De vuelta a El Cairo hicieron una última parada. Los tenía a todos bastante expectantes: visitarían un centro de aromaterapia para conocer el profundo significado de las esencias y su uso para el equilibrio físico y mental.
Gamal, que así se llamaba el perfumero y dueño del negocio en cuestión, resultó ser, como bien expresan en estos tiempos modernos, un jodido grano en el culo. En la entrada de su negocio, los recibía con una amplia sonrisa y dentadura marfileña y alineada, con un experto ojo de comerciante. Por otro lado, también poseía aquel ojo que todo lo ve, activado al cien por cien.
Los excursionistas subieron a una amplia sala de paredes cubiertas de vitrinas, repletas de botellas de cristal y pebeteros.
Sentado en una fastuosa silla de madera labrada con cojines, Gamal dio una pequeña introducción sobre las esencias, su elaboración y también sobre la importancia de usar la adecuada en cada momento para desbloquear los puntos de energía.
—Tú, señora —se dirigió el perfumero a Soledad con mirada profunda—, ¿qué perfume usas?
—Uso Dune, de Christian Dior. —La abuela canaria se sonrió.
Gamal pareció escudriñarla detenidamente.
—Ese perfume bueno para ti. —Gesticuló con el pulgar hacia arriba—. Tiene flores que señalan que eres una mujer fuerte y frágil a la vez, pero también distinguida. Pero tú tienes chacra superior a punto de abrir y sé de uno mejor que puede gustar mucho más.
Con una señal de la mano, llamó a su ayudante, un joven chaval moreno, y le habló al oído. Rápidamente, el asistente fue a una estantería y asió un pebetero de cristal. Se aproximó a la admirada mujer y lo destapó para que lo oliera.
—Huele este, esencia pura de flor de loto, tú puedes poner para terminar de equilibrar tu chacra. —Soledad lo olió detenidamente—. Tu perfume no malo, pero mejor es Shiseido Zen. —Esta agradeció el consejo prendada del fragante aroma.
Gamal giró la cabeza y, sin pensarlo, enfiló a María, la canaria de Tenerife. Desde el infructuoso altercado ocasionado por mí, ella y su marido mantenían una relación correcta, pero distante.
—Tú, mujer, la tristeza oscurece tu aura. —Sobre la marcha, se giró al lado contrario y enfrentó a Darío—. Ambos comparten aura, no sé por qué están apartados. Una esencia de rosa puede apaciguar alma y reencuentro entre los dos. —La pareja se quedó boquiabierta.
Yo me quedé pasmado. ¡Aquel mago de pacotilla iba a deshacer mis logros con tres estúpidos consejos!
A medida que el perfumero analizaba y sugería el perfume adecuado para cada viajero, mis ánimos decaían. Al acercarse a un extremo del salón, pasó primero por delante de Mariana sin hacerle caso, luego encaró con interés a Irene, sentada junto a Cande, y esta otra junto al canario.
—Tú, señorita. —Irene se asustó por la profundidad de su voz—. Tienes heka.
Cande puso cara de abandono, pues el perfumero se giró hacia el canario. Así pues, rodó su silla hacia atrás.
—Tú, señor, también tienes mismo heka. ¿Es tu mujer? —Jose e Irene rieron.
Yo estaba que me tronchaba de la risa, con los nervios crispados, pensando en saltarle al cuello y golpearle con mi diminuto caparazón a semejante aficionado. La cuestión es que no estaba diciendo ninguna mentira.
—¡No! —respondieron los dos al unísono entre risas de asombro.
Gamal posó los ojos repetidas veces en uno y en otro con una cara misteriosa, especulando. Tomó la mano de ambos, las estiró y las unió. Cande estaba de por medio y enseñaba los dientes de forma cómica, cuando el vidente comenzó a hablar.
—Mismo heka hay en los dos. Heka es magia muy poderosa de antiguo Egipto, juntos si ustedes van, pueden conocer su capacidad.
El perfumero se agachó, se puso a la altura de la pareja y los miró con sus enormes ojos. La joven se estremecía al sentir la cálida mano de Jose en contacto con la suya, pero a su vez se le venían a la mente recuerdos del pasado de su anterior relación.
