Por último, en este posible cambio de perspectiva historiográfica de las tesis de las independencias, tenemos que considerar la coyuntura actual, diferente a la de las otras décadas, tanto a niveles nacionales como internacionales. No estamos en una coyuntura de Guerra Fría, ni de bloques, quizá todo lo contrario, el peso de Estados Unidos es indiscutible. No estamos tampoco en un proceso de descolonización, las teorías mayoritarias sobre el subdesarrollo o la dependencia han dado paso a preocupaciones sobre la sostenibilidad, la crisis mundial, la contaminación del planeta, la globalidad, la biodiversidad o el cambio climático, no sé si en una claudicación sobre las primeras. El «miedo» a una revolución socialista, el miedo al peligro rojo o amarillo, a la URSS o a China o Japón, ha dejado paso a otros «miedos», como los del islamismo fundamentalista. Cuba, si bien sigue cercada, no ofrece más problemas que su incomodidad o la justificación de determinas actitudes. El desmoronamiento de teorías alternativas al liberalismo y sus funcionalismos ha provocado el surgimiento de otras «modas» historiográficas, pero no de propuestas novedosas que tener en cuenta más allá del éxito temporal de la novedad, que, en ocasiones, no son más que impostaciones de escritos anglosajones de los sesenta y setenta.
El laberinto del estudio de las independencias es tan complejo que algunas de estas propuestas de autores tan diferentes pueden ser válidas para componer un puzzle interesante. Nos referimos a las tesis que, sin ser antagónicas, se pueden complementar. También se puede observar que se rescatan planteamientos antes rechazados apriorísticamente. Pasado un tiempo, lo que en décadas anteriores era señalado como peyorativo ahora se incorpora, complejizando el proceso de las independencias.
EL LABERINTO DE LAS INDEPENDENCIAS. ALGUNAS CONSIDERACIONES
La primera cuestión es que interpretamos las independencias como un proceso histórico revolucionario liberal-burgués. Nos explicamos. Creemos que la categorización del concepto de proceso puede ser adecuada para analizar e investigar las independencias porque posibilita estudiar el período de una forma dinámica, cambiante, con avances y retrocesos, y fundamentalmente alejada del estatismo y de visiones finalistas y presentistas. De esta forma, con esta perspectiva de proceso histórico, podemos alejarnos de dos problemas que han evidenciado algunos estudios. Por una parte, una visión ahistórica, es decir, interpretada desde el presente, lo cual ha llevado a conclusiones como plantear la inevitabilidad de las independencias. Por otra, analizadas como un proceso, la dialéctica centro-periferia se puede rastrear también en sus formas cambiantes, coyunturales, sin que por ello tenga que desaparecer la unidad de la evolución del fenómeno que se trata.
La cuestión sobre si o bien fue un proceso revolucionario o bien primaron las continuidades está en debate. Y este libro es una buena prueba de ello. Sin embargo, planteamos su cariz revolucionario en cuanto a antagonista del Antiguo Régimen metropolitano. Tras 1830, la monarquía absoluta desaparecerá como estado en América. Y a ello nos referimos con lo de revolucionario. Sabemos que también hubo bastantes continuidades, pero subsistieron como pervivencias coloniales en un mundo que ya no era tal y que se adentraba, si bien lentamente, en otros caminos estatales como la república, el parlamentarismo y el constitucionalismo. Lo cual no quiere decir que la revolución supusiera el ascenso al poder de las capas populares o un estado del bienestar para éstas. Eso también lo sabemos.
Y en tercer lugar, está, ligado con lo anterior, el carácter de la revolución. Para nosotros los elementos liberales-burgueses primaron en las independencias. Y ello no sólo por el vocabulario, los discursos y las propuestas empleados, sino por la propuesta de las independencias de crear un estado-nación con las señas de identidad políticas del liberalismo. Ahora bien, desde una perspectiva singular, sin establecer modelos apriorísticos o copiar casos anteriores norteamericanos o europeos. El surgimiento de los estados nacionales americanos en los años treinta fue fruto de las propias circunstancias del momento, tanto internas como externas, de cada territorio. Condicionadas, evidentemente, por su pasado colonial.
