Pero aquel compromiso inicial, centrado en la citada traducción y que llegó a recibir incluso el correspondiente permiso real para su realización, en cuyo equipo de trabajo ya figuraban D’Alembert y Diderot, fue demostrándose inadecuado, conforme las ambiciones y las miras del proyecto se fueron ampliando y apuntando hacia nuevas metas, cada vez más extensas y ambiciosas.
Por ello se impuso abiertamente una idea sustitutoria: abordarían la elaboración de una Encyclopédie y dejarían aparcada definitivamente la traducción/adecuación de la obra de E. Chambers. Fue así cómo ya en el año 1747 Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert figuran explícitamente como codirectores de aquella ambiciosa empresa cultural, que iba a marcar básicamente la actividad intelectual y política del contexto francés, en aquella histórica coyuntura, e influir con una intensidad sin precedentes en el panorama histórico europeo y también americano.
El Prospectus, con sus ocho mil ejemplares editados como folletos de propaganda, sale a la calle concretamente en noviembre de 1750, anunciando la ingente obra colectiva que pretendía sumar y recoger los saberes y conocimientos humanos de la época, enlazando de este modo con otros esfuerzos existentes en esa misma línea, que entre los siglos XVII y XVIII habían avanzado ya distintas aportaciones, bajo las fórmulas comunes de «diccionarios», «memorias» o «historias» (de autores como Pierre Bayle, L. Moreri, Jacob Brucker, Thomas Corneille o el ya citado Ephraim Chambers), aunque nunca tuvieron cualesquiera de ellas el alcance y la resonancia que lograría la empresa colectiva que ahora se planificaba; sin embargo, a esos mismos trabajos precedentes los propios «enciclopedistas», una vez puestos manos a la obra, no dudaron, llegado el caso, en acudir y en utilizarlos como fuentes inmediatas de referencia e información, como era costumbre, y activar así una especie de comunidad de saberes y de repertorio compartido de conocimientos disponibles.
El proyecto ilustrado de la Encyclopédie fue realmente complejo y prolijo, viéndose frenado intermitentemente por múltiples incidentes sociopolíticos e ideológicos. Envuelta a menudo de clandestinidades, entusiasmos, conspiraciones y polémicas, varias veces estuvo a punto la empresa definitivamente de naufragar y por muy distintos motivos, como pudieron ser el Arrêt del Consejo Real formulado en 1752, la Guerra de los Siete Años (1756), el atentado contra Luis XV (1757), la ruptura interna del frente de los enciclopedistas por el cruzado affaire D’Alembert/Rousseau y Rousseau/Diderot (1757), el Arrêt del Parlamento de París prohibiendo la obra, la condena del Papa Clemente XIII, e incluso la dimisión del mismo D’Alembert (1759). Toda una cadena, pues, de vicisitudes inseparables históricamente de la propia aventura, de sus ambiciones y sus riesgos.
Sin embargo, les philosophes, contra viento y marea, acabaron coronando felizmente, paso a paso, su programa de edición, que fue reiteradamente creciendo en sus planteamientos y objetivos –y también en suscriptores– a través de los años siguientes, y llegó a reunir, en su balance, 75.000 artículos y a usar más de 2.500 planchas en la estampación de sus volúmenes.
De esta manera, de las prudentes previsiones iniciales que sólo contemplaban la edición de dos volúmenes de textos y otro de láminas, se pasaría paulatinamente, constatado el éxito y el grado de recepción tenido, a un crecimiento insospechado e inimaginable en un principio, aunque, eso sí, los directores y el editor siempre tuvieron muy claro un principio fundamental: que textos e imágenes debían constituir un diálogo fundamental en la realización de toda la obra. Y así es como se alternaron operativamente los volúmenes de texto y los volúmenes de planchas/láminas.
En realidad, los ilustrados y los ilustradores tuvieron mucho que intercambiar en sus tareas pedagógicas y comunicativas. Y el resultado fue, sin duda alguna, espléndido, aunque lógicamente también desigual, sometido siempre a los avatares, tensiones y polémicas de la propia historia, tal como hemos apuntado.
Por nuestra parte, propedéuticamente, desde el principio de nuestras informaciones, quizás convenga diferenciar, para evitar posibles equívocos, entre los 28 volúmenes, estrictamente hablando, que constituyen la Encyclopédie –17 tomos de texto y 11 de láminas– y los 7 volúmenes que integran los Suppléments –en este caso, 4 de texto, un volumen de láminas y 2 tomos de útiles tablas alfabéticas–. Todo un monumento globalizador. Así pues, el total de la aventura intelectual y editorial entre la Encyclopédie y los Suppléments está constituido históricamente por 35 volúmenes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que se trata claramente de obras distintas, aunque relacionadas por los lazos de su propia historia.
Además, por una parte, los volúmenes de la Encyclopédie fueron publicados por el editor Le Breton entre los años 1751 y 1772, siendo codirigida esta tarea colectiva primero por el tándem formado por Diderot y D’Alembert, concretamente hasta el volumen séptimo (1759), y luego, ya en solitario –tras la dimisión irrevocable de D’Alembert, una vez producido su duro enfrentamiento con Rousseau–, actuó como cabeza responsable del proyecto el propio Denis Diderot, hasta quedar cumplimentada la totalidad de los 28 volúmenes (1772).
Por otra parte, el editor Charles-Joseph Panckoucke, aprovechando el fuerte tirón y el éxito de la obra, decidió publicar, por su cuenta, los Suppléments à l’Encyclopédie, aparecidos entre 1776 y 1777, con un total de 7 volúmenes más, entre textos, láminas e índices generales, como ya se ha indicado anteriormente. Conviene dejar sentado informativamente que, como es lógico, esta parte del proyecto fue totalmente ajena a Diderot, al editor Le Breton e incluso a la mayoría de los colaboradores anteriores de la obra, aunque bien es cierto que algunos polígrafos como el activo Jean François Marmontel se entregaron con asiduidad también a la nueva iniciativa de Panckoucke, funcionando como enlaces de redacción entre ambas etapas.
El hecho de que, no por casualidad, el formato y la línea editora de la presentación de los Suppléments coincidieran de pleno, formal y materialmente, así como compositiva y gráficamente, con la planificación original de la Encyclopédie, hizo que luego fácilmente se asimilara la obra como una totalidad en su conjunto. Incluso en algunas reediciones llevadas a cabo unitariamente, con posteridad, aparecerá ya, de manera planificada, la obra en sí, como si hubiera sido un proyecto global. De ahí la diversidad de opiniones que los especialistas e investigadores mantienen a veces sobre este tema a la hora de valorar su historia y su trascendencia, así como los criterios analíticos de sus respectivas aportaciones.
La Encyclopédie y los Suppléments son indiscutiblemente, por la propia estructura y objetivos del proyecto ilustrado que los sustentó, dos inmensos repertorios de materiales y fuentes fundamentales para comprender la historia intelectual y los saberes de la época. De ahí el interés que para tantas áreas de conocimiento suponen sus aportaciones, siendo, por cierto, tentador tener acceso a dichos materiales para entender la impronta y los efectos que tal empresa supuso para el pensamiento del siglo XVIII y su dilatado contexto europeo y americano. Y sin duda una de las áreas interdisciplinares que con amplitud ocuparon a estos pensadores es precisamente el campo configurado por las ideas estéticas, que cruza y emerge intermitentemente del conjunto de la obra, convertida, de hecho, en auténtico depósito de la historia de las ideas.
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