Roser Amills Bibiloni - Asja

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Berlín, 1955. La directora de teatro letona Asja Lacis, que ha pasado diez años en un campo de trabajo de Kazajistán y vuelve con el alma rota, visita a su viejo amigo Bertolt Brecht. Tras una breve conversación en la que ambos intentan ocultar sus miserias, Bertolt le comunica a Asja que ha muerto el amor de su vida: Walter Benjamin. Un torbellino de emociones empuja a Asja hacia los recuerdos agridulces de su relación con uno de los filósofos europeos más influyentes del siglo XX.
Esta novela recupera la figura de Asja Lacis, una mujer desconocida para el gran público, cuyo potencial se quiso negar y cuyo talento se buscó reducir a mera anécdota, a un epígrafe en la vida de un hombre sabio. Asja nos habla de las contradicciones del amor libre en una época de libertades mermadas, y de cómo una personalidad puede resistir las mayores atrocidades y sucumbir ante un callejón sentimental sin salida.

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ASJA

Roser Amills

ASJA

Amor de dirección única

картинка 1

Primera edición: octubre de 2017

© Roser Amills

Autora representada por Vega & Sevilla Literary and Film Agency

© Editorial Comanegra

Consell de Cent, 159

08015 Barcelona

www.comanegra.com

Primera corrección: Lucía Giordano

Segunda corrección: Nuria Ochoa

Diseño de cubierta: Virgínia Pol

La editorial no ha podido conocer el nombre del autor o propietario de la imagen de cubierta, pero reconoce su titularidad de los derechos de reproducción y su derecho a percibir las compensaciones que correspondan.

Diseño y maquetación: Eduard Vila

Producción del ePub: booqlab

ISBN: 978-84-18857-31-7

Quedan rigurosamente prohibidas y estarán sometidas a las sanciones establecidas por ley: la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento, incluidos los medios reprográficos o informáticos, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público sin la autorización expresa de Editorial Comanegra. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Berlín, 1955 Berlín, 1955

Lo que había en ella que había sido él

Berlín, 1900

Hacia Watt

Intuición filosófica

De la paz a la guerra

¿Héroe o culpable?

La primera encrucijada

La decisión de Dora

Una ilusión y un desengaño

Juntos y separados

Muchas formas de perderse

El camino de la improvisación

La isla de la sirena: Capri (1924-1925)

Equipaje ligero

Encuentro en Capri

Visita de cortesía

Jaque mate

Tu séptimo día

Conversaciones con Reich

Viaje a Nápoles

Perder el norte

Por el camino del descuido

Escala en Barcelona

La gran decepción

Funeral en Berlín

Del imposible encuentro al imposible adiós

Viaje a Moscú (1926-1927)

Asja y el sanatorio Rott

Tránsitos espirituales

Berlín, París, Montecarlo, Córcega…

Asja reaparece

El divorcio

Encefalitis

Una absurda barbaridad

Odesa

Como volutas de humo

La última llamada

Casarse o suicidarse

Caparazón de tortuga

Epílogo: el juego final (Moscú, 1956-1979)

El pasado nos mira

Las respuestas de Asja

Razones para esta novela

Cronología

A mi abuela Catalina, a mi tío Juan, a mis hermanos y a mis padres, por apoyarme desde la distancia. A mis hijos, Marcel y Joan, por hacerlo a pesar de la proximidad. Y a mi abuelo Miquel , in memoriam.

Eso que son derivas para otros, para mí son los datos que marcan el rumbo .

WALTER BENJAMIN

Berlín, 1955

Lo que había en ella que había sido él

Cuanto más se sabe, más se sufre .

(Ecl 1-18)

El amor, lo mismo que el dolor, tiene la cualidad de ser difícil de cuantificar. Paradójicamente, esa dificultad ayuda a dar la medida justa de ambos. Juntos, dolor y amor adquieren una consistencia que se puede tocar —y medir— con una precisión que da escalofríos.

Esto sucede sobre todo cuando te das cuenta de lo mucho que has amado porque sientes una lástima inmensa al tratar de rescatar ese amor de un olvido de exactamente el mismo tamaño, y es justo lo que le ocurrió a Anna Ernestowna Liepina aquella tarde de octubre de 1955. Aturdida tras un viaje largo y pesado de Moscú al Berlín comunista para visitar a su amigo Bertolt Brecht, tuvo aún que dar vueltas durante una hora para encontrar la dirección.

