Llegamos a California a los setenta y cuatro días y el primero de abril dimos fondo en el puerto de Nuestra Señora de La Paz que es muy seguro y abundante de agua, leña, pescado y sal. Y habiendo reconocido paraje a propósito para fortificación, al día siguiente salté con toda la gente en tierra. Delinee una media luna dando las espaldas a la mar y a los bajeles, formé la trinchera de troncos de palma, con su foso, a los remates puse los pedreros que Vuestra Excelencia fue servido mandar remitir de esa corte, y en el medio un baluarte con un esmeril de bronce.
Bajaron treinta y cinco indios, que fueron los primeros que vinieron, y aunque con el orgullo y gritería con que ellos se animan a pelear. Luego que nos vieron en disposición de hacerles cara se sosegaron, les dimos de comer y alguna ropa y se fueron de allí. Y dos días volvieron setenta y tres con la misma gritería, también se sosegaron viendo la pretensión de nuestra gente. Después bajaban cada dos a tres días a mariscar sin tanto alboroto, y se solían estar lo más del día a vista de nuestro Real, en que se solicitaba todo lo posible para aprender su lengua para darles a entender a lo que íbamos de parte del Rey Nuestro Señor.
En el ínterin que se hacían estas diligencias, viendo que con lo penoso del viaje se nos habían corrompido algunos bastimentos, determiné despachar la Capitana, como navío de más buque, a las costas de Sonora y Río Yaqui, que es de corta travesía, trujese otros bastimentos con letra de tres mil pesos que me prestó el capitán Agustín de Gamboa, vecino de la ciudad de Guadalajara. Asimismo trujese caballos para las entradas de mi obligación, brea, alquitrán y sebo que tenía mandado prevenir para la carena de estos navíos.
Habiendo salido dicha Capitana del puerto de La Paz el día veinte y cinco de dicho mes [abril], el día quince de julio no habíamos sabido de ella, siendo en nuestra gente de sumo desconsuelo tanta dilación.
En este tiempo hice cuatro entradas tierra adentro, por diferentes rumbos y en la que más pude avanzar fue siete leguas en cuatro días de marcha por haber hallado un pozo de agua manantial, y aunque ciento y cincuenta indios, de arco y flecha, nos la quisieron embarazar, facilitó el remedio de nuestra necesidad darles a entender íbamos a pelear contra sus enemigos los coras, que estaban a la parte del poniente, a que los convidamos no nos quisieran seguir, pero logramos reconocer tres leguas más la tierra adentro.
En toda la que descubrimos no se halló rio con agua, ni tierras a propósito para sembrar, aunque rasas cuanto alcanzaba la vista, las cuales producen mezquites muy gruesos, otros árboles que llaman maotos, otros de copal, cardones y pitayas, de que están los campos vestidos.
Demuestra esta nación ser muy guerreros, según las señales de heridas. Son muy celosos según el cuidado que ponen en retirar las mujeres, dan a entender tienen tres y cuatro y las que alcanzamos a ver en el aguaje iban vestidas de pieles de venado y tigre. Y a la boca de dicho puerto de La Paz, descubrimos otro que dicen se llama de San Ignacio, al cual le ofrece gran abrigo una isla de dos leguas de box y encima de ella hay una laguna de sal piedra (excelente) y espumilla que en nombre de Vuestra Excelencia mandé intitular Santo Tomás de la Laguna. Los que después fueron a sacar sal para el gasto de nuestra Armada, la trujeron y descubrieron alrededor de dicha isla cinco comederos de perlas que con no haber buzos sacaban a la bajamar conchas en que hallaban granos menudos pero de buen oriente, de que se discurre que si su Majestad envía buzos y minro de confianza, recuperará para los grandes gastos de esta armada empresa y conversión. Viendo los indios que andábamos reconociendo sus tierras, trataron con todas veras echarnos con la acostumbrada arrogancia, pues esta nación domina en el valor a las demás.
