Veo el BMW negro y me dirijo hacia él de inmediato. Una de las puertas está entreabierta y decido abrirla completamente; no hay nadie en el interior. Me quedo un momento con el maletín en la mano y, como había imaginado, mi teléfono suena. Es el número de Any.
—Deja el maletín en el coche y lárgate.
Es el mismo hombre que habló conmigo la primera vez, lo que me confirma que no está solo.
—No pienso dejar nada hasta que no la vea.
—La llave con la dirección la tienes en el asiento —dice malhumorado.
—Quiero verla con mis propios ojos —sentencio.
—Muy bien. —Cuelga.
Oigo cómo se abre una puerta detrás de mí. Hay una enorme nave abandonada. De ella sale un hombre encapuchado con Any inconsciente, agarrándola de malas maneras.
El aire abandona mis pulmones.
Está magullada y llena de heridas. Su ropa y algunas partes de su cuerpo están bañadas en sangre.
Dios mío…
El individuo apunta con una pistola a Any y vocifera:
—¡Suelta el maletín y te la entregaré!
Dejo el maletín en el suelo y, con paso firme, me dirijo hacia donde están. Me giro y veo cómo el hombre que habíamos visto Max y yo lo coge y desaparece por el callejón, pero es atrapado por la policía.
En una fracción de segundo, un agente le da al individuo que tiene a Any un golpe seco, provocando que caiga al suelo. Sin embargo, el tipo es más rápido y, antes de que lo atrapen, desaparece entre los callejones. La policía lo persigue, pero yo me aventuro en dirección a Any sin mirar atrás. Cae a plomo en el suelo y corro hacia ella inmediatamente, sin pensar siquiera en que ese cabrón se ha escapado.
Alguien me zarandea enérgicamente. Intento abrir los ojos, pero me pesan. ¡Qué dolor!
—¡Any! ¡Any! Por favor, nena, despierta, por favor —escucho que me dice Bryan.
Lo oigo demasiado lejos.
Tras varios esfuerzos por abrir mis pesados párpados, al final lo consigo y la luz me ciega.
—Bryan… —digo con un hilo de voz.
—¡Nena! ¡Gracias a Dios! ¡Mírame! Estoy aquí —dice asustado mientras busca mis ojos, los cuales no enfocan ningún punto fijo.
—Ah… —me quejo.
Abre los suyos de par en par, más atemorizado aún.
—¿Qué te ocurre? ¡Por Dios, Any, háblame! —Está desesperado.
—Me duele…
No consigo decir nada más. Caigo en un profundo sueño del cual ni yo misma sé cuándo despertaré.
Intento abrir los ojos de cualquier forma, pero no puedo. ¡Joder! Oigo a mi hermana, a Bryan, a Max, pero… ¿por qué no los veo? ¿Por qué no puedo abrir los ojos?
Por favor, necesito ver, necesito… a Bryan.
Es insufrible estar despierta y no poder ver a la gente que tienes alrededor. No sé qué demonios me ocurre, pero espero que acabe pronto.
—Te necesito… —oigo en apenas un murmullo. Es Bryan—. Por favor, nena, despierta. No puedo seguir con esta agonía. Te necesito conmigo. No sé qué hacer sin ti.
Escucho cómo Bryan rompe a llorar. Está matándome sentirlo así, a él y a los demás. No sé por qué no puedo despertarme. Intento hacerlo de nuevo.
Vamos…
Ya casi estoy…
¡Dios! La luz me ciega por completo e inmediatamente vuelvo a cerrarlos. Noto que los dedos de las manos me responden, así que toco la mano de Bryan, que sostiene la mía fuertemente. Muevo mis dedos, apretando los suyos un poco.
—¿Any? Any, ¿estás despierta? Por Dios, dime que sí. ¿Nena?
—Bryan… —digo casi sin voz—. La luz…
—¿Qué? ¿Qué pasa con la luz? Por favor, dime algo. —Está desesperado.
—No puedo abrir los ojos. Apágala —murmuro.
Se levanta como un huracán y apaga todas las luces de la habitación. Abro los ojos de inmediato. ¡Por fin! Bryan me mira expectante y se abalanza sobre mí. Empieza a besarme como si le fuese la vida en ello, hasta que me quejo de dolor cuando se apoya en mi barriga.
—Lo siento… Lo siento, tesoro —se disculpa preocupado.
