Josep Lluís Canet Vallés - Comedia de Calisto y Melibea
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[89]Luis Vives, «Adversus pseudodialecticos» (1519), en Obras completas, tomo II, trad. Lorenzo Riber, Madrid, M. Aguilar, 1948, reimpresión de 1992 por la Generalitat Valenciana, pp. 313-314.
[90]Juan Belda Plans, La Escuela de Salamanca, ed. cit., pp. 13-4.
[91]José Luis Canet, «La Universidad en la época de Melchor Cano», en Melchor Cano y Luisa Sigea, dos figuras del Renacimiento español, Cuenca, Ayuntamiento de Tarancón 2008, pp. 31-32.
[92]Joaquín Ortega Martín, Un reformador pretridentino: Don Pascual de Ampudia, obispo de Burgos (1496-1512), Publicaciones del Instituto Español de Historia Eclesiástica, Monografías, núm 20, Roma, Iglesia Nacional Española, 1973, p. 85.
[93]«Maestro de Juan Mayor en París fue el español Jerónimo Pardo. Su obra lógica titulada Medulla dyalectices, en la que se resumen de una manera sistemática las doctrinas de los autores nominalistas precedentes, fue editada en 1505 por otro español discípulo suyo, el maestro Jaime Ortiz. Discípulo predilecto de Juan Mayor fue el segoviano Antonio Coronel, quien llegó a ser rector del colegio de Montaigu… Hermano de Antonio fue Luis Coronel, profesor en el mismo colegio. Otro discípulo eminente de Juan Mayor fue el matemático y filósofo aragonés Gaspar Lax (1487-1560). Al mismo grupo de discípulos inmediatos o mediatos de Juan Mayor pertenece el vallisoletano Fernando de Enzinas… el andaluz Agustín Pérez de Oliva… Juan de Celaya, profesor en el colegio de Santa Bárbara y rector más tarde de la Universidad de Valencia, su tierra natal, quien compuso un cierto número de comentarios a los escritos de Aristóteles, de Porfirio y de Pedro Hispano, amén de otras obras lógicas, entre ellas unos Magna exponibilia que fueron muy celebrados en su tiempo». Véase Tomás y Joaquín Carreras y Artau, Historia de la Filosofía Española. Filosofía cristiana de los siglos XIII al XV, vol. I, Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1939, pp. 134-35.
[94]Joaquín Carreras y Artau, Historia de la Filosofía Española, ed. cit., p. 353.
[95]Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1978 (3ª ed.), vol. I, pp. 555-56.
[96]Marcelino Menéndez y Pelayo, op. cit., p. 556.
[97]Gabriel González, Dialéctica escolástica y lógica humanística, Salamanca, Ediciones Universidad Salamanca, 1987, p. 113.
[98]Op. cit., p. 397.
[99]Gabriel González, Dialéctica escolástica y lógica humanística, ed. cit., p. 88.
[100]Véase Hernando Alonso de Herrera, La disputa contra Aristóteles y sus seguidores, ed. de Mª Asunción Sánchez Manzano y estudio preliminar de Mª Isabel Lafuente Guantes, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura - Universidad de León, 2004, p. 47.
[101]Lógica, III, 1.
