María Gabriela Pauli de García - Enseñar Historia...., enseñar a pensar

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"La escuela secundaria está en crisis", «el sistema educativo debe actualizarse para estar a la altura de los nuevos desafíos», son expresiones que escuchamos con frecuencia, tanto en los ámbitos educativos como en otros que no lo son. Es que la educación es una problemática que interesa al conjunto de la sociedad, motiva comentarios, apreciaciones, opiniones de muy diversa índole.
Desde los años noventa se han intentado reformas de la escuela secundaria aunque sin demasiado éxito. El desafío de pensar una transformación profunda del sistema educativo, y en particular de la escuela secundaria, resulta hoy más acuciante que nunca; e implica poner la mira no solo sobre los diseños y las estructuras formales del sistema, sino también en la concepción antropológica que lo define.
En este contexto se aborda la posibilidad de pensar la enseñanza de la Historia en la escuela secundaria como posibilitadora de un pensamiento crítico y reflexivo en los adolescentes. Se desea proponer un enfoque orientado a la formación de personas comprometidas con la realidad presente, capaces de discernir y de superar prejuicios, libres y responsables de la construcción de una sociedad más justa y solidaria.

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Un pensamiento crítico y reflexivo es aquel que contribuye a comprender la historicidad de lo humano, «desnaturalizando» la realidad y asumiendo que todo lo que ha construido el hombre y todo lo que ha asumido, es producto de decisiones libres. Tomamos el concepto de desnaturalización en el sentido en el que lo aborda y define Enrique Bambozzi: «El concepto problematizar lo interpretamos como sinónimo de desnaturalizar, no en el sentido de ir en contra de la naturaleza, sino de cuestionar aquello que siempre ha sido así, de cuestionar lo obvio, lo instituido, para desmontar su arqueología y capitalizar desde una posición crítico–propositiva aquellos aspectos que nos permiten avanzar en construcciones cada vez más humanizadoras» (2005; p. 13). Sin esta condición, resulta estéril definir al pensamiento crítico y reflexivo como un pensamiento liberador: libera porque posibilita elegir el futuro, el sentido de la vida y definir qué hacer con ella; pero esto es posible sólo en la medida en que podamos desnaturalizar las interpretaciones de sentido del mundo y de la vida que nos vienen dadas por el entorno sociocultural. Conviene aclarar en este sentido que estas mediaciones socioculturales de sentido, limitan nuestra mirada y nuestra capacidad de pensar la realidad, pero a su vez la hacen posible. Esta cuestión es de enorme importancia, porque es lo que nos posibilita asumir la propia historia, personal y colectiva, y transformarla

A su vez, esta dimensión propiamente humana del pensamiento crítico y reflexivo entendido como pensar situado, histórico y desnaturalizante, permite superar formas de pensamiento mágico —aquellas que remiten a fuerzas suprahistóricas o sobrenaturales— porque los procesos humanos se presentan como construcciones enraizadas en un tiempo y en un espacio determinados y como respuesta de un grupo humano a situaciones definidas. El pensamiento crítico y reflexivo hace posible asumir críticamente —y no «naturalmente»— la relación con los demás hombres, con el conocimiento y con el mundo.

En relación a América Latina, Edgardo Lander plantea las estrategias de desnaturalización de la siguiente manera: «La búsqueda de alternativas a la conformación profundamente excluyente y desigual del mundo moderno exige un esfuerzo de deconstrucción del carácter universal y desigual de la sociedad capitalista–liberal. Esto requiere el cuestionamiento de las pretensiones de objetividad y neutralidad de los principales instrumentos de naturalización y legitimación de este orden social...» (2003; p. 12). Podemos afirmar entonces, que asumiendo esta concepción acerca del pensar, nos encontramos inmersos siempre en el ámbito de las relaciones interpersonales, relaciones que definen el campo de lo social, de lo político y de lo económico, como espacios en que pueda concretarse un verdadero proceso de humanización. Sólo un pensamiento crítico y reflexivo, posibilitará desmontar estructuras injustas, y ha de permitirnos pensar en sistemas políticos, relaciones sociales y modelos económicos más justos y con espacio para todas las personas, es decir, que resulten verdaderamente integradores y no excluyentes.

Por ello, el proceso de deconstrucción de la sociedad liberal–capitalista y la idea de desmontar la arqueología de lo obvio, de lo instituido, son tareas necesarias a la hora de encarar una mirada crítica y reflexiva sobre los hombres y su mundo: y en esta tarea, la Historia juega un rol insustituible en la medida en que nos permite tomar conciencia de la historicidad del mundo y por ello mismo de su contingencia. Entendiendo por tal no sólo la realidad física y material, sino el juego de relaciones interpersonales, el espacio de lo social y cultural que constituyen el ámbito del «estar» y posibilitan el «ser» del hombre.

