Katherine M. Marino - Feminismo para América Latina

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"¡Si pudiéramos nosotras, las mujeres, sacudir nuestro continente!", le escribió en 1931 la cubana Ofelia Domínguez Navarro a Paulina Luisi, la médica uruguaya que para entonces era una veterana de la lucha feminista en América Latina. Este libro es la historia de esa sacudida: Katherine M. Marino recorre aquí la singular forma de entender los derechos de la mujer que se dio en nuestro continente en la primera mitad del siglo XX. El feminismo panamericano fue un movimiento que se valió de las formas de la diplomacia para lograr el compromiso de los Estados por el sufragio femenino, la igualdad de derechos sociales y laborales, la protección de la infancia. En los agitados tiempos del Frente Popular, de la solidaridad internacional con la República Española, del temor al fascismo, un puñado de activistas supo sumar fuerzas más allá de las fronteras para expresar un pensamiento igualitario de vanguardia que pronto colocó la lucha feminista en un plano más amplio, aunque no menos polémico: la defensa de los derechos humanos. Además de Domínguez Navarro, Luisi y muchas más feministas de México, Argentina y otros países, estas páginas tienen como protagonistas a la bióloga brasileña Bertha Lutz, la abogada panameña Clara González y la periodista chilena Marta Vergara —y, quizás en el rol de antagonista, a la estadounidense Doris Stevens— y como clímax la aportación latinoamericana a los cimientos de la ONU. La sacudida que produjeron esas mujeres audaces y claridosas aún hoy puede sentirse. «Este libro es un recuento brillante y ambicioso de los orígenes del feminismo global. Marino comprueba que en la primera mitad del siglo XX las latinoamericanas estaban a la vanguardia del activismo feminista internacional y reconstruye este movimiento radical, trasnacional e influyente.» Michelle Chase, International Feminist Journal of Politics

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Sin embargo, Bertha Lutz y Carrie Chapman Catt fracasaron en sus intentos de establecer lazos fuertes entre las feministas latinoamericanas. La convicción de Lutz del excepcionalismo de Brasil y Estados Unidos le impidió comunicarse con sus homólogas. En 1923, la feminista mexicana Elena Torres, nombrada vicepresidenta para Norteamérica del nuevo grupo, le escribió a Lutz una larga carta llena de esperanza por la asociación. Torres fue anfitriona de una conferencia panamericana en México que reunió a cientos de participantes, quienes exigían el voto y una organización continental de mujeres. 109Le explicó a Lutz que ella y otras mujeres que habían asistido a Baltimore “somos coscientes [ sic ] de la responsabilidad que hemos contraído para el movimiento feminista de América”. 110Torres urgió a Lutz para que le escribiera con asiduidad. Pero Lutz no respondió ni tampoco contactó a ninguna otra feminista hispanohablante. Torres volvió a escribirle justo un año más tarde. Lutz le contestó de manera escueta, animándola sin mucho entusiasmo. 111Lutz tenía más interés en impulsar el feminismo en Brasil y en fortalecer sus propias afinidades con el ICW y la IWSA en Europa que en cultivar conexiones con feministas hispanohablantes, a quienes consideraba racial y culturalmente inferiores. Como contrapartida, muchas feministas hispanohablantes pronto se sintieron desilusionadas con su liderazgo y el de Catt. Su decepción alcanzó un punto álgido en 1923, cuando, después de haber viajado por América Latina, Catt publicó una serie de opiniones denigrantes sobre el feminismo latinoamericano.

Después de la Conferencia de Baltimore, Catt inició un viaje de varios meses por Latinoamérica, en el que visitó Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Perú y Panamá para conocer la situación de las mujeres y apoyar a la asociación panamericana. La primera parada de Catt fue Brasil, donde junto con Lutz ayudó a lanzar la Federação Brasileira pelo Progresso Feminino [Federación Brasileña por el Progreso Femenino], que habría de convertirse en el grupo por los derechos de la mujer más grande de Brasil y definiría al feminismo brasileño de los siguientes 20 años.

Sin embargo, Catt se sintió desilusionada con casi todos los países que visitó, excepto Uruguay, donde encontró cierto ímpetu sufragista. En un informe privado a la LWV, Catt señaló que Sudamérica tenía las organizaciones de mujeres menos modernas de los seis continentes. Señaló que no había encontrado a nadie con el discernimiento, la energía y la firmeza como para encabezar un movimiento de mujeres, aunque hizo una excepción con Lutz, a la que consideraba ajena a la América hispana. 112Los discursos públicos de Catt en América Latina y las reflexiones que publicó concluían que el movimiento de las mujeres en la región se hallaba 40 años atrasado en relación con Estados Unidos. Atribuía esa lentitud a un clima más cálido y al arraigo de las tradiciones católicas. De manera aún más perniciosa, cuestionaba la aptitud de las mujeres latinoamericanas para la organización política y la lucha por los derechos. 113Los periódicos de habla hispana reprodujeron los comentarios de Catt, que se ganó un profundo desprecio, lo que hizo añicos las esperanzas de muchas latinoamericanas en un feminismo panamericano basado en la igualdad. Cuando Elena Torres renunció a su puesto en una reunión del grupo panamericano en Nueva York, en 1925, explicó que la tremenda condescendencia de la América anglosajona hacia Hispanoamérica había hecho “imposible” para “las mujeres hispanoamericanas” trabajar con las estadounidenses. 114

