José Martel Rodríguez - La chica de la cadera
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—¡Estás pirada! —Rio deshaciéndose de ella—. No sé si más que apetecerme, me da miedo. Además, como bien dices, no sé si estoy preparada ni tampoco sé si seré su tipo.
—¡Amiga! ¿Pero tú te has visto? —La situó frente al espejo—. ¡Si no eres su tipo es que es gay!
Día 3
El avión destino Asuán despegó a las diez de la mañana, como estaba programado.
La madrileña, cada vez que miraba al canario, imaginaba las morbosas historias que su amiga había escenificado antes de acostarse la noche anterior, cuando se hacía pasar por él. Se habían desternillado de risa. Realmente, Cande era toda una guasona.
Procuró entretenerse para desterrar de su mente cualquier pensamiento de ese tipo hasta que, un rato después, el avión comenzó a descender y se entretuvo mirando por la ventana. Una vez que aterrizaron, los esperaba un autobús casi en medio de un desierto. Por más que intentaba ubicarme, me costaba reconocer el emplazamiento en el que me hallaba. Egipto era menos verde de lo que yo lo recordaba.
Una vez que sacaron los equipajes de la parte baja del transporte, Miguel les relató lo que sería el orden del día.
—Os voy a poner un videodocumental acerca del actual emplazamiento de los principales templos que visitaremos: el templo de Ramsés y de Nefertari, en Abu Simbel —explicó pulsando el play .
—Estos templos se encuentran ahora encima de un montículo, sobre el lago Nasser —explicó Ahmed señalando la pantalla de televisión—. El lago es artificial, creado por la mano del hombre. Contiene las aguas del Nilo gracias a la fabricación de una gigantesca presa que acaba en central hidroeléctrica.
Esa monumental obra en parte había sido financiada por la Unesco con la finalidad de controlar las crecidas incontroladas del río y de buscar una fuente de energía. Cada vez que consultaba los datos sobre lo acontecido a lo largo de los siglos, me sorprendía de lo lejos que había llegado el hombre o de lo que se había separado de lo que realmente importaba.
Todo mi ser tembló de pura rabia al comprender que las criaturas de Hapy y Sobek, hipopótamos y cocodrilos, habían sido desplazadas a la parte que hoy día constituía Etiopía, allá en las montañas, donde nacía el río.
—Muchos templos perecieron bajo las aguas después de la construcción de la presa —continuó Ahmed—. Solo unos pocos han sido rescatados y puestos en otro lugar. Muchos países colaboradores se llevaron algunos de ellos, piedra a piedra. El templo de Ramsés II fue desplazado sesenta y cinco metros más arriba de su emplazamiento original: ¡necesitó unas obras muy grandes!
La primera parada antes de llegar al lago Nasser fue la famosa cantera de donde se suponía que provenían los bloques con los que estaban construidos la mayor parte de los templos.
Una vez allí, bajo un sol de treinta y nueve grados, pudieron contemplar con mirada atónita el famoso obelisco inacabado.
—Posiblemente, esta iba a ser la pareja del obelisco que se hallaba en el templo de Karnak, hoy en Roma, que se resquebrajó y se tuvo que dejar sin concluir —explicó Miguel—. Treinta metros de altura y cerca de mil toneladas de peso: de haberse concluido su construcción, habría sido la pieza de piedra más trabajada del mundo.
—¡La hostia! —Edu contemplaba con ojos pasmados aquel pedazo de roca descomunal.
—Es increíble lo que cuenta Miguel y lo pulido que está, ¿verdad? —Almu sacaba fotos con su cámara digital.
Viéndolo de cerca, ninguno de los del grupo se explicaba cómo semejantes moles de piedra pudieron, después de ser cortadas, ser trasladadas a su posterior ubicación. Evidentemente, yo sí lo sabía.
Por otro lado, Cande e Irene le pedían al canario que les hiciera de fotógrafo. La primera le pasó la mano por la cintura a su amiga y la pellizcó para recordar las chanzas de la noche anterior.
—¡Ay! —se quejó Irene—. ¿Qué haces? ¡Estate quieta!