Ahora bien, veamos a continuación como se plantea la relación entre la Historia, el conocimiento de la Historia y el desarrollo del pensar situado en tanto pensarnos históricamente, como hombres y como pueblos, en el contexto más amplio de la práctica y la reflexión pedagógica. 10

Educación, Historia y pensar situado

Si hemos de referirnos al hombre, no podemos soslayar la consideración de la educación, porque ella se constituye como un espacio privilegiado en el que se pone en juego de modo especial la dimensión relacional de los seres humanos. Este ser con otros que define al hombre y le posibilita humanizarse, encuentra en la relación educativa un ámbito propicio

Habiendo precisado qué entendemos por persona humana, conviene que nos situemos en el análisis de la relación educativa, dado que el proceso educativo es siempre y en primera instancia un proceso relacional, y es además un proceso complejo, en el que interactúan varias personas, se entrecruzan intencionalidades, aspiraciones, prejuicios y expectativas más o menos explícitas, según las circunstancias. Por ello, la educación es siempre un acontecer complejo y multidireccional, en el que cada actor —alumnos, docentes, personal escolar— se va conformando y modificando permanentemente a sí mismo.

Entonces, la educación, en tanto práctica que se orienta al hombre, y tiene como objetivo la formación integral de la persona, debe favorecer la formación del pensamiento crítico reflexivo. Y esto es así, en primer lugar, porque el hombre es persona, y en cuanto tal es un ser inteligente y libre, y es además un ser social, que se humaniza en la relación con los otros.

Desde la educación formal —y particularmente desde la escuela media—, deberán establecerse entonces, condiciones que favorezcan este proceso, generando y propiciando espacios de reflexión personal.

Aquí es donde entra en juego el conocimiento histórico, como herramienta del proceso educativo; y además como posibilitador del pensar situado —y por ello mismo «desnaturalizado»—, en la medida en que por un lado patentiza las realizaciones humanas como realizaciones históricas y por ello, contingentes; surgidas como respuesta a necesidades 11profundamente humanas, y por otra parte permite la reflexión acerca del «hacer» del hombre, y la aproximación a las intencionalidades, a las ideas y a los sentimientos que se ven implicados en las acciones de las personas.

Consideramos importante destacar en este sentido que el conocimiento humano y por lo tanto también las teorías explicativas de la realidad, son intentos provisorios —contingentes— de explicar la realidad. Esta condición que resulta en una limitación del pensamiento —imperfecto y por ello nunca acabado— constituye también su condición de posibilidad: es desde su ser situado, desde su aquí y ahora que la persona humana puede pensarse a sí misma y pensar la realidad.

Hay que distinguir por un lado la Realidad —la Verdad— que es una y existe (de lo contrario no tendría sentido pretender conocer o conocerla), de las posibilidades de conocer del hombre que implican su voluntad, su inteligencia y posibilidades que le vienen dadas desde un contexto epocal y sociocultural. En este sentido afirmamos que es imposible acceder a la Verdad absoluta por las limitaciones del pensamiento humano. El hombre es contingente, es un ser finito y su pensamiento, en tanto actividad humana, también lo es. Por ello, la búsqueda de conocimiento, es siempre una aspiración renovada.

Ramón Lucas Lucas sostiene en relación al problema de la verdad: «… volviendo al tema de la relación verdad–tolerancia, es oportuno observar que la certeza de poseer la verdad, con las características de “absoluta” antes descritas, no implica el hecho de poseer toda la verdad, o de ser el único en poseerla, y mucho menos ser intolerante.» (2008; pp. 197–198). Y aclara unas páginas antes: «La verdad es propiedad del juicio respecto al ser (adaequatio rei et intellectus); no es algo nominal sino real; estamos en el orden ontológico, porque es la conformidad con la realidad. Puesto que lo real no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto, las características de la verdad son: una, por el principio de no–contradicción se da la imposibilidad de la doble verdad; no existen grados en la verdad, aunque el acceso y la posesión puedan ser graduales y perfectibles; inmutable: no cambia, lo que cambia es su percepción y su ahondamiento.» (Idem; pp. 195–196). Nos parece importante insistir en esta cuestión por la relevancia que posee en relación al problema del conocimiento: y es la necesidad de distinguir la verdad como sinónimo de realidad, con un carácter absoluto, único e inmutable; del conocimiento o la apropiación de la verdad, que en el hombre está mediada —como ya se ha dicho— por el contexto sociocultural y por las limitaciones propias de su ser contingente y finito.

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