Por otro lado, Paulina Luisi sentía una profunda preocupación por el liderazgo de Catt y Lutz. A pesar de que muchas feministas en la Conferencia de Baltimore reconocían a Luisi como líder espiritual, ni Lutz ni Catt le habían informado sobre su vicepresidencia honoraria. 115En 1923, Celia Paladino de Vitale le escribió a Lutz para manifestar su alarma y la de Luisi ante este silencio, sobre todo teniendo en cuenta que las uruguayas eran responsables de la creación del grupo. 116

Sin embargo, Luisi ya no confiaba en Catt ni en Lutz para forjar vínculos panamericanos: había encontrado una salida para una rama diferente de feminismo panhispánico. En 1923 fue nombrada vicepresidenta de un nuevo grupo, la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, fundada por la feminista mexicana Elena Arizmendi. Incluso antes de la Conferencia de Baltimore de 1922, Arizmendi había contactado a Catt y la LWV para afiliarse a la nueva organización, pero el resultado de la conferencia y los consiguientes comentarios peyorativos de Catt sobre las mujeres latinoamericanas enfadaron a Arizmendi, que publicó una evaluación crítica de Catt en las páginas del boletín de la liga. 117Luisi y Arizmendi impulsaron a muchas otras feministas de la región a unirse alrededor de un feminismo panhispánico antiimperialista. A pesar de que los posteriores conflictos interpersonales hicieron que Luisi y Arizmendi se distanciaran, y que Luisi abandonara la liga, el grupo fue un importante estímulo para el feminismo panhispánico en Costa Rica, Colombia, Puerto Rico, Ecuador, Perú, Nicaragua y República Dominicana, entre otros países. 118

Luisi se sintió reconfortada cuando vio que el feminismo interamericano que había imaginado como contrapeso al imperio estadounidense empezaba a situarse en el discurso regional oficial. En la quinta Conferencia Internacional de Estados Americanos de 1923, celebrada en Santiago de Chile, un grupo de delegados hombres de Argentina y Chile insistió, en un gesto sin precedentes, en tener en cuenta los derechos de la mujer en los procedimientos oficiales. Hasta entonces, esos derechos de la mujer se habían discutido sólo en encuentros de mujeres. Inspirados por el creciente movimiento feminista panamericano y presionados por algunas de las asistentes a la Conferencia de Baltimore, algunos hombres de Estado asumieron compromisos con la Unión Panamericana para estudiar e informar sobre derechos civiles y políticos de las mujeres en las futuras conferencias panamericanas. La propuesta de Máximo Soto Hall, novelista guatemalteco y delegado por Argentina, puso énfasis en la centralidad de la cuestión de la mujer para el progreso de la civilización. Las conferencias panamericanas oficiales ya incluían discusiones sobre la educación, la paz y el trabajo. Él sostuvo que los derechos de la mujer también deberían incluirse, como un imperativo cultural que ayudaría a traer la democracia a América Latina, sobre todo a la luz de los triunfos del sufragismo en Estados Unidos y Europa. 119El delegado chileno Manuel Rivas Vicuña respaldó la propuesta, calificándola “una obra de justicia social, reclamada por la opinión pública en todos los pueblos”. 120El delegado de Costa Rica, Alejandro Alvarado Quirós, destacó “la importancia y trascendencia” de la propuesta. “La mujer americana no es ni puede ser inferior a la europea”, aseguró. 121Esta propuesta, que también ponía énfasis en la inclusión de las mujeres en las delegaciones gubernamentales de futuras conferencias, fue aprobada por unanimidad. 122

FIGURA 3 Delegadas ante el noveno Congreso de la Alianza Internacional para el - фото 7

FIGURA 3. Delegadas ante el noveno Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino en Roma, 1923. Bertha Lutz marcó con una tilde a Carrie Chapman Catt, ubicada en la fila de atrás, y dibujó una línea vertical sobre sí misma. Paulina Luisi está sentada justo a la derecha de Lutz, luciendo un gran sombrero. Cortesía del Arquivo Nacional, Rio de Janeiro, Brasil.

Las demandas que había formulado Luisi años atrás en el Congreso Americano del Niño de 1916 y en la Conferencia Panamericana de Baltimore de 1922 habían abierto el camino a esta resolución. 123Su espíritu antiimperialista panhispánico también había influido en la resolución. Soto Hall era bien conocido por sus escritos, en los que criticaba abiertamente el imperialismo estadounidense. En la conferencia panamericana de 1923, su resolución fue parte de un proyecto más amplio que algunos diplomáticos latinoamericanos estaban desarrollando para luchar contra la hegemonía de Estados Unidos en América. 124Esta conferencia en Santiago de Chile representó un punto de inflexión en las conferencias panamericanas; a partir de entonces, los delegados latinoamericanos las utilizaban de manera explícita como oportunidades para “avergonzar a Washington”, en palabras de Alan McPherson. 125

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