Autores Varios - La lengua en corazón tengo bañada
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La escena trivial de una crónica internacional de sucesos había adquirido, por la magia del joven poeta y por su perseguido hermetismo, condición de poesía, y en este caso de poesía de tragedia y de muerte, pero también de amor-sensualidad y de vidasensualidad, muy en consonancia con los signos permanentes de la obra hernandiana. No podemos olvidar, por otra parte, la presencia de la serpiente, con su simbología de metáfora plurisignificativa de engaño, sexo masculino, carácter sinuoso. La serpiente misma que estará presente también en el soneto de El rayo que no cesa, que comentamos a continuación.
La condición que le ha atribuido la crítica de genial obra maestra a El rayo que no cesa parece justificada por su indudable perfección. Veintisiete sonetos, distribuidos en dos series de trece más uno final, acoplados entre tres poemas distintos, demuestran hasta qué punto el poeta era consciente de que su libro debía revestir unas claras condiciones de ordenación. La única verdad de El rayo que no cesa es la manifestación del amor del poeta, amor apasionado y encendido en los límites de la propia realidad, como destino trágico del hombre y como simbólica concreción de la dureza de su existencia. La presencia, en el primer poema, del cuchillo, cortante, heridor, pero también objeto deseado por su condición de simbólica vía de acceso al mundo del amor, nos integra en una concepción mítica de la pasión amorosa que inmediatamente, también en el mismo poema inicial, culminará en el símbolo del rayo, incesante, encendido, perenne, eterno, como lo es el amor del poeta y su destino.
La violencia sugerida, en un plano de alto simbolismo, por los objetos alegóricos antes señalados, nos sitúa en el clima apasionado y metafísico adecuado para comprender el alcance de este «rayo que no cesa», de este impecable libro hernandiano. El destino es tema central en el libro. Destino inseparable como el rayo, destino del poeta que se ve fatalmente conducido al mundo del amor tintado con el tizne de los negros presagios, revelador de la recurrencia insistente al color negro, que culminará en la imagen del toro. El poeta se ve arrastrado, «umbrío por la pena», hacia el gran presagio de la muerte que preside con tanta fuerza El rayo como gran parte de toda la poesía hernandiana, en especial a partir de este libro.
Ni siquiera la anécdota momentánea del limón tirado con gracia, símbolo también del ardiente deseo de la posesión sexual, nunca conseguida, puede ocultar lo que en definitiva es una «picuda y deslumbrante pena». Como el mar que insiste en deslizarse por la arena, una y otra vez, el poeta se ve prendido a esa pena fatal, a ese destino que insiste en presagiar. O como en el «Soneto final», que será el colofón de la gran prueba: el poeta se ve fatalmente arrojado a la acción corrosiva de la muerte a causa de su incesante pasión amorosa, rayo encendido que hiere a Miguel Hernández y se trasforma plenamente en la gran y dolorida pasión de su amor. Atrás quedan las imágenes rebuscadas y los juegos conceptuales, atrás la laboriosa actividad de Miguel consagrándose como uno de los mejores y más ricos y vitales sonetistas del siglo XX: sólo la palabra poética de este rayo mantiene encendida la llama eterna de una poesía que se concibió con pasión, pero también con sabiduría e inteligencia naturales.
En tal contexto, adquiere un especial significado, como representación del amor trágico que este libro protagoniza, el soneto que figura en cuarto lugar:
Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.
Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.
Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,
se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.
Para entender la estructura metafórica de este poema hay que volver a una imagen frecuente en Miguel Hernández, y que hemos visto en toda su plenitud en la octava de Perito en lunas, antes comentada, «Negros ahorcados por violación». La serpiente es símbolo del órgano sexual masculino, utilizada de forma reiterada, igual que la culebra, en los poemas de Miguel Hernández de los primeros años treinta. Incluso, la culebra, en su condición simbólica, presenta como la culebra real su camisa. En este soneto, el símbolo de la serpiente estará sugerido por la camisa que figura en el verso 12 y que será la alusión al órgano sexual masculino, tal como advirtió Marcela López en su Vocabulario de la obra poética de Miguel Hernández, [17]donde define, en segunda acepción, camisa, como ‘piel del prepucio’, siendo la primera acepción, según el DRAE: «Epidermis de los ofidios, de que el animal se desprende periódicamente después de haberse formado un nuevo tejido que la sustituya». Miguel Hernández utiliza en sentido sexual «culebra» y «camisa» en su poema anterior, «Adolescente»: «Oye / mudarse / de camisa / la culebra, / fundada / en un silbido. // Crece / hasta / almidonarse también / bajo los negros / higos». Ya sabemos lo que significa higos, por lo que quedan claras las alusiones.
La otra metáfora fundamental en este poema es el limón, uno de los frutos preferidos de Miguel Hernández y presente en su obra constantemente. El limón es un fruto amarillo, de piel rugosa y ácido, frío para el poeta, y amargo. En un poema anterior cantó Miguel Hernández: «Oh limón amarillo, / patria de mi calentura». Naturalmente, el limón, tal como lo representa en la octava XI de Perito en lunas, es metáfora formal de los pechos femeninos, tal como en el mismo soneto se dirá un poco más adelante: «Una punta de un seno duro y largo». Y más al final, convertido ya en picuda pena: «poroso y áureo pecho». Y su presencia en este soneto alude con evidencias más que sobradas al deseo de poseer a la amada, deseo radicalmente reprimido por ésta. Por eso el limón tirado con gracia es un limón amargo.
Veamos otra palabra fundamental en este poema y habitual en Miguel Hernández: calentura. Para Marcela López es, lisa y llanamente, ‘fiebre’. Pero no queda muy claro que Miguel esté enfermo en este poema. Hay que ir algo más allá y advertir lo que significa en el lenguaje popular de la Vega del Segura, en su acepción más popular, la palabra calentura: indudablemente excitación sexual. Así también en el poema antes aludido, titulado «Limón»: «Oh limón amarillo / patria de mi calentura». En «Hermosacon crecientes» se dice: «No tengas ningún creciente / de hermosura en tu hermosura, / ¡ay!, sé hermosa simplemente, / patria de mi calentura». Está claro que no se refiere a la fiebre causada por ninguna enfermedad.
Y finalmente vayamos a otra expresión muy importante en el poema: «se me durmió la sangre en la camisa». Según el DRAE, en una de las acepciones, «dormirse» es «adormecerse un miembro», entumecerse. Decimos: «se me ha dormido una pierna», «se me ha dormido un brazo». Al poeta se le durmió la sangre en la camisa: es decir, se quedó frío, helado ante el corte represor que la amada le ha propiciado, lanzándole este limón tan amargo.
Reparemos, por último, en el significado de la metáfora sangre, que los estudiosos han rastreado a lo largo de la poesía hernandiana y que siempre significa lo mismo, más que, como señala Komla Aggor (para él a Hernández «se le enfría la sangre por el contacto físico con su amada»), [18]en realidad lo que refleja es la fuerza de la pasión sexual, que en este caso queda enfriada por el desdén de la amada. Pero no hemos de dudar de que lo significado por sangre es la propia potencia sexual, sobre todo si advertimos que en este soneto, en su primera mención, en los cuartetos, la sangre pasa de un letargo dulce a una ansiosa calentura, y en la segunda parte, ya en los tercetos conclusivos, se duerme la sangre en la camisa, y recordemos lo que significa camisa. Ocurre exactamente igual que en el soneto de Garcilaso de la Vega, el XVIII:
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