—Tranquilo. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Tres insufribles días.
—Dios mío… ¿Estás bien? —le pregunto inquieta.
Está hecho un desastre, aunque sigue siendo mi dios griego. Lleva ropa de deporte, barba de varios días y tiene los ojos enrojecidos. Me apena verlo así por mi culpa.
—Ahora sí —me contesta con una sonrisa.
Me da un fuerte abrazo junto con un beso apasionado, el cual agradezco. ¡Cuánto lo he echado de menos! En ese momento, entra Max.
—¡Dios mío, Any! —Viene acelerado.
Tiene la misma pinta que Bryan. Me da un fuerte abrazo y, al igual que su amigo, empieza a besuquearme la cara y Bryan sonríe al ver ese gesto eufórico.
—¿Podéis explicarme por qué tenéis esa pinta los dos? —les pregunto, señalándolos a ambos.
Se miran y sonríen. Se ven felices, pero sus caras evidencian que están exhaustos.
—Menos mal que te has despertado ya —bromea Max.
—Any, ¿recuerdas lo que pasó? —me pregunta Bryan, cauteloso.
Asiento con la cabeza.
—¿Qué recuerdas? —interviene Max.
—Todo —afirmo—. ¿Tan grave ha sido la herida para estar en el hospital?
—Perdiste mucha sangre porque la tenías en el abdomen. Aparte, te quedaste inconsciente debido a un gran golpe que te dieron en la cabeza. Y la de magulladuras que tenías por todo el cuerpo…
Max se aclara la garganta; le cuesta hablar. Veo cómo Bryan mira hacia el suelo y se frota la cara con las manos.
—¿Dónde están? —pregunto sin más.
—¿Quiénes? —quiere saber Max.
—Mikel y el hombre que lo acompañaba.
—¡¿Era Mikel?! —brama Bryan con la cara desencajada mientras se levanta de la silla.
—Sí —le confirmo.
Empieza a andar de un lado a otro, pero no dice nada. De pronto, le da un puñetazo a la puerta de la habitación que me duele hasta a mí de lo fuerte que le ha dado. Max evita mi mirada y cierra los ojos a la vez que Bryan golpea de nuevo la puerta.
Oh, oh. Algo no va bien.
—Pues… el gorila está en la cárcel, pero él… —comienza Max, pero se calla de golpe.
—¿Está en Londres?
—¡Más le vale que no! —exclama enfurecido Bryan, pasándose las manos por la cara.
—No lo sabemos, Any. Están haciendo lo posible por encontrarlo, pero parece que se lo ha tragado la tierra —añade Max.
Miro a Bryan, que tiene cara de querer matar a alguien.
—¿Y el dinero?
—Inventamos una estrategia, que por suerte salió bien. No se lo llevaron, pero llevamos el maletín —comenta Max.
—No teníais por qué haberlo hecho. No soy tan importante como para eso —murmuro.
—¿Qué has dicho? —Bryan se gira y viene directo hacia mí con cara de pocos amigos.
—Te dije que no lo hicieras —murmuro.
—¿Sabes la angustia que he pasado por ti mientras estabas en esta cama? ¿Puedes hacerte una pequeña idea? —me pregunta enfadado.
No contesto. Solo lo miro y, debido a su tono de voz, me encojo aún más. Bryan se da la vuelta y se marcha con los ojos rojos.
¡Maldita sea mi boca! Max me pide un segundo y sale en su busca. Me arrepiento de lo que acabo de decir. Puede ser que para él sí sea más importante de lo que yo creo. Pero eso es por el simple hecho de que no conoce mi vida ni el tipo de persona que soy.
A los pocos minutos, entran en la habitación y, por la cara que tiene Bryan, ha estado llorando, cosa que me parte el alma en mil pedazos.
—Os dejo un rato a solas. Avisaré al médico —anuncia Max, y se marcha.
Permanecemos en silencio hasta que el médico aparece y me revisa de la cabeza a los pies. Ve que he mejorado lo suficiente como para que mañana por la mañana pueda irme a casa. Lo único que tengo que hacer es descansar. Me manda varias pomadas para los moratones y la inflamación. El doctor me informa de que me han dado ocho puntos en el abdomen, pero no es un corte muy profundo y en unos días sanará. ¡Menos mal! Lo que no saben es si dejará cicatriz. Lo más seguro es que así sea.
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