—¿Has visto la última amenaza? —Richard, compañero de trabajo, que pasaba en ese momento junto a la mesa de Antonio, lo despertó de su pensamiento.
—Sí. ¿Te refieres a la última que han pintado en la puerta?
—Claro.
—Bueno. Una más.
Ya no había noticias. Y cuando las había, siempre eran negativas. Hacía mucho, pensó Antonio, que no se recibía una positiva. Bastante bueno era, solía decir él, que al menos no hubiera noticia alguna, pues cuando esta llegaba resultaba desesperanzadora. Y recordaba cuando, siendo adolescente en el colegio, fundó con la colaboración de otros compañeros la que llamó La Voz de Quinto. Un periódico para los escolares que, en sus mejores sueños, quería extender en el futuro como un medio general de noticias con una condición previa: solo se darían noticias positivas. Con eso, pensaba, se ayudaría al mundo a ser mejor y a avanzar sin dar eco a lo negativo que lo único que esto hacía, aparte de informar, era causar un efecto propagador de dichas acciones perniciosas. Aquel sueño nunca se hizo realidad y ahora pensaba: «¡Cuánto se hubiera ganado si ese condicionante hubiera triunfado en los medios de comunicación!». Pero las noticias que, curiosamente, más se vendían eran las de la podredumbre de la sociedad. Al final siempre el dinero.
En eso estaba cuando introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sintió la cartulina de la tarjeta. La sacó y la miró con detenimiento: Alba Tiether. No decía nada más, solo un número telefónico.
¿Quién sería esa dulce criatura que había llegado tarde a lo que quedaba de un mundo afligido? Desde luego carácter no le faltaba, pensaba recordando cómo había sido capaz de eliminar a los dos atacantes de largas capas de color negro, con un dragón alado blanco al dorso, por las que dejaban entrever cintos de doble pistolera. Estaba claro que su determinación en ese crítico momento le había salvado la vida. Así que realmente era él quien debía expresar su agradecimiento. Lo hubieran matado allí mismo... «Igual hubiera sido lo mejor. Para qué continuar sufriendo. ¡Ay!... Mejor no seguir con ese pensamiento». No era su día. Sabía por muchos casos cercanos que se empezaba con eso y se acababa paulatinamente cediendo y cayendo en el abismo que la misma mente procuraba. Siempre había luchado por mantener un cierto talante optimista, el que siempre tenía en su infancia, cuando lo elegían como líder de la clase. Pero en estas condiciones cada vez era más difícil mantenerlo. Sin embargo, se sentía desplazado en ese mundo de violencia que se perdía para siempre. Era de las pocas personas, le decían, que no portaba armas.
Finalmente se decidió a marcar el número de Alba.
—¡Antonio!
—¿Cómo puedes haber sabido que era yo, si nunca antes te había llamado?
—¿Y cómo un experto físico que crea nuevas tecnologías se puede extrañar por algo así, hoy en día?
Antonio estaba totalmente desconcertado. Cada día esa mujer era un mayor misterio.
—Te llamaba por si querías que nos viéramos… para hablar… ya sabes…
—¡Claro! Estaba esperando ansiosa tu llamada, desde que me dijiste lo que había ocurrido en tu casa.
Quedaron, esa misma tarde, en un parque cercano a su domicilio, donde destacaba el único árbol, una secuoya milenaria, que aún se mantenía erguido.
9
Antes de ir a la cita del parque Antonio pasó por su casa. Nuevamente sintió que algo no iba bien. Otra vez el sistema de seguridad había sido manipulado. Un mal presentimiento recorrió como un relámpago por su cuerpo. Algo no iba bien. Abrió con cierto temor sin saber qué le esperaba. «¡Atila!», llamó con preocupación. Al contrario de lo que siempre hacía su compañero de apartamento, esta vez no se acercó a recibirle en la puerta ni tampoco maullaba. Cuando Antonio entró, por fin, en la cocina pudo ver horrorizado a su querido gatito colgando de la lámpara. Lo habían ahorcado.
