Han transcurrido dos semanas desde que salí del hospital. El detective Miller vino a tomarme declaración al apartamento de Bryan. Menos mal que tardó poco, porque Bryan estaba que se subía por las paredes.
Le expliqué todo paso por paso y le dije de qué conocía a Mikel. También me preguntó por el otro hombre, pero le aseguré que no lo conocía de nada. Finalmente, no han dado con el paradero de Mikel, así que sigue por ahí. Espero no verlo jamás, y si me lo encuentro, que sea para que pague por lo que ha hecho.
Estoy prácticamente curada. La herida del abdomen producida por el corte que Mikel me hizo está cicatrizando a la perfección, pero sin duda dejará marca. Bryan no se ha separado de mí en todo este tiempo. Me trata como a una reina y su humor es bueno, dependiendo del día. Es un tanto especial; lo mismo está bien que le molesta cualquier tontería. Supongo que será por el agobio que tiene encima. Estar con el trabajo y cuidando de mí no es compatible.
Toda la familia de Bryan ha venido a verme muy a menudo, menos Román. Este hombre cada día me tiene más intrigada. No se le ve nunca, solo en fiestas y cosas similares. Debe llevar una vida muy ajetreada, ¡el simpático! Nina ha estado cada dos por tres también conmigo, y Max igual que ella.
Desde que llegué al apartamento de Bryan, no ha querido ponerme una mano encima. Ese es uno de los temas principales por los que discutimos. No entiende que ya estoy bien y que no va a pasarme nada por un polvo, ¡por Dios!
Dispuesta a no dar mi brazo a torcer, como siempre, sigo insistiendo. Esta mañana, parece que se ha levantado de mejor humor. Me dirijo hacia el baño. Está duchándose.
Mmm…
Silenciosamente, me quito la ropa y abro la mampara con mucho cuidado para que no me oiga. Está de espaldas, así que no me ve. ¡Ja! Lo abrazo por detrás y noto cómo se tensa de inmediato. Desde que llegué, no ha querido ducharse conmigo, según él, por miedo a hacerme daño. Me ha obligado hasta a dormir con ropa. ¡Es increíble!
Paseo mi mano hacia abajo, notando que está duro como una piedra. Da un respingo y se aparta para salir.
—¿Adónde vas? —le pregunto alucinada.
—A trabajar. Hoy tengo una reunión —me dice secamente.
Pongo los ojos en blanco.
—Bryan…
—Any…
—¡Oh, venga ya! ¿Por qué huyes de mí? —le pregunto molesta.
—Ya hemos discutido esto un millón de veces. Cuando estés completamente bien, entonces, y solo entonces, tendrás mi cuerpo para saciarte hasta desmayarte.
Me quedo plantada en la ducha viendo cómo sale del baño. ¡Será posible! Pero no estoy dispuesta a ceder. Este se va a enterar.
Termino de ducharme y salgo como un vendaval, sin mirarlo siquiera. De reojo, me observa desde el vestidor. Me voy del dormitorio pegando un fuerte portazo que me retumban hasta los oídos. Abajo está Max, esperándolo para irse con él al trabajo.
—Buenos días, preciosa, ¿cómo estás?
—Bien —suelto malhumorada.
—¡Vaya! No te has levantado de muy buen humor —bromea.
—Lo siento, Max, pero es que… ¡estoy harta! —grito, poniendo las manos en el aire.
—¿Qué te pasa? —me pregunta sorprendido.
—¿Que qué me pasa? ¡Qué no me pasa! —Me mira sin entender nada y empiezo a andar de arriba abajo en el salón. No da crédito a mi enfado—. ¿Puedes creerte que no me ha puesto la mano encima desde hace dos semanas? ¡Dos semanas! —Levanto dos dedos—. ¡Nada! Es desesperante, ¡por Dios!
—Tendrá miedo de hacerte daño. —Se ríe.
—Pues se va a enterar…
Me pongo un dedo en la barbilla, pensativa.
—Miedo me das… —Se ríe a carcajadas.
En ese momento, entra Bryan en el salón. Va perfectamente vestido con su traje de chaqueta de color gris, su camisa blanca y su corbata fina negra. Suelto un suspiro cuando lo veo. Se va hacia la cocina y se sirve un vaso de zumo sin quitarme los ojos de encima.