El día diez y siete de mayo nos hurtaron un mulato grumete, o se pasó a vivir con ellos. Se lo pedí muchas veces ofreciéndoles regalos por traerle, hasta que supe por otros indios buenos que llamábamos los serranos, le mataron luego, por cuya razón hice prender uno de sus capitanes, teniéndolo en rehenes por si nos daban nuestro grumete. Lo traigo embarcado con buen tratamiento, por adelantarnos en su idioma. Lo he enviado reconociese la muchedumbre de indios y abundancia de los frutos y iglesias de esta tierra, pues daban a entender les queríamos comer las pitayas y mezcales. Lo llevo embarcado por si lo dicho importa al servicio de ambas Majestades y logro de nuestra conversión.
El día seis de junio nos vinieron a acometer dos capitanes con ciento y cincuenta indios, escogidos en tal disposición que nos iban echando cerco. Salí a el encuentro del capitán que llamábamos Pablo, quiso Dios cesasen en su ímpetu y arrogante resolución. Reprendiles como be mande aquel modo porque los mataría, y aunque se enmendaron en algo, no por eso dejó su atrevimiento de flechar los carneros y procurar cogernos con cautela, para lo cual convocaron indios de otra nación que estos, por ser más afables, nos lo avisaron, y el día que habían de venir que estuviese con cuidado porque era su intento cercarnos y degollarnos, lo cual tenía a nuestra gente tan desanimada como Vuestra Excelencia reconocerá por los instrumentos jurídicos que remito con el debido rendimiento y porque no padeciese algún notable descrédito nuestras armas por unas tan débiles como las de estos guaicuros, o por el poco valor que mostraban los nuestros determiné evitar ejecutasen su traición dándoles una rociada. Antes que nos avanzasen hice doblar las centinelas y el día señalado venían simulados, dejándose ver de dos en dos los capitanes y más principales hasta diez y nueve, quedándose los demás en el monte emboscados, como actualmente lo reconocimos por los que se retiraban de orden de sus capitanes, siendo grande el recato con que nos trataban.
Este día, cuando reconocí estaban juntos los de mayor suposición, mandé disparar un pedrero y algunos arcabuces, de que cayeron diez. Y desde el navío miraban los que iban heridos cayendo y levantando y los muchos que iban huyendo de la emboscada por el ruido de la carga, y al mismo tiempo dispararon algunas flechas que metieron dentro de nuestra trinchera.
Acabado de suceder esto, todo era desear llegase la Capitana con bastimento y caballos, por la facilidad de entrar tierra adentro. Y por esta esperanza mantuve nuestra gente catorce días con alguna falta de bastimento y mayor desconsuelo en los nuestros, ya por la convocación que prometían en los enemigos, como dar por perdidas la Capitana y Balandra. No obstante no me quise resolver a dejar aquel puesto hasta que pase a sondear el bastimento de la Almiranta y viendo que era tan poco como Vuestra Excelencia, siendo servido, mandará reconocer por la información de doce testigos de mayor excepción, determinó nos embarcásemos en busca de la Capitana. Di orden al piloto Mateo Andrés nos mantuviese en la mar cuanto el tiempo y bastimento permitiese. Así lo hizo pues habiendo salido del puerto [de La Paz] el día quince de julio, no llegamos a este hasta los veinte y uno, siendo nuestra navegación de veinte y cuatro horas, con el viento que hacía.
Luego que di fondo en él, despaché cartas por estas provincias me noticiasen de dicha Capitana, y habiéndome avisado estaba surta en el Puerto de Yaqui, donde arribó tres veces por lo importuno y riguroso de los tiempos y vientos sures y suestes, que no le permitieron llegar con el socorro de bastimentos y ciento y cuarenta cabezas de ganado mayor y menor en que iban diez y nueve caballos. Todo lo perdió y viendo el capitán piloto don Blas de Guzmán cuanto importaría llegar con dicho socorro, procuró su actividad y celo mantenerse contra vientos y mares, hasta que los marineros le protestaron sus vidas y la pérdida de la Capitana. Llegó a este puerto (La Paz) el día veinte y cinco de agosto, cuando ya nos hallábamos lejos de donde solo tratábamos de la conversión de las almas.
Читать дальше