—Chicas, hay que repetirla, Irene ha salido con la cara regañada —agregó el canario mirando la pantalla de la cámara.
—¡Cande, deja de hacerme cosas! —dijo por lo bajo la madrileña.
—Esta vez sí, quedaste más guapa.
—¿Nos sacamos una los tres? —sugirió Cande.
—Kris, ¿nos sacas una? —la llamó su compañero de viaje. —¡Yo también quiero! —Se acercó la joven.
Poco a poco se fueron sumando a la foto los demás; Blanca, Edu y Almu. Todos los jóvenes, como un buen equipo, fueron retratados por un sevillano con el obelisco de fondo: Jose se posicionó junto a la madrileña y la miró con un aire miedoso.
—¿Puedo? —pidió permiso para pasarle el brazo por los desnudos hombros.
—Eh, sí, es solo una foto —farfulló entre nerviosa y seria.
La joven vestía una blusa de tirantes color rosa palo y sentir la firme mano del canario en su piel la hizo suspirar en su fuero más interno. Cande, al otro lado y con su amplia sonrisa, no perdía detalle de todo y disfrutaba con ello.
Cuando volvieron a subir al autobús, los jóvenes ocuparon la parte trasera del mismo. Fue entonces cuando Almu les comentó sus sospechas: en el viaje de ida hacia la cantera, otro egipcio muy enchaquetado se les había unido y permanecía junto a Miguel y Ahmed. También Blanca, la valenciana, lo había observado detenidamente hasta que en una ocasión su chaqueta se entreabrió y atinó a ver un arma oculta. Irene se estremeció de asombro.
—¡Oh, cielo santo! ¿Y por qué tiene eso ese hombre?
—No te alteres, Ire —tranquilizó Cande—. Seguro que es para mayor seguridad. ¡Esta pobre nunca ha sido amiga de las armas!
—La verdad es que es inquietante después de los últimos atentados ocurridos en este país —añadió Blanca.
—El pobre hombre la lleva escondida para no asustar a nadie —objetó Kris.
—No hay que tomárselo tan en serio, creo que es por seguridad. Al estar tan cerca de la frontera, es necesario. —Jose se acercó a Irene desplazando a Cande y sentándose a su lado. Ello no contribuyó a que se serenara.
—No sabes bien a quién tenemos ahí. —Rio la compañera—. No le gustan las armas, les tiene miedo. Odia los reptiles y, como ya bien sabes, está a un paso de ser vegetariana, solo come carne de pollo.
—Interesante. —Jose la miró cara a cara captando la atención del resto del grupo—. Deberías perder esos miedos que te dijo Gamal.
Los verdes ojos del canario se clavaron en los pardos ojos de la madrileña, en medio de un silencio sobrecogedor, en el que la joven solo podía sonreír y ni siquiera articulaba palabra.
El autobús se detuvo tras ese momento y todos se prepararon para bajar.
Lo primero que hicieron fue trasladarse con los equipajes a una barca que los esperaba en un pequeño embarcadero: los llevaría a una motonave anclada unos pocos metros más adentro, en el lago Nasser. Una vez ubicados en las habitaciones del crucero en el que pasarían dos días, comieron en el restaurante de a bordo para posteriormente regresar a tierra a ver los templos.
Y he aquí el problema: Ramsés, el gran conquistador y guerrero, aparte de gran monarca había sido un gran brujo, y lo que menos imaginaba era que alguien supiera tanto sobre él.
—¿Sabían que el faraón era prácticamente un mago? —Se acercó Kris a Cande, Jose e Irene, que caminaban juntos.
—Sí, también me lo dijo tu abuela. Su historia es sugestiva —corroboró el joven ante los ojos de interés de las madrileñas.
—¡Mi abuela hablando de Egipto, imposible!
—No te rías de mí, ella y Miguel Domínguez se conocen de hace años.
—¿Entonces recuerdas bien la historia de Abu Simbel?
—Si con los cafés que nos hemos tomado tu abuela y yo hablando sobre Egipto no la recordara, tendría que ir a un médico. —Rio el canario.
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