Una probable lectura de la primitiva Comedia por los universitarios contemporáneos
Lo primero que sorprendería e incluso haría esbozar una amplia sonrisa a los lectores es el propio título: Comedia de Calisto y Melibea. Los profesores y estudiantes conocían las comedias humanísticas y las comedias romanas, que analizaban en las clases de retórica como forma de aprendizaje del latín y del sermo humilis, pero también como parte de la materia de filosofía moral. Todos conocían las fórmulas compositivas, y una de ellas se refiere a los personajes, que no podían ser de alta condición, reservados a la tragedia; también forma parte de su acerbo cultural la figura retórica de los nombres significantes, puesto que en la comedia latina se solían dar a los personajes nombres que aludían a un rasgo de su carácter (vid. supra p. 33). Con Isidoro de Sevilla y su Etimología, se puso al día la interpretatio nominis que se aplicó a los nombres propios, sobre todo a los de los santos. Aspectos que siguieron en mayor o menos medida las retóricas medievales. Paolo Cherchi ha perfectamente detectado dicha impresión en el lector de la época al leer el título de la obra:
El lector de una lista como ésta [la de los personajes] se prepara a leer una pieza de ambiente clásico, pues la onomástica se lo impone... Le sorprende también leer que Calisto es un «mancebo» puesto que en el mundo clásico es el nombre de una ninfa; y más crece su sorpresa cuando ve que Melibea es una «hija», es decir una mujer, puesto que nuestro hipotético lector asocia tal nombre con el del pastor que dialoga con Títiro en las Bucólicas de Virgilio. Y nada más empezar a leer la obra se tropieza con un concepto que no pertenece al mundo pagano sino al mundo judeo-cristiano: «En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios», porque se refiere a un Dios único, y no parece que sea un hecho retórico: de hecho, Calisto enseguida habla de «los gloriosos sanctos, que se deleitan en la visión divina», que es noción cristiana. [102]
Por tanto, desde el inicio de la Comedia de Calisto y Melibea, vista esta bajo la perspectiva de un estudiante de Artes o de las licenciaturas de Teología y Derecho, el posible lector pensaría que estaba ante una extraña parodia burlesca que invertía todos los preceptos clásicos de la retórica tradicional, pues se estaban utilizando personajes que no tenían nada que ver con la tradición cómica (una ninfa travestida en hombre y un pastor bucólico en una joven doncella), todo ello bajo la rúbrica de comedia, que debería tratar de cosas bajas y civiles. Podría pensar perfectamente en alguna repetición escolar de éxito entre estudiantes, que se solazaban componiendo obritas burlescas a imitación de las repeticiones académicas en los actos de graduación o una parodia del género cómico. [103]
Pero sigamos con la lectura de la obra. Lo primero con que se encuentra el probable lector de la Comedia es con la frase de Calisto: «En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios». Se parte aquí de una premisa de la Sabiduría, 13, 5: «Pues en la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original». Pero, tendría más en mente al leer el razonamiento posterior de Calisto el alegato de san Pablo a los romanos: «En efecto, lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante sus obras (criaturas). De manera que son inexcusables por cuanto, conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, viniendo a oscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron necios, y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible... Por eso los entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, con que deshonran sus propios cuerpos, pues trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Criador» (Romanos 1, 19-25). Una frase que por otra parte recuerda la cuarta vía de santo Tomás para la demostración a posteriori de la existencia de Dios a partir de los efectos que produce la causa (Dios), lo cual implica evidenciar su realidad a partir de las criaturas creadas por Él (Suma Teológica, 44, 1-3). Esta premisa inicial no le sirve a Calisto para un mejor conocimiento de la divinidad, sino justamente lo contrario, al preferir la criatura al Creador y sentirse más bienaventurado que los ángeles en la contemplación de dicha belleza. Una hipérbole sacro-profana que se repetirá a lo largo del Primer auto (también en los actos posteriores, pero mucho más matizadas). [104]Es decir, las argumentaciones que han servido a la escolástica para demostrar la existencia y esencia divina, dan pie para una mejor alabanza y adoración de la criatura, transformándose en un «necio» en vez de sabio, al decir de san Pablo.
Una vez Calisto decide adorar a la criatura, cambiará el objeto de las proposiciones del primer y segundo mandamiento de la ley divina: «Amarás a Dios por sobre todas las cosas» y «No tomarás el nombre de Dios en vano» o «Non jurarás el su santo nombre en vano» (al decir del Arcipreste de Talavera cuando afirma en «cómo los que aman contravienen todos los mandamientos»). Me detendré un momento en el siguiente enunciado que pronuncia un poco después: «¿Yo?Melibeo só, y a Melibea adoro y en Melibea creo, y a Melibea amo». Lo primero que resalta es el tono catecumenal, como si se tratara de un formulario de fe del catecismo cristiano. Resulta evidente que los tres verbos se refieren, más o menos, a las tres potencias del alma (voluntad, entendimiento y memoria). Resalta la inversión que hace Calisto al declararse creyente de la religión de Melibea, que no es otra que la del amor, o más prosaicamente, la del deseo carnal. Calisto en esta frase no expresa directamente la abjuración de Dios, no hace apostasía, pero implícitamente niega a Dios, pues responde que es fiel de otra religión, por tanto, o es un infiel, o más bien un idólatra que expresa su desviación herética mediante el menosprecio a la divinidad por comparación. Pero una vez creada su idolatría por Melibea, reprende, como haría cualquier cristiano, a los que blasfeman de su ídolo, su señora y dios, cuando le reprocha a Sempornio: «¿Muger?¡O grosero! Dios, Dios».
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