Las caras, nuestras propias caras, son fronteras: entre la naturaleza y la cultura, nosotros y los demás, lo interior y lo exterior, la herencia genética y la modificación individual, el ser humano y el animal (Leone, 2021). Que estas fronteras se manifiesten como tales o como umbrales, o sea como fronteras difuminadas, depende mucho de la ideología semiótica predominante (Leone, 2019, Apuntes). La fisiognomía criminológica de Cesare Lombroso concebía la frontera entre naturaleza y civilización como impenetrable (Knepper y Ystehede, 2012): la cara con la que se nacía llevaba inscrita en su morfología el destino psicológico y comportamental del individuo; otras búsquedas, al revés, incluso aquellas que conduce el grupo de investigación FACETS en Turín,37 problematizan más y más esta línea de demarcación, incluso en los rasgos que parecen más innatos: ya en el 1939, en el ensayo Nutrition and Physical Degeneration, el ampliamente citado dentista canadiense Weston Price indicaba cómo había casos de mala oclusión dentaria por consecuencia de la difusión de comida preparada a partir de cultivos domesticados (Price, 1939). En otro ámbito de pensamiento sobre el rostro, el de la filosofía moral, se perfila una oposición análoga entre los partidarios de una teoría de la cara como baluarte de la singularidad, como Montaigne (Glidden, 1993), y los defensores de una idea del rostro como lugar clave de una apertura al otro, como Lévinas (1967). Similarmente, en el campo psicológico, se enfrentan desde décadas las teorías que subrayan el origen evolutivo de las expresiones faciales, de Darwin a Paul Ekman hasta la neuropsicología contemporánea (Caruana y Viola, 2018), y los estudios antropológicos de estas expresiones (Gramigna y Leone, 2021), de Margaret Mead hasta la semiótica cultural de la sonrisa (Leone, 2019, Semiotica). Incluso la distinción entre la cara del ser humano y el hocico del animal, fundamental en muchas lenguas y culturas, se difumina en la filosofía posestructuralista, en las reflexiones al respecto de Deleuze y Guattari, de Derrida, de Donna Haraway (Leone, 2020).
Pero las caras son también el lugar somático donde se manifiestan las fronteras, las que existen entre las emociones y sus expresiones, por supuesto, pero también las que demarcan etapas de edad, estados de salud, géneros, clases económicas y sociales, entre distintas pertenencias políticas y religiosas. En muchas sociedades políticamente polarizadas, la decisión de llevar barba o de quitársela manifiesta una frontera política (Desnoes, 1985), o por lo menos la simula: en la Italia de los años setenta, llevar la barba larga y medio desarreglada era signo de pertenencia política a la izquierda, la barba de chivo a la derecha; en el Irán de los años dos mil, la perilla desarreglada era signo de adhesión al régimen del gobierno de Ahmadineyad; la barba muy larga y desarreglada, al fundamentalismo islámico; la barba larga y bien arreglada, a los hípsters; la barba de chivo, a los intelectuales críticos, y la barba afeitada, a los individuos sin pertenencia ideológica o religiosa manifiesta.
En las caras se delinean, además, fronteras entre ricos y pobres. Decir de alguien que tiene “cara de rico” o “cara de pobre” es una expresión bastante brutal, ya que condena el individuo a revelar en la parte más idiosincrática de su cuerpo el entorno socio-económico en el que creció; en efecto, el nivel económico determina el acceso a prácticas de distinción somática de la cara, desde la ortodoncia para menores a la nutrición, de los productos higiénicos a los cosméticos, hasta llegar a las inyecciones de Botox o las operaciones de cirugía estética.
Las fronteras de género también se dibujan prepotentemente en las caras, como producto de una imposición social contundente en las sociedades conservadoras, más difuminada y sutil en las culturas posmodernas, donde abundan las provocaciones que rechazan y reescriben las fronteras tradicionales. En el 2014, Conchita Wurst triunfó en el Festival de la Canción de Eurovisión 2014 con una cara que manifestaba al mismo tiempo rasgos somáticos femeninos, una larga melena negra y una barba perfectamente arreglada.