—Tú, mujer, usa Ángel Schlesser. Necesitas perder miedos; inquietudes con frecuencia anidan en ti y tienes que ser más resolutiva, seguir tu corazón. Tú, hombre, Allure, de Chanel, es tu aroma, fuerte, seguro, necesitas fortalecer tu poder.
Irene se había puesto colorada como un tomate. La piel de la punta de sus dedos en contacto con la del canario vibraba como cuando alguien tiene demasiada electricidad estática. El corazón le bombeaba a mil por hora. ¡Aquello tenía que acabar! Si aquel vidente seguía adelante, pocas esperanzas guardaba de salir exitoso de mi misión. Por ello, con mis limitados recursos, hice que Mariana, una vez más y de forma intempestiva, se interpusiera entre ellos y Gamal.
—¡¿Y yo qué?! —interrumpió—. ¡Pasó por mi lado y no me dijo nada!
El gesto del perfumero se torció y, extrañado, contempló a la airada mujer. Casualmente concentró su mirada en el sitio en que había posado mi pequeño maleficio de voluntad varias veces.
—Tú, señora. —Señaló al estómago—. Tu aura está muy revuelta, tienes tercer chacra completamente cerrado, hay violencia en ti.
—¡Cómo que violencia! —levantó la voz la madrileña—. ¡Ya lo que me faltaba! ¡Al menos dime qué perfume me va! —Se exaltó aún más, con grosería.
Gamal se dio media vuelta y comenzó a retirarse.
Soledad, Pía y varias sevillanas se arrimaron a Mariana para contenerla, pues parecía que le fuese a dar un ataque.
A medida que el perfumero se alejaba, elevaba más la voz. Gamal se giró.
—Señores y señoras, mi ayudante Farid los atenderá gustoso, gracias por venir. —Se perdió tras una puerta.
A la vuelta al hotel, todos llevaban formidables pebeteros metidos en unas pintorescas cajas de cartón, decoradas con jeroglíficos y motivos egipcios. Me hacían recordar las márgenes de mi adorado Nilo antes de ser transformado por la mano del hombre, donde habían vertido los perfumes y esencias artesanales. Mariana fue la única que, molesta por el vacío que le había hecho el maestro perfumero, no compró ninguno.
Esa noche les tocaba preparar las maletas, pues a la mañana siguiente tomarían un vuelo interno destino a Asuán.
Mientras volvían a reorganizar bultos, Cande molestaba a su compañera, que desde la visita al negocio de Gamal había permanecido muy callada.
—Llevas ausente desde que hiciste manitas con Jose — espetó mientras metía dos pantalones en la maleta—. Te gusta, ¿verdad?
—No, no es eso. —Suspiró la madrileña, confusa—. Es muy guapo y simpático y…
—¿Y?
—El motivo de este viaje era conocer la cultura egipcia, no ponerme a pensar ahora en eso. Aún es muy pronto para nada y todo es muy impreciso.
—Tía, ¡tú eres tonta! ¡Si esta para mojar pan! —Se relamió, provocativa.
—¡Cande, por Dios! ¡Estás salida! —Rio cerrando la maleta—. Sí, está muy bien, pero primero… ¿Quién te dice que está por mí? Hasta ahora solo ha sido simpático y además lo de Luis está muy reciente.
—Quizás es mejor que pases de él si no estas preparada; y, respecto a que está por ti, si aún no te has dado cuenta tienes un serio problema psicológico.
La cara de Irene se veló con una sombra de tristeza.
—Piensas demasiado, amiga. Si sigues así, dentro de poco te darán plaza en el monasterio de la Encarnación —adujo, acercándose.
—¡No seas bestia!
—Ese canario seguro que esta loquito por encajarte la mano lascivamente bajo esa blusa mientras te respira en el cuello —teatralizó la amiga pasándole las manos por la cintura desde atrás— para después meterte la lengua hasta el gaznate… ¡Aprisionándote con sus manos para no dejarte escapar!
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