Sacando fuerzas de donde no había se acercó a la hora prevista al parque. Allí, en un apartado banco, al borde de la secuoya, esperaba Alba leyendo un viejo libro de bolsillo. Cuando vio a Antonio de cerca comprendió que algo le pasaba.
—¿Qué ha ocurrido Antonio? —preguntó preocupada.
Antonio, manos en los bolsillos de su cazadora, miraba cabizbajo moviendo la cabeza.
—Eso quisiera saber yo. ¿Qué está pasando y espero que me lo cuentes?
—¿Ha vuelto a suceder algo?
—Han entrado de nuevo en mi casa y esta vez no han revuelto nada. Solo han ahorcado a mi mascota, algo de lo que más quería en esta mierda de mundo.
—¿Han dejado alguna nota, algún mensaje?
—Nada. No he visto nada, desde luego.
Antonio se sentó junto a Alba, que lo miraba compasiva.
—Me gustaría ayudarte.
Antonio mostraba un semblante de preocupación mirando al frente. Ella puso su mano sobre la de él, en actitud comprensiva. Entonces este se volvió hacia ella, lo que hizo que apartase la mano:
—¿Quién eres? ¿Por qué me persiguen? ¿Qué he hecho yo para merecerme esto?
—Quiero ser sincera contigo, Antonio, pero hay cosas que no te puedo decir.
—Pues a eso no le llamo yo sinceridad.
—Hay cosas que es mejor, por tu bien, que no sepas.
—Pero ¿quién diablos eres?
—Quédate con que soy una especie de…, cómo lo diría…, de agente. Miembro de una organización, de la que ahora no puedo dar más detalles.
—¿Tiene algo que ver con la asociación STF?
—No. Lo de la asociación es algo que nos gusta, pensamos que es de esa poca gente que queda buena o que al menos comprenden la realidad del destino al que nos abocamos y quieren que sea de la mejor forma posible.
—¿Nos? ¿A quiénes te refieres cuando hablas en plural?
—Bueno, me refiero a las personas que como yo piensan así. Entre ellos estamos algunos amigos o compañeros.
—Pero aún no me has dicho por qué ahora soy perseguido.
—Tenemos muchos enemigos.
—Bueno, eso hoy es lo normal. Es raro hablar de amistad, la enemistad se ha propagado por todo el planeta como una calamidad.
—Pensamos que al haberme querido defender el día de la agresión es posible que los Dragones Blancos, como así se hacen llamar los pistoleros vestidos de negro y con largas capas hasta las botas, o gente a su servicio, hayan logrado conocer quién eres y dónde vives. Esa podría ser la explicación de que quieran saber más de ti y ahora te quieran amedrentar…
—Supongo que para pedirme algo luego.
—Probablemente. Son grupos criminales peligrosos.
—¿Y cómo piensas que puedes ayudarme?
—Quizá lo mejor sería que cambiaras de domicilio. Podríamos proporcionarte otro. Si a pesar de todo quieres seguir con el tuyo, podríamos mejorar tu sistema de seguridad y blindaríamos tu apartamento.
—¿Te importa que andemos un poco? Necesito el aire que apenas queda… Estoy totalmente confuso.
10
Antes de salir del parque observaron a una multitud que rodeaba a un orador. Antonio se subió a un banco para poder ver mejor de quién se trataba, que era capaz de mantener semejante expectación. Su sorpresa fue mayúscula. El hombre enjuto iba desnudo y descalzo, cubierto tan solo por una tela blanca que rodeando su cintura cubría sus partes íntimas, largo su cabello como la barba; de su cabeza brotaba la sangre que una corona de espinas le provocaba. Apenas tenía fuerzas para predicar y, cuando aspiraba con cierto esfuerzo para coger aire, se marcaban sus costillas débilmente cubiertas por una leve piel lactescente y fustigada. A su alrededor unos hombres con túnicas, de cabellos y barbas semejantes, fuertemente armados lo escoltaban. Sus seguidores lo escuchaban con atención. Alba se encaramó al mismo banco sujetándose a Antonio para no perder el equilibrio. El orador hablaba del mundo perdido, pero decía que el Mesías no tardaría en volver.
Читать дальше