En las caras se revelan igualmente los estados de salud, a partir del de la piel y del pelo hasta la condición del funcionamiento de los órganos interiores. En agosto del 2020, un grupo de investigadores de cardiología publicó el artículo “Feasibility of Using Deep Learning to Detect Coronary Artery Disease Based on Facial Photo” [“Viabilidad de utilizar el aprendizaje profundo para detectar enfermedades de las arterias coronarias basándose en una foto facial”] (Lin, 2020), indicando la posibilidad de utilizar las selfies, junto al “deep learning”, el aprendizaje profundo, para diagnosticar enfermedades de la arteria coronaria.
Pero incluso las fronteras de edad se manifiestan en la cara. La estimación de la edad suele ser necesaria en las poblaciones de refugiados migrantes, ya que muchas disposiciones legales se relacionan con esta variable. En varios países, un refugiado adulto solo puede traer hijos a su cargo menores de dieciocho años. Si el acompañante es mayor de dieciocho, debe evaluarse por separado para determinar si califica para el estatuto de refugiado o no. Del mismo modo, en países como Italia, una persona menor de dieciocho años que llegue sola a un país no puede ser deportada. La edad de un individuo puede ser estimada a partir de varios signos, algunos de los cuales se concentran en elementos de la cara, como la evaluación del grado de desarrollo dentario y de erupción dentaria o la morfología de la superficie auricular. Sin embargo, hay que subrayar que en este caso también la cara se manifiesta como una frontera entre naturaleza y cultura, ya que muchos estándares de envejecimiento son específicos por sexo y/o población (Netz, 2020).
En fin, las caras se manifiestan como fronteras emocionales, no solamente en términos de transiciones entre expresiones de estados interiores opuestos, sino también como pasajes de una cultura emocional a otra: la sonrisa y el llanto son expresiones universales, pero en cada grupo humano se sonríe y se llora de manera distinta, aunque bajo la influencia más y más determinante de semióticas faciales globales. Eso también afecta las representaciones de estas emociones en simulacros digitales. Los chinos utilizan redes sociales diferentes de las occidentales –por ejemplo, WeChat en vez de Facebook– pero además utilizan emojis con distinciones ligeras pero significativas. Uno de los más utilizados es el comúnmente denominado “facepalm” en inglés o “palmada facial” en español, o sea un emoji que reproduce el gesto propio de poner la palma de la mano en la cara en una muestra de exasperación. El emoji de la palmada facial es utilizado en China como en Occidente, pero con una distinción: el facepalm chino es sonriente, en tanto que el occidental no lo es.38 Esta diferencia constituye una frontera importante entre las dos culturas sociales de las emociones: los emojis occidentales avergonzados son tristes, mientras que los chinos, a pesar de la vergüenza, no pierden completamente la cara, concepto fundamental en la sociedad china (Hu, 1944), desarrollado en la etnometodología de Erving Goffman (1955).
2. Las caras de las fronteras
Las caras son fronteras, las caras expresan fronteras, pero también las fronteras están hechas de caras y de expresiones faciales. El rostro es un elemento central en la definición de lo humano, pero lo es principalmente como resultado de una dialéctica con aquello que, al revés, no tiene rostro, y en particular con los animales –no humanos–, a los que muchas culturas atribuyen no un rostro sino un hocico, un rostro degradado, bestial (Leone, 2021, On Muzzles). A partir de esta dialéctica, se manifiesta también una polarización entre dos procesos: por un lado, la humanización de lo no humano a través de la atribución de un rostro; se humanizan de esta manera los animales de los dibujos animados, los robots humanoides, incluso los objetos de diseño y las configuraciones visuales abstractas gracias al instinto pareidólico de la neurofisiología de la visión. Al artista búlgaro Vanyu Krastev le es suficiente colocar unos ojos saltones sobre manchas irregulares de asfalto para obtener el efecto del “eye bombing”, o sea de la emersión de rostros en el paisaje urbano. Pero como se puede humanizar lo no humano a través de la atribución de un rostro, así se puede deshumanizar lo humano hacia lo animal, o incluso hacia la cosa, a través de la negación del rostro del otro. Ese fenómeno acontece a menudo como consecuencia de la determinación de fronteras geopolíticas con base etnoreligiosa.
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