. Actualmente puede considerarse que como danza popular folklórica ha desaparecido.
Toma su nombre de los pasos de baile que la componían y en los que, elegante y galanamente se deslizan los pies de los bailarines como resbalando sobre el suelo.
Precisamente en el norte, los ejércitos federales, triunfantes en sus campañas contra los unitarios en la década de 1840, hicieron culto del degüello y de un alto grado de brutalidad en las batallas de Quebracho Herrado, San Calá, Famaillá y Rodeo del Medio y le dieron, a lo que supo ser una danza de salón, la connotación macabra que los degolladores imponían al suplicio. Ya no danzaban un hombre y una mujer como parte de una diversión popular con absoluta fluidez y disfrutando de un esparcimiento social; la refalosa del degollador es una danza macabra entre hombres, en la cual uno solo disfruta de libertad de movimientos, cuchillo en mano, mientras que el otro yace inerme e indefenso esperando vanamente escaparle al destino que le aguarda para resbalar finalmente en su propia sangre.
El poeta HILARIO ASCASUBI describe minuciosamente la técnica del degüello y la finalidad que cada acción del degollador tenía en la psiquis y en el físico de su víctima. El poema conocido como “La Resfalosa”, relata en sus versos la amenaza que profiere un degollador mazorquero durante el sitio de Montevideo a uno de sus defensores, el gaucho Jacinto Cielo, unitario e integrante de la Legión Argentina que participaba en la defensa de la plaza. Hasta el apellido Cielo, del destinatario de la amenaza tiene un significado y es el de ser coincidente con el color de la divisa usada por los unitarios, casualmente de color celeste.
La amenaza es cruda, violenta y aterradora y hace referencia en sus versos al TIN TIN, sonido producido al entrechocar de la hoja de un facón ó cuchillo con su vaina de metal, que era el preludio de su uso en el cuello del desgraciado prisionero.
I
Mirá, gaucho salvajón,
que no pierdo la esperanza,
y no es chanza,
de hacerte probar qué cosa
es Tin tin y Refalosa.
II
Ahora te diré cómo es
escuchá y no te asustés;
que para ustedes es canto
más triste que un viernes santo.
III
Unitario que agarramos
lo estiramos;
o paradito nomás,
por atrás,
lo amarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros,
y ligao
con un maniador doblao,
ya queda codo con codo
y desnudito ante todo.
¡Salvajón!
IV
Aquí empieza su aflición.
Luego después a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca,
y queda como una estaca.
lindamente asigurao,
y parao
lo tenemos clamoriando;
y como medio chanciando
lo pinchamos,
y lo que grita, cantamos
la refalosa y tin tin,
sin violín.
V
Pero seguimos el son
en la vaina del latón,
que asentamos
el cuchillo, y le tantiamos
con las uñas el cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
Cuando algunos en camisa
se empiezan a revolcar,
y a llorar,
que es lo que más nos divierte;
de igual suerte
que al Presidente le agrada,
y larga la carcajada
de alegría,
al oír la musiquería
y la broma que le damos
al salvaje que amarramos.
VI
Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decidimos
que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derechas
lo agarra uno de las mechas,
mientras otro
lo sujeta como a potro
de las patas,
que si se mueve es a gatas.
VII
Entretanto,
nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahi nomás por consuelo
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y qué se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra a revolver los ojos.
VIII
¡Ah, hombres flojos!
hemos visto algunos de éstos
que se muerden y hacen gestos,
y visajes
que se pelan los salvajes,
largando tamaña lengua;
y entre nosotros no es mengua
el besarlo,
para medio contentarlo.
IX
¡Qué jarana!
nos reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos parar
para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
Y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos
una lonja que apreciamos
el sobarla,
y de manea gastarla.
De ahí se le cortan orejas,
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao,
para que engorde algún chancho,
o carancho.
X
Conque ya ves, Salvajón;
nadita te ha de pasar
después de hacerte gritar:
¡Viva la Federación!
“La “Refalosa”, era considerada como un valsecito siniestro ó “un baile para los que sobran” y esa categoría, normalmente, era la que adquirían los prisioneros al ser aprehendidos ó vencidos.
También se acostumbraba a mutilar a los prisioneros, tal como se relata en el poema arriba transcripto, “… De ahí se le cortan orejas, barba, patilla y cejas …”. así el infortunado era “pelado” después de ser ejecutado, como un escarnio adicional y como diversión de sus victimarios.
Si bien una cabeza decapitada del enemigo constituía el máximo trofeo que podía ser entregado al jefe del bando rival, no siempre era posible obtenerlas y menos aún en buen estado por tal motivo se buscaban otras ofrendas como alternativa pero éstas eran de una categoría inferior. No obstante, solían ser bien apreciadas por ser parte de la cabeza de ese enemigo tan aborrecido ; las orejas eran sin duda alguna como la última credencial del difunto y algunos se permitían secarlas y perforarlas para que formaran parte de un trágico collar alrededor de una argolla de metal ó de cuero.
Pero una manea era un obsequio singular porque es un elemento infaltable en el equipo del jinete criollo y sirve para inmovilizar a un animal, especialmente si es “chúcaro”.
“La parte preferida del cuero para confeccionar una manea es la de la porción anterior del animal, especialmente la cabeza y, de ella, la parte correspondiente a las quijadas, la que circunda las astas y la del cuello (porque el material es grueso, de fibras entrecruzadas y dificultosamente se raja en la porción donde se ha practicado el ojal).
Las maneas se confeccionan con cuero (las hay de vacuno, de yeguarizo, de porcino, de anta, de ciervo, etcétera) como así también con cerda, con lana, etcétera. Las de lujo suelen ser de pura plata, con adornos (argollas, pasadores y bombas) de ese metal o de alpaca, a los que suele agregarse pequeñas dosis de oro.
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