José Luis Velaz - Las llamas de la secuoya

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El ser humano ha destruido el planeta y la extinción de la especie resulta inminente. La gente llana, harta y desesperada, se rebela de forma violenta contra todo tipo de poder. La anarquía se extiende por todos los rincones de la Tierra. La profecía de Aviamotola se ha cumplido. Con el caos y la barbarie las bandas toman el control y los mejores pistoleros alcanzan la fama siendo muy cotizados.
Sin embargo, el ser humano que ha exterminado también ha creado; al cabo de los siglos ha engendrado humanoides a su imagen y semejanza, revestidos no solo de inteligencia artificial sino también de consciencia. Algunos los consideran como los descendientes del ser humano, únicos que serán capaces de explorar el espacio exterior en busca de nuevos mundos; otros, en cambio, supremacistas y especistas en sentido amplio, quieren aniquilarlos.
En medio de todo ello, donde aparecen personajes singulares y extraordinarios en un universo de presagios y fantasía, surge una historia de amor, de pasión, sentimientos y emociones, pero también de dudas y decisiones.
¿Es el mundo en el que habitamos, real o virtual? ¿Qué es real y qué irreal o aparente? ¿Será posible el amor profundo entre un humano y un humanoide? ¿Hasta dónde pueden llegar los sentimientos? ¿Hay límites?
Un impresionante relato de un mundo perdido cargado de sensualidad, magia y musicalidad.

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Unos gritos, muestra de la rabia contenida, salieron de entre algunas personas del público, tras los cuales el ponente prosiguió:

—Como sabéis, ahora también, determinados grupos quieren destruirnos a nosotros. No es suficiente para ellos que la especie humana y el mundo en el que habitan desaparezca. Al parecer no quieren que haya ninguna esperanza de continuidad y algunos dicen: «Si yo muero y voy a desaparecer me llevo antes por delante todo lo que pueda». Solo es maldad. Pero, desgraciadamente, al aprender el entorno, las acciones y las situaciones en las que el ser humano ha vivido, hemos comprendido que era parte innata de su propia existencia. Sin embargo, sabemos también que ha habido muchas personas buenas, solo que a pesar de las películas o de la ficción, en la realidad la maldad se impuso pues ha sido más poderosa.

Los asistentes lanzaban gritos de ¡no hay derecho! ¡Ya lo decía yo! ¡Hay que matar a esa gentuza! Otros simplemente pedían calma o silencio para poder seguir escuchando al ponente.

—… Estas últimas semanas se han intensificado las acciones de determinados grupos de pistoleros contra nosotros. Intentan averiguar dónde estamos, qué hacemos, nos persiguen y… nos destruyen. Saben muy bien que no necesitamos el aire para respirar, ni dormir, ni comer, ni hacer las más elementales necesidades orgánicas animales, algunas desde luego tan poco atractivas —risas por todo el auditorio—, y por ello no es difícil que den con nosotros. En consecuencia, ahora somos nosotros quienes necesitamos vuestra ayuda, que agradecemos de todo corazón —dijo llevándose la mano al pecho— pues aunque carezcamos de él, como órgano básico de supervivencia, lo tenemos en el otro sentido figurado y a pesar de que muchos crean que tampoco tengamos sentimientos; sin embargo, se equivocan. Aunque en esto, como en otras cosas, en nuestra especie, como ocurre en la humana, cada individuo tiene su propia y compleja especificidad, basada las más de las veces en experiencias, que lo hace distinto, donde detalles sutiles hacen variar el grado de sensibilidad y la comprensión hacia los demás. Pero en todo caso, os aseguro, nuestra lógica nos ha hecho poder apreciar a quienes nos quieren sabiendo devolver gratitud por cuanto recibimos.

Antes de que continuaran otros ponentes (la sala estaba demasiado caldeada), se hizo un descanso que los asistentes aprovecharon para ir al servicio, al ambigú o simplemente para charlar con los conocidos, y fue entonces cuando Pedro vio a Antonio.

—Qué alegría que hayas venido —dijo Pedro—. ¿Has escuchado las ponencias?

—Sí. Te he estado buscando. Estoy sentado en las filas posteriores. Me ha parecido muy interesante.

—Por cierto, voy a presentarte a algunos amigos de la asociación.

Pedro se acercó hasta un pequeño círculo donde unos hombres y mujeres charlaban animadamente y cuál sería la sorpresa de Antonio cuando, ante sus ojos, se aparecía con una bella sonrisa la mujer que intentó salvar y acabó siendo ella la que lo hizo llevándole al hospital.

7

Un escalofrío de emoción atravesó su cuerpo desde la nuca hasta los pies. Nunca antes había visto una mujer así. Ella lo miró con una encantadora sonrisa al tiempo que sus ojos mostraban toda su dulzura, desplegando una gran atracción sobre él.

