Lo cierto es que Guerra, en los noventa especialmente, enamoró a diestro y siniestro, a una buena parte de la historiografía que no pasaba por ser conservadora, sino todo lo contrario, tal vez por la orfandad que estaba provocando, provoca aún, la caída de la teoría y sus derivados, y conquistó a buena parte de las distintas historiografías. ¿Quién no ha citado a Guerra en sus escritos?
Guerra partió desde una historiografía que reivindicaba el término de historia cultural en sentido amplio, y llegó a conclusiones conocidas y antes rechazadas por conservadoras y clericales, como fue que las raíces ideológicas de las independencias se hundían en la escolástica hispana del siglo XVI y la neoescolástica del XVII. Explicación que proseguía abundando en temas y aspectos en los cuales Furet, entre otros, ya había insistido, como que las revoluciones hispánicas lo fueron por razones culturales. Ese gradualismo, que no ruptura, les llevó a la Modernidad. Concepto en el que no vamos a entrar, pues produjo, también en su momento, su debate. Toda vez que llegó desde la sociología y no desde la historia.
La ausencia de otras categorías no fue en Guerra una omisión, sino una constante. Paradójicamente, no hubo contestación, hasta ahora. La historia nacional y la historia oficial, impermeables a renovaciones historiográficas, siguieron su curso hegemónico, no nos engañemos. Pero Guerra concitó también una renovación, no sé si decir una rehabilitación, de los estudios de los historiadores del derecho, de los estudios jurídicos. Paradójicamente, estudios y estudiosos del derecho a los que ya no se los vio necesariamente como sospechosos de conservadores y clericales a partir de Guerra, justamente un representante, al menos en Francia, de esa historiografía. Y ahí radica uno de los muchos méritos de Guerra, y si se nos permite, del guerrismo, porque hay que reconocer que en poco tiempo no sólo los discípulos directos, a cada uno de los cuales encomendó el estudio de un país diferente, sino los indirectos, que prolongaron y reinterpretaron lo que en ocasiones no estaba claro que quería proponer, sugerir o rebatir; prosiguieron su obra. También es justo decir que Guerra modificó sus planteamientos originales o al menos los matizó. En resumidas cuentas: hubo cambio, pero éste no fue revolucionario, sino gradual y desde la política y las ideas.
Por último, advertir que los planteamientos de Guerra triunfaron en América, pero pasaron un tanto desapercibidos o con un bajo impacto en España, en donde el manual universitario aún sigue siendo el de John Lynch. Quizá porque, a diferencia creemos que de Iberoamérica, el libro de Guerra llegó cuando en la década de los noventa el debate sobre la «revolución» española ya se había producido desde los setenta, y pasó de ser un tema hegemónico en la historiografía contemporaneísta de esas décadas a un tema más en la década de los noventa y prácticamente desaparecido en la actualidad.
¿Y EN EL BICENTENARIO? ¿QUÉ HISTORIOGRAFÍA?
En resumen, en los últimos años ha habido propuestas historiográficas, hegemónicas o no, más que interesantes. Una parte de ellas, voluntaria o involuntariamente, no ha sido neutra o aparentemente neutra. Quizá dada la envergadura del tema, ya lo hemos escrito anteriormente, su significación y valor, especialmente para los países iberoamericanos, la trascendencia de éste en la educación, en la cultura, en sentido amplio, conducían a ello. Las independencias, como otros grandes temas de la historia universal contemporánea, traspasaron el terreno de la academia, o quizá la academia fue utilizada. Lo cierto es que la coyuntura del siglo XXI, la coyuntura de estos Bicentenarios, tanto a niveles nacionales como internacionales, está mediatizada por otras condiciones, por otra coyuntura diferente a las pretéritas, y no me refiero, aunque sin duda tendrá impacto, a la crisis económica de superproducción del capitalismo en la que estamos.
Desde el punto de vista historiográfico, el tema de las independencias se ha visto enriquecido en los últimos veinte o treinta años por otros enfoques de la historia. Sin duda, los aportes en los últimos años de historiadores del derecho, del pensamiento, de la historia social, de la historia económica, han contribuido no sólo a una pluralidad de temas y subtemas, sino a una amplitud de propuestas, hipótesis y tesis muy fructíferas. También se puede observar un cambio de posible coyuntura historiográfica, dado que hay una cierta relativización del impacto de determinadas disciplinas de las ciencias sociales y humanas en la historia, a diferencia de los años cincuenta a setenta. Nos referimos a la antropología, la pedagogía, la psicología, la sociología o la politología. No queremos decir que se ha reducido su importancia entre los historiadores, sino que el abordaje de la historia está siendo el inverso del que era décadas atrás. No son antropólogos, sociólogos, politólogos los que hacen «historia», sino historiadores que, desde el pasado, se aproximan a la metodología de estas disciplinas para enriquecer su propuesta de análisis. En tercer lugar, se puede observar que no hay una lectura hegemónica de las independencias. Bien podemos estar ante una «convivencia» de lecturas sobre las independencias. O quizá en un momento en el que se seleccionan determinadas propuestas de las grandes tesis. Así, junto a las tesis de Lynch, conviven las de Guerra, se rescatan las de Kossok, se esgrimen las de Jaime E. Rodríguez, [16]se incorporan nuevas propuestas, algunas de ellas derivadas de estos maestros. No hay, a nuestro entender, un esquematismo tan rígido como en décadas anteriores, en donde se seguían unas líneas, un tanto rígidas, de unos u otros autores, de unas u otras propuestas. Ahora, creemos, hay una pluralidad más amplia. También una formación más profesional. Y sobre todo, un acceso a las fuentes mucho mayor. Y en ese tema, la revolución tecnológica, la digitalización de bibliografía primaria y secundaria, de fuentes documentales, de archivos privados, de catálogos de archivos, de bibliotecas, de prensa, etc., son y han sido fundamentales para las nuevas investigaciones.
Decíamos que no vemos una propuesta hegemónica sobre las independencias. Quizá habría que matizarlo, porque la que creemos que sigue siendo hegemónica es la historia nacional o historia nacionalista. Si bien no es la misma, obviamente, se ha revestido de nuevos andamiajes, de algunos ropajes «modernos», pero sigue triunfando en la sociedad, las escuelas primarias, las secundarias y buena parte de las universidades. Y sobre todo, sigue triunfando en el interior de cada país. Aunque siempre hay excepciones.
Nos podemos encontrar en estos momentos, a modo de especulación, con una época de post-Guerra, es decir, de interpretaciones que beben en sus planteamientos pero que o bien amplían su propuesta o bien se adentran en temas en los que Guerra nunca entró. Todo un experimento. Y ello está dentro del contexto de la amplia renovación historiográfica que el tema sobre las independencias ha tenido y tiene desde los últimos veinte años. A ello ha contribuido el asentamiento en los centros universitarios e investigadores de lo que podríamos llamar historiadores profesionales, por su formación, por su dedicación, por su condición de profesores a tiempo completo. También el crecimiento de universidades iberoamericanas, que imparten en estos años maestrías y doctorados en historia. El alumno hispanoamericano no necesita ahora tan urgentemente salir de su país para formarse, graduarse o doctorase. Y en eso hay que evaluar si existe una relativización en la formación de estas generaciones de historiadores que ya no se han formado necesariamente en Europa o en Estados Unidos o Canadá. Pueden ser varias las razones: menor número de becas, disminución del peso de los centros internacionales europeos o norteamericanos, potenciación de los nacionales, etc.
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