Pero ocupémonos de estudiar las independencias como un proceso histórico. Y para ello es necesario establecer fases, es decir, una periodización. Fases o periodización que debemos plantear en determinados cortes de años, que en modo alguno son estáticos ni para todas las regiones iguales, pero que pueden significar un guión para historiar una estructura general que a nivel interno es dinámica hasta su final. También puede servir para advertir ciertos cambios de coyuntura, de actitudes, de propuestas o de reacciones. Y ello evidentemente desde presupuestos generales y sintéticos.
Éstas serían las fases o períodos:
1.ª 1808-1810. La independencia por el rey.
2.ª 1810-1815/16. Las luchas por la soberanía/as.
3.ª 1815/16-1820. La independencia contra el rey.
4.ª 1820-1830. La institucionalización de las independencias.
La primera fase, que va desde 1808 a 1810, contempla la explosión coyuntural de la Monarquía española a partir de las abdicaciones de Bayona. Esta primera fase significa el inicio de la «chispa» que provocó el estallido de la crisis estructural del Antiguo Régimen de la monarquía. Especialmente en dos direcciones: la lucha de imperios que se venía dilucidando desde la Guerra de los Siete Años y sus consecuencias tras su final en 1763 y la crisis estructural propia de la Monarquía española, cada vez más agudizada desde el último tercio del siglo XVIII. Y por la Monarquía española contemplamos la de «los dos hemisferios».
Fase en donde la «vacatio regis» va a provocar una lucha por el «rex» que fue interpretada de múltiples formas y maneras por cada uno de los sujetos en el poder: autoridades españolas, fracciones de criollos, clases populares indígenas, ciudades principales, ciudades subordinadas, regiones principales y subordinadas, etc.
Y en esa coyuntura, tendremos que seguir muy atentos las noticias, cambiantes, contradictorias, escalonadas, desescalonadas, que procedían de la península y de Europa, la marcha, triunfante o no, de la guerra en España, el «miedo» general, particular, a que Napoleón fuera el rey, a la pérdida de la guerra en la península, miedo de los nuevos aliados ingleses a perder el poder privilegiado y absoluto de autoridades peninsulares en América, temor de los criollos a que el vacío de poder generara inseguridades no sólo políticas, sino sociales y raciales, a perder los beneficios económicos de la explotación y el comercio coloniales, a poder obtener otros beneficios por ese motivo, a comprender que dentro del caos es necesario un orden, a abrirse una coyuntura de movilidad social, a valorar en su justa importancia las medidas propuestas por los intereses criollos de las diferentes y desiguales regiones –a menudo contrapuestas y antagónicas en sus intereses económicos entre la capital y el centro–, o, por finalizar, a reconsiderar los tres presupuestos esenciales mediante los que se movía el estado: legitimidad, representación y soberanía.
En definitiva, salvo casos aislados, estos años están marcados por la coyuntura que, en general, los movimientos junteros asumieron, y que fue una lucha por la independencia del rey. Otra cosa es la diferente interpretación que los distintos grupos sociales hagan de ello.
La segunda fase va desde 1810 hasta 1815/1816. Lo primordial en esta fase es que la confrontación entre los distintos actores se circunscribe a una lucha por la soberanía.
Se ha estudiado notablemente esta fase. Creemos que hay que tener en cuenta en estos años la diferente marcha de la guerra en la península, el cariz de las diversas juntas en América, la asunción de la legitimidad y de la soberanía por parte de autoridades metropolitanas como F. J. Elío en la Banda Oriental, que comandó la Junta, o como F. Abascal en el Perú, que impidió la creación de otras. Y, en segundo lugar, el mantenimiento de la jerarquía territorial del Antiguo Régimen por las nuevas juntas capitalinas en cuanto a intentos de subordinación de las demás regiones y de sus intereses económicos. Es decir, la confrontación de intereses políticos y económicos de las distintas fracciones criollas, que llevó a posicionarse a favor de mantener la «fidelidad» o adscribirse a la autonomía política.
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