—Creo que ya nos hemos visto antes —dijo Antonio al tiempo que Pedro presentaba a Alba.

—Es probable —dijo ella, sin querer dar más pábulo a aquella historia que recordaba perfectamente.

Junto a Alba se encontraba un alto y espectacular joven llamado Martin que no se despegaba de ella, por lo que Antonio supuso sería su compañero, quizás su novio. Continuaron los comentarios acerca de otras cuestiones banales hasta que Pedro separó a Antonio para presentarlo en otro círculo y así sucesivamente fue pasando de grupo en grupo, aunque sin demasiado interés por parte de este.

Tras el descanso continuaron los discursos que los oyentes seguían con atención, sin embargo Antonio no lograba concentrarse lo necesario, pues su mente seguía con la imagen de Alba y los recuerdos trágicos del fugaz tiempo en el que se topó con ella.

Al término del evento Pedro le propuso ir con una pandilla de amigos que iban a celebrar una velada agradable en casa de uno de ellos. Antonio se excusó, dijo que quería ir a su apartamento alegando que tenía cosas que hacer y que intentaría ir caminando, deseaba andar un poco. Dentro de su distrito, con la debida cautela, resultaba menos peligroso, aunque nunca se sabía. De hecho, a poca distancia de su portal, varios cadáveres producto de alguna reyerta, llevaban días sin retirar de la acera. Poco iban a durar. Los cuervos habían comenzado a hacer su labor sobre los cuerpos putrefactos. Sobre algunos aleros se imponían impacientes buitres a la espera de su momento y en el silencio de las noches comenzó a escucharse el crujido de las mandíbulas de las hienas, que se habían acercado ya hasta el mismo centro del distrito. Cualquier cosa era posible y pensaba en ello, cuando apenas había avanzado unos metros de la puerta blindada de la asociación, y oyó que una voz femenina le llamaba. Era Alba.

—Antonio, estaba esperando verte. Quería agradecer tu ayuda aquel día. No he querido decir nada antes. No parecía lo más oportuno.

—¡Vaya! Nunca es tarde si la dicha es buena, solía decir mi padre. Me dejaste en un hospital y ni tan siquiera te interesaste por mi estado.

—Tuve información desde el primer momento. Sabía que te habías restablecido perfectamente. No era posible ni conveniente que hubiera pasado a visitarte en ese momento; cuando lo pude hacer te habían dado el alta y habías salido.

—En tal caso ya has cumplido.

—¿No has tenido ningún problema desde entonces?

Antonio se quedó pensativo: ¡habían sido tantos!

—Ahora que lo dices. Cuando regresé a mi domicilio, tras el alta en el hospital, me encontré que alguien lo había allanado. Habían burlado el sistema de seguridad y revuelto todos mis enseres como si buscaran alguna cosa… O sea que tiene algo que ver contigo.

—Quizás.

—Vamos, que me he metido en un buen lío por intentar defenderte, cuando luego vi que, desde luego, no me hubieras necesitado para nada.

—Te estoy muy agradecida. Quisiera explicarte…, pero ahora no es posible —dijo volviéndose hacia las personas que la esperaban en los accesos de la asociación—, ¿podría ser otro día? Quisiera también ayudarte para que no vuelvas a tener problemas.

—¿Quieres decir que estoy en peligro?

—Podría ser.

—Bueno, ¿quién no lo está, hoy?

—Toma. Es mi número de teléfono. Me gustaría que me llamaras.

Quizá fuera aquella atractiva sonrisa, quizá fuera otra cosa, el caso es que Antonio se sintió en ese momento tan perturbado como un chiquillo cuando habla por vez primera con la chica que anhela. Levantó la vista de la tarjeta de visita que le acababa de entregar siguiéndola con la mirada. En un mundo que se desmoronaba con una terrible rapidez no parecía lícito vivir una ilusión, pero al menos se permitió la licencia de pensar que Alba era la clase de mujer por la que los hombres suspiraban: de esas que solo pertenecen a los que ellas desean.

8

¿Qué sentido tenía seguir trabajando?… O incluso seguir viviendo, se preguntaba Antonio apoyado sobre el escritorio de la empresa donde colaboraba desarrollando programas que ya poco sentido podían tener. Esa pregunta se la hacía mucha gente. Los suicidios se estaban convirtiendo en la principal causa de mortandad lo que con unas estadísticas tan elevadas por muertes violentas parecía increíble. La depresión era una plaga: se había convertido en la enfermedad de los que aún sobrevivían ese tiempo. Una tristeza profunda cubierta de una crónica melancolía, que inhibía las funciones psíquicas más elementales, se había apoderado de los seres vivos. Era la sensación de mirar por una ventana alejada, en medio de la bruma y de la nada, en un campo áspero y sin futuro.

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