La chica de la cadera
José Martel Rodríguez
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Martel Rodríguez, José: La chica de la cadera
© obra José Martel Rodríguez
© edición 2021 Ediciones Garoé
© vectores ilustraciones: pch.vector & Garoé Designer
© portada composición: Nerea Pérez Expósito | Imagina Designs
© maquetación Ebook: CaryCar Servicios Editoriales
© corrección: Grupo Ediciones Garoé
ISBN: 978-84-124013-6-3
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Desde que surgió la idea de escribir esta novela, durante un viaje a Egipto en 2005, muchas han sido las personas que me han animado a convertir en libro todos los hechos insólitos y aventuras que vivimos aquellos días. Amigos, familiares y compañeros escritores apoyan desde el primer momento esta nueva obra. Mi más sincero agradecimiento a todos ellos, deseo destacar a Pili, ese personaje que me susurró al oído cómo hacerlo.
También quiero darte las gracias a ti, lector, que has tenido a bien invertir tu tiempo en sumergirte en mi obra.
José Martel Rodríguez
Mi nombre es Pili y antes de que cualquier posible lector gesticule, aunque sea un atisbo de sonrisa, déjenme que explique los angustiosos momentos que estoy viviendo. Esto es algo serio, no es fantasía y mi existencia corre peligro. Si están leyendo este manuscrito, espero que encuentren el modo de divulgarlo, para que, así, los causantes de mi desgracia vean trastocados sus deseos.
Mis orígenes se remontan a mucho tiempo atrás. Si tuviera tiempo, especificaría el año, pero seguro que os daría dolor de cabeza.
Ahora es cuando les dejo con la boca abierta al descubriros que soy o era un hombre. Pili significa el segundo nacido. La verdad es que no sé si me lo pusieron por distinguirme de los demás o por fastidiarme en el siglo actual.
¿Sabrían mis padres de alguna misteriosa manera que iba a llegar hasta aquí? ¡Uy!, estoy divagando.
Fui un sacerdote distinguido del antiguo Egipto. En su día, los dioses me otorgaron el hekau (atributo de la magia); y durante mucho tiempo, y gracias a mi heka (el poder de la magia), fui el más grande entre los grandes. Pero caí en desgracia por…, llamémoslo, un pequeño desliz.
Como bien he comentado, era uno de los mejores canalizando mi poder, el cual empleaba de manera magistral, como nunca nadie lo hizo. Ufano de mí, pues fue mi perdición. Había desarrollado mi don de tal manera que podía espiar sin ser visto, alterando a placer la mente de quien me mirara. Lo único que el resto de la humanidad podría ver, si yo quería, sería a un diminuto escarabajo verde azulado con unos bordes espléndidamente nacarados en limpios trazos helicoidales que partían desde el centro de su carapacho; era mi forma preferida. Recuerdo la primera vez que lo conseguí. Estaba al borde del templo de… ¡Uy, divago otra vez!
Lo ocurrido permanece tan nítido en mi mente que aún no sé si compartirlo con nadie más. Por ahora, solo os diré que mi falta fue tan grande que, aún hoy, pensar en ella lacera todo mi ser. Como bien decís en vuestra época, me pillaron infraganti, en el acto más vil y horrible que pueda acometer un sacerdote de mi categoría. Así pues, ese pequeño tramo de la historia lo contaré solo si es preciso y cuando vayamos cogiendo más confianza. En mi defensa, he de decir que la culpa no fue solo mía… ¡Uy, divago una vez más!
Medio explicado este inciso, obviaré las crueles palabras que mi benefactora me profirió como si fueran truenos por mi falta, pues, de pensar en ellas, aun hoy se acongoja mi corazón. Desde ese aciago día comenzó mi calvario.
He permanecido en una especie de limbo entre la oscuridad y el vacío, como castigo, sin poder verme ni los pies; sin heka , sin nada que hacer, solo esperando un perecer que nunca llega, pasando los siglos sin verlos pasar. Hasta un día, hace poco, cuando me lamentaba por millonésima vez de mi ineptitud, insolencia, mala suerte y desgracia, en que la voz de mi señora reverberó en mi cabeza junto a la de su esposo, Osiris, encomendándome una labor.
—¡Pili, escucha bien, insecto! Se te concede la oportunidad de liberarte. Nos preocupa un grupo de personas que viajarán a nuestra tierra. Entre ellos hay ciertos elementos que pueden ser capaces de desentrañar el más grande de los secretos ancestrales y mejor guardados de nuestro origen. Tu heka te será devuelto en parte. Si consigues identificarlos y evitarlo, será el fin de tu estancia aquí —dijeron.
La emoción recorrió todo mi ser y dio vida a mi acongojado y decaído espíritu como si una riada del Nilo anegara los campos secos más próximos a sus orillas. Tan grato anuncio podría ser prefacio de mi liberación, pero, visto lo acontecido, temo mi fracaso. Mejor será que conozcáis la historia desde el principio, así que se fastidian. Al menos que quede huella de mi desgracia.
Ah, una cosa antes de empezar: como se dice últimamente por aquí, cualquier nombre o situación parecida a lo que ahora voy a relataros es mera coincidencia o producto de la imaginación y el desatino.
¡Por Seth, dios de lo incontenible y la fuerza bruta! Cuando la luz bañó mis ojos y los entorné percatándome de mi figura, quise morirme. Una lluvia de conocimientos se descargó en mi pequeña cabeza y se agregó toda la información que me había perdido en el transcurso de los siglos pasados. Fue como quien inserta cincuenta gigabytes de datos en el disco duro de un computador. ¡Hará falta mala leche: era un mísero escarabajo! Mi heka era minúsculo conforme a lo que fue en su día. Debería bastar para completar la insulsa misión encomendada. ¡Ilusos!
Antes de mí lo intentaron con ese despreciable mago, Fabrú Anum, el quinto nacido bajo la luna. Lo resucitaron y, en vez de impedir el viaje, se sacó un pasaje a unas islas llamadas Hawái, donde después lo perdieron de vista. Siempre fue un incompetente que no me llegaba a la suela de la sandalia. No acertaba ni a consolidar el simple antídoto para la mordedura de una sierpe venenosa.
Su evasión ocurrió después de sembrar el caos más absoluto entre el 21 y el 23 de julio de 2005 en Sharm el Sheik. Derramó su heka como un loco sobre varios individuos: el primero hizo explotar un minibús en un viejo mercado; el segundo detonó una mochila en el estacionamiento de un hotel; y el último de ellos destruyó con un coche bomba el hotel Ghazela Gardens, en el barrio de Naama Bay. ¿Qué pretendía semejante bestia? Seguramente, asustar a los viajeros y que cancelaran su viaje. Evidentemente, fue del todo infructuoso.
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