La capital no se parecía en nada a la ciudad que había visitado tiempo atrás, estaba ahora irreconocible: una amalgama de ensueño y catástrofes aquí y allá, de edificios bombardeados a medio reparar; y no habían recolocado aún las placas de las calles. En su lugar, como gritos, grafitis del final de la guerra, de familias que advertían a sus hijos de nuevos domicilios para que aquellos que regresaran del frente con vida supieran dónde encontrarlos.

Eran casi las cinco de la tarde cuando subió la escalerilla de madera y llamó al 125 sin haber parado siquiera a comer. Justo un bloque del barrio de Mitte al fondo de un patio empedrado, tal y como Brecht lo había descrito. Quieta ante el portal, oyó ruido de muebles arrastrados o algo parecido dentro; por encima de ella, a un piso de altura, un pájaro de color acero sacó la cabeza de un nido en un hueco de la fachada y graznó hacia abajo.

Era, sin duda, el ave conveniente para una casa tan próxima al cementerio, pero traía consigo un escalofrío que venía de Siberia, la tierra de la muerte blanca, y ella tragó saliva, repugnada ante la visión. El cuervo le guiñaba un ojo que la conectaba con desagradables recuerdos, pero, por suerte, la puerta del 125 se abrió a tiempo para evitar la arcada.

Helene Weigel, tan tiesa como la recordaba, vestida de color oscuro pero más maquillada. Esta vez sonreía. Le gustó el ramo: flores pequeñas, blancas, modestas. Dio las gracias con una amable caída de ojos. Quizás la segunda esposa de Bertolt ya no sentía celos, aunque era imposible adivinarlo.

—Me alegra verte, pasa… Bert está reunido, para variar.

—No quiero molestar, si no es buen momento…

—¡En absoluto, Asja, por favor!

Asja era el nombre de guerra de Anna. Pocas personas quedaban que conocieran su nombre de pila y la llamaran así. Ya había impuesto el de Asja en la universidad, que luego juntó con el apellido de su primer marido, del que se había divorciado hacía mil años.

—Dame tu abrigo... Oh, cuidado: luchamos contra un ataque de termitas y apenas se puede cruzar este laberinto. Estoy a punto de hacer las maletas y marcharme… Te ruego que disculpes el desorden.

En efecto, la casa de los Brecht era un caos en toda regla: había pilas de libros por todas partes y carpetas llenas de papeles. Las habitaciones tenían los techos muy altos y aquí y allá había daguerrotipos, un rollo desplegado con un poema de Mao, varias mesas de escritorio cubiertas de papeles y sillas de diferentes diseños y colores que daban al conjunto un aspecto sumamente acogedor. ¡Qué suerte para Brecht y su esposa haber podido conservar esa biblioteca! A Asja no le quedaba nada. Libros, apuntes, cartas… fotos, incluso: todo destruido o requisado.

—¿Oyes los insectos? —exclamó Helene, como desde otra habitación.

—Disculpa, ¿qué has dicho, Heli? —titubeó.

—Te hablaba de las termitas.

—¿Dónde?

—Aquí, a nuestro alrededor. Se comen los muebles y los libros. De noche y de día… ¿Las oyes?

Asja aguzó el oído, tratando de situar esa vibración. Solo veía aceites desinfectantes y trapos desperdigados por los estantes vacíos. Su mirada se hacía febril por momentos. ¿Tenían los Brecht dos o tres mil volúmenes?

—¿Estás bien, querida? No tienes buen aspecto.

—Sí, bien, Heli…

—Estás pálida. Siéntate, por favor.

—¡Oh, no te preocupes, Helene! Estoy bien, el desinfectante me habrá mareado y apenas he descansado durante el viaje… ¿Te importa que fume?

Asja llevaba años sin dormir más de tres o cuatro horas, pero no podía pasar ni media sin un cigarrillo.

—Por supuesto que no. Ahí tienes un cenicero de los buenos tiempos.

Le señalaba uno con el cartel de una película que habían rodado años atrás Brecht y ella.

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