Empiezo con mi tarea. Max me mira expectante.
Subo al dormitorio y elijo un vestido blanco que me llega más o menos hasta la mitad de los muslos. Voy al vestidor y me decido por la lencería más provocativa que tengo. Me recojo el pelo en un semirecogido y me dirijo al salón de nuevo.
Los dos me miran cuando desciendo con lentitud la escalera con un estilo igual que el de las modelos. Voy hacia el gran ventanal que hay cercano al televisor y lo abro para poder salir a la terraza. Justamente al cruzar la puerta, a dos pasos, hay un tendedero alto. Guio mis pies hacia él y me estiro lo máximo que puedo para recoger las dos únicas toallas que hay. El vestido se me sube y queda al descubierto el liguero que llevo puesto de color negro con encaje atado a mi tanga. De reojo, compruebo cómo los dos están mirándome con la boca abierta. ¡Ja! Y acabo de empezar… Si es que los hombres son tan predecibles…
Descuelgo las toallas y, muy provocativa, me siento en la tumbona que tengo enfrente. «Torpemente» se me cae una de las toallas al suelo. Abro mis piernas al máximo para cogerla, dejando expuesto mi sexo, cubierto por la fina tela de encaje, y miro de frente a Bryan. Me muerdo el labio y, con sensualidad, me agacho poco a poco para recoger la toalla que «sin querer» se me ha resbalado de las manos. Al final, la extiendo en la tumbona en la que estaba sentada y, poniéndome de perfil, me quito el vestido a cámara lenta.
Muevo mi cabeza a ambos lados, haciendo que las ondas de mi pelo bailen con la brisa. Entro en el salón con mi conjunto de infarto y dejo el vestido encima del sofá. Me dirijo a la cocina, cojo un vaso y voy hacia el congelador. Me agacho tentadoramente exponiendo mi trasero, el cual está dándoles unas vistas impresionantes. Saco dos cubitos que introduzco en mi vaso y lo lleno de agua con la jarra que hay preparada. No los escucho ni respirar, pero sé que ambos están observándome.
De manera intencionada, otra vez, se me cae un poco de agua justo en el canalillo y comienza a bajar hasta mi pubis. Deslizo una mano seductora entre los pechos y llego hasta el final de mi cuerpo. Escucho que sueltan un suspiro desesperado y cómo Max carraspea. Los miro a ambos.
—¡Uy! Qué torpe soy… —digo con una sonrisita—. Voy a tomar el sol un rato. Hace buen día.
Me miran con los ojos como platos y asienten a la vez. Antes de darme la vuelta, veo cómo Bryan se desanuda un poco la corbata y cómo Max lo mira atónito. Están embobados. En mi interior, suelto una carcajada. Sé que para tomar el sol hay que ponerse el bikini, pero como yo soy Miss Provocadora, me pongo el mejor conjunto de lencería que tengo.
Según estoy llegando al ventanal, escucho lo que dicen:
—Max, adelántate tú. Ahora iré yo —dice entrecortadamente Bryan.
—Claro —le contesta su amigo sin quitarme la vista de encima y soltando un suspiro.
Me recuesto en la tumbona y me pongo las gafas de sol en los ojos. Los cierro, pero, de pronto, noto una fuerte respiración cerca de mí. ¡Soy una máquina! Me coloco una medallita.
Bryan tira de mi mano con fuerza y me coge en peso. Entramos en el salón, me suelta y me coloca delante de él.
—¿Te has divertido? —gruñe.
—¿Yo? ¿Por qué dices eso? —le pregunto inocente.
Me mira desafiante. Se ha quitado la chaqueta y la corbata, y su camisa tiene desatados varios botones que dejan expuesto su duro torso. ¡Ay, Dios mío! Lo tengo a doscientos por hora. Estoy segura.
Enreda mis piernas en su cintura y me apoya con brusquedad en lo alto del frío cristal de la mesa del comedor. Levemente, un pensamiento pasa por mi cabeza: «Podríamos haber partido el cristal...». Sin embargo, el pensamiento desaparece igual de rápido que ha llegado cuando, feroz, se apodera de mi boca, y enredo mi lengua con la suya sin esperar